La Habana, 02 mar. 21. AmecoPress/SEMlac.- En paralelo, con la sobreabundancia de información sobre el nuevo coronavirus llegó también una crisis de desinformación catalogada por la Organización Mundial de Salud (OMS) como “infodemia”. Sobre todo en aquellos primeros meses, mientras el virus se expandía por el planeta y las personas entendían poco a poco la gravedad de lo que se nos venía encima, circularon por las redes consejos sin evidencia científica, noticias falsas, supuestas curas o atenuantes.
Cálculos aproximados indican que las páginas de desinformación sobre salud (con alcance en, al menos, cinco países) generaron aproximadamente 3.800 millones de visitas en Facebook en el último año. Mientras, Avaaz destacó que el contenido de las 10 páginas webs de noticias falsas recibió casi cuatro veces más visitas en Facebook que las del contenido equivalente de los sitios web de 10 instituciones de salud oficiales.
En tanto, la revista MIT Technology Review y “Glosario sobre brotes y epidemias. Un recurso para periodistas y comunicadores”. Deben ser línea de comunicación y una señal de advertencia temprana, transmitiendo la información a tiempo y de forma segura, para que prevenga algún daño. Finalmente, funcionan como un foro comunitario, ofreciendo a los ciudadanos la oportunidad de reunirse, compartir sus preocupaciones y apoyarse unos a otros durante los tiempos difíciles.
Para cumplir con estas funciones, el periodismo que se haga en ellos debe ser, más que nunca, ético, responsable y comprometido socialmente. No hay espacio para el sensacionalismo o el alarmismo: se trata de transmitir hechos e información veraz sobre la enfermedad, no miedos.
En función de ello, los y las periodistas debemos recurrir a fuentes confiables, científicas, verídicas y chequeadas; citar a científicos, investigadores, académicos y especialistas de diversas disciplinas, que despejen dudas y lleven claridad a la población sobre la situación. Resulta vital además reflejar la situación que atraviesa el personal de salud, buscar las historias de superación de los pacientes o las comunidades que toman medidas para enfrentar la enfermedad o países que dan ejemplos con su abordaje y contribuir a aportar soluciones con nuestros reportajes.
Pero, en ese camino, no se puede obviar el respeto a la intimidad de los pacientes. Hay que evitar revelar su identidad o proporcionar información personal detallada sobre ellos sin consentimiento, así como no usar fotografías o imágenes de video que puedan contribuir a generar estigmas, desinformación o provocar miedo.
Un estudio liderado por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí comprobó el tratamiento de los temas asociados a la covid-19 en los medios de prensa cubanos y los resultados fueron alentadores. La investigación constató una combinación de la información oficial con opiniones de especialistas, o de la población, en busca de esclarecer y complementar el análisis de los sucesos.
Los datos indican que en muchos países se han incrementado hasta cinco veces las llamadas a las líneas de atención de casos de violencia en el hogar. Sin embargo, las sobrevivientes no siempre disponen de la información necesaria y desconocen los medios a los que pueden acudir para recibir servicios de apoyo. Y a esto se suma que, en algunas regiones, los esfuerzos y los recursos que se empleaban para dar respuesta a la violencia contra las mujeres se han destinado a brindar alivio inmediato a los efectos de la covid-19.
En paralelo, el acoso sexual y otras formas de violencia contra las mujeres siguen acaeciendo en la vía pública, en los espacios públicos y en Internet.
Cuba no está al margen. Como en el resto del mundo, las condiciones de aislamiento provocaron un incremento de la violencia doméstica, que no siempre fue visibilizado. Varios servicios de acompañamiento psicológico no presencial a víctimas de violencia de género reportaron un incremento relativo de casos en este período.
Un estudio realizado a partir de una alianza entre el Instituto Internacional de Periodismo José Martí y Oxfam analizó el tratamiento de la violencia de género en la prensa cubana, en meses previos y durante la pandemia. Concluyó que, a diferencia de hace un par de años, la violencia de género ya está en las agendas mediáticas, aún más en las de medios territoriales.
Aunque se reconoce la existencia de todas las formas de violencia en el país, se utiliza alguna estadística y aparecen algunas historias de sobrevivientes, todavía se tiende a relativizar la presencia de violencia en Cuba, comparándola con el comportamiento de otros contextos. Además, en los medios nacionales, el problema sigue apareciendo mayormente asociado a coberturas puntuales de eventos y fechas, básicamente de forma informativa, más que desde acercamientos profundos.
Como consecuencia, no siempre se relaciona la presencia de estereotipos sexistas y relaciones desiguales de poder entre las causas indirectas de la violencia, ni se suele explicar esta dentro de un contexto cultural marcado por las influencias del machismo y el patriarcado.
Mientras, un primer acercamiento a los comentarios de las entradas publicadas en la columna “Letras de Género”, del sitio web Cubadebate, permite identificar algunas zonas de resistencia en torno a estos temas entre los públicos. Destacan particularmente la defensa del acoso, escondido entre piropos, como muestra de “cortesía, caballerosidad e idiosincrasia”.
En paralelo, persiste una subestimación de la violencia y la desigualdad de género en el país, bajo la justificación de que Cuba ya reconoce explícitamente derechos y oportunidades para las mujeres en leyes y políticas y ese tipo de luchas están marcadas por influencias extranjeras. Además, se insiste en hablar de violencia en general pues no solo las mujeres pueden sufrirla y se remarcan las diferencias biológicas entre unas y otros.
Se identifican también prejuicios en torno al feminismo con el uso de términos como “feminazi” o “ideología de género”. Se tiende a culpabilizar a las víctimas, juzgándolas por la ropa que usan o su comportamiento, y se limita el empoderamiento femenino en tanto se entiende que el deber primero de la mujer es cumplir con roles domésticos y maternales.
En ese contexto, donde se hace evidente la persistencia de prejuicios y estereotipos machistas, algunas pistas para tratar el tema en los medios podrían contribuir a una batalla que también se gana desde la comunicación. Resulta fundamental conocer elementos teóricos sobre género y sobre violencia de género y, en ese camino, articular esfuerzos para potenciar cada vez más espacios de capacitación y sensibilización.
Es necesario que los trabajos sobre violencia de género identifiquen las relaciones de poder y la cultura patriarcal que están en su origen. Además, hay que evitar la estigmatización, culpabilización y sexualización de las mujeres que padecen o han padecido violencia.
En ese camino, no se debe exponer la intimidad de la persona ni lesionar su dignidad, por ejemplo, mediante la difusión de datos personales o de la presentación de aspecto morbosos. Urge usar un lenguaje preciso, respetuoso e informativo, para evitar que el caso de violencia se convierta en un espectáculo mediático.
En última instancia, se trata de articular esfuerzos para visibilizar el carácter de problemática social y multidimensional de la violencia de género contra las mujeres y enfrentarlo de forma coherente, sobre todo en tiempos de pandemias e infodemias.
Fotos: SEMlac.
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