Mitos Machistas & Justicia Patriarcal
Por
Fuentes: https://miguelorenteautopsia.wordpress.com/
Una joven de 16 años, Danna Reyes, ha sido asesinada
en Mexicali (Baja California), y el fiscal del caso comenta a modo de
justificación que “traía tatuajes por todos lados”, como si los tatuajes
y su número supusieran una especie de escala para explicar la violencia
contra las mujeres. Lo mismo hasta piensa que un tatuaje es razón para
acosar, entre 2 y 5 para abusar, entre 6 y 10 para maltratar… y así
hasta justificar el homicidio con su “tenía tatuajes por todos lados”.
Lo que aún sorprende de la mirada del machismo es que sea capaz de ver los tatuajes sobre el cuerpo de una mujer, pero
no vea a ese cuerpo sobre el fondo de una sociedad que lo cosifica, lo
interpreta, y lo pone a disposición de los hombres y sus mandatos, tanto en la vida pública como en la privada.
El machismo viene a actuar como una especie de “guardián de la moral” para
que las mujeres no se salgan del guion escrito por los hombres, bien
sea en el lenguaje de la ropa, en el de la conducta, en el de las
palabras, o en la forma de maquillar, complementar o reescribir su
cuerpo… En definitiva, para que se ajusten al guion de la libertad limitada que ellos imponen. Es el mismo argumento que utilizan sistemáticamente para justificar la violencia sexual; cuando
no es la ropa es la hora, cuando no el lugar es el alcohol ingerido o
la compañía que llevaban… siempre hay alguna razón para culpabilizar a
la mujer que sufre la violencia y liberar al hombre que la ejerce.
Ahora han sido los tatuajes, es decir, la “marca que
deja el grabado sobre la piel humana a través de la introducción de
materias colorantes bajo la epidermis”, tal y como recoge la primera
acepción del Diccionario de la Lengua Española, pero también indica en
su segunda acepción que un tatuaje es “marcar, dejar huella en alguien o en algo”.
Por eso llama la atención que el fiscal del caso, y la sociedad en
general, sean capaces de ver los tatuajes en el cuerpo de las mujeres
como razón para juzgarlas hasta el punto de justificar la violencia que
las asesina y viola, y, en cambio, no sean capaces de ver la
“marca” que deja el machismo en la mente y en la mirada de quienes
justifican esa violencia contra las mujeres, sin que utilicen
esos mismos argumentos sobre los tatuajes que llevan los hombres para
justificar lo que les pasa, ni tampoco sus ropas, ni su peinado, ni el
tipo de afeitado, como tampoco dicen nada de la hora o el lugar donde
son abordados.
Entre mitos y estereotipos anda el juego, esa es la
trampa que hace que siempre gane la banca del machismo. Y están grabados
en la mente de quienes forman parte de la cultura para que la inmensa
mayoría de los homicidios, agresiones y violaciones por violencia de
género queden impunes.
El estereotipo, al asociar determinadas características a las personas y circunstancias, evita que se produzca el conflicto social, pues
circunscribe lo ocurrido al contexto definido por los elementos
estereotipados. Así, por ejemplo, cuando se produce la violencia de
género y su resultado no es especialmente intenso, se recurre a los
argumentos que hablan de que son cosas propias de las parejas, que los
“trapos sucios se lavan en casa”, que “se le ha ido la mano”, que “quien
bien te quiere te hará llorar”… de manera que se ve como algo privado
que ha de resolverse en el seno de la relación, no en las instituciones
que forman parte de la sociedad. Y cuando la violencia es lo
suficientemente intensa como para traspasar los límites establecidos por
los estereotipos, se recurre al mito para justificar
socialmente algo que, en principio, no es aceptable, como ocurre con la
violencia de género de intensidad grave, pues como afirmó Claude
Levi-Strauss, el objeto del mito es proporcionar un modelo lógico para
resolver una contradicción. De ese modo, el mito viene a resolver el conflicto social que
supone encontrarse con una violencia contra las mujeres cuando, en
teoría, no debería de producirse, de manera que se recurre a la idea de
que esta violencia se debe al alcohol, las drogas o a los problemas
mentales de “algunos hombres”, o incluso a la actitud, ropa, tatuajes…
de las mujeres, y se evita tener que enfrentarse a la realidad social de
la violencia de género en todas sus formas.
Al final, lo que el estereotipo no lograr retener dentro de
determinados contextos es resuelto por el mito como algo puntual,
excepcional o patológico, de forma que todo sigue bajo las mismas referencias generales.
El problema es que mientras que el tatuaje corporal se puede quitar
de forma relativamente rápida con láser, el mental es más difícil de
remover y sólo se puede hacer con educación, información y crítica. Esta es la única manera de limpiar y liberar la conciencia de los barrotes grabados por el machismo, y hacer que los ojos, además de mirar, vean la realidad.
Pero el machismo no quiere que se liberen las miradas que ven tatuajes en los cuerpos de las mujeres para justificar la violencia que sufren, porque hacerlo supondría que vieran también los privilegios en las vidas de los hombres que
habitan su cultura patriarcal. Por eso el machismo está empeñado en
recuperar el terreno perdido y presentar la Igualdad como un ataque, la
libertad de las mujeres como una amenaza, y la educación en Igualdad
como adoctrinamiento.
El machismo impone la moral y los machistas son sus guardianes. No lo olvidemos.