Feminicidio & Patriarcado
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El psiquiatra feminista Enrique Stola, nacido en Rojas, actuó como profesional en casos de abusos como el del sacerdote Grassi y Thelma Fardin y convoca al 17F
El psiquiatra y especialista en violencia de género Enrique Stola lee que el fiscal Sergio Terrón, quien investiga el femicidio de Úrsula Bahillo, dijo que el femicida es «apático» y se lamenta. «El Poder Judicial al decir esto habilita a que se lo considere inimputable. Estos sujetos no son enfermos: decir que asesinos como el de Ursula, los violentos, los abusadores o los pedófilos son ‘loquitos enfermos’ es una maniobra exculpatoria de la dominación masculina para sacar, supuestamente, las manzanas podridas del cajón y que la generalidad de los varones digan que no tienen nada que ver con la violencia de los femicidas», le dice a La Capital el médico nacido hace 71 años en Rojas, con 44 años de psiquiatra y 34 de feminista. Sí, un varón que se presenta ante todos y en todos lados como «feminista».
Stola es quien acompañó como terapeuta a Gabriel, uno de los jóvenes abusados por el sacerdote Julio Grassi, es quien actuó como perito de parte de la actriz Thelma Fardin y también quien le aconsejó hace ocho años que huyera de Rojas y del violento trato de su ex marido a Laura Matheu, una odontóloga de 45 años.
Es un profesional feminista muy activo en las redes (en su Twitter colgó una foto y una frase de Rosa de Luxemburgo: «Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres«). Y, finalmente, este padre de tres hijas y un hijo confiesa que es feminista en su vida privada: «Hace veintidós años que estoy con mi última pareja, una mujer feminista: no toleraría lo contrario, que alguien venga a demandarme el rol estereotipado del caballero. Hay que desconfiar de los caballeros, he trabajado muchos años para no serlo, ellos en la sociedad patriarcal son quienes designan quién es dama y quién es puta».
Esa carta de presentación y ser rojense impulsaron esta nota en la que Stola invita a concurrir mañana 17F a la convocatoria de organizaciones feministas de todo el país, a pedir Justicia por Ursula y todas las mujeres violentadas y abusadas. El adelantó que asistirá al Palacio de Justicia en capital Federal . En Rosario la cita es a las 15 frente a Gobernación y, a las 17, en los Tribunales provinciales.
—¿Qué le pasó como hombre nacido y criado en Rojas cuando se enteró del asesinato de Ursula?
—No me sorprendí y me causó mucho dolor porque Ursula hizo todo lo que tenía que hacer, pero terminó asesinada. Nací en Rojas, tuve un padre que tenía un taller y una madre docente. Ya murieron ambos, hace tiempo que no voy. Cursé todo el secundario en Rojas, luego me fui a estudiar Medicina a Córdoba, pero esto no tiene que ver con este lugar en particular sino con las dinámicas de pueblos o ciudades como podrían ser Junín, Pergamino o cualquier otra donde la gente dice «acá nos conocemos todos», «ese es un poco loquito pero buena gente, conocemos a la familia, siempre lo vemos en el club», o «es amigo de mi primo, o cuñado de aquél…» y, a veces hasta se puede escuchar: «Es de familia bien». El problema es que los abogados, abogadas y el Poder Judicial no saben nada de perspectiva de género y se suman a la red de relaciones y de silencio donde las víctimas, siempre mujeres, son «las locas», las «neuróticas», las «insoportables que les hacen la vida imposible a los varones», las «mal cogidas».
—¿Y usted cómo logra convertirse en feminista a pesar de haberse criado en esa cultura patriarcal?
—Para destruir a la sociedad patriarcal hay que sumar a un activo de varones bajo la dirección política de las mujeres, no podemos ser tan ingenuos e ingenuas de creer que van a sumarse todos, y con ese activo motorizar el cambio social. Porque hay de todo: los políticamente correctos que no las quieren golpeadas ni asesinadas pero sí subordinadas, con todo lo que eso implica y los que directamente se quedan en el molde. En particular empecé a vivir el feminismo a fines de los 80, venía trabajando con víctimas de violencia familiar, con víctimas de la dictadura y leí mucho material feminista durante la apertura democrática. La producción teórica y práctica de las compañeras feministas me ayudó a sentir que ser feminista es una posición existencial y política, es cómo me paro en la vida, en los vínculos y desde dónde apuesto a transformar la sociedad. Pero no siempre el discurso feminista permea en todos los varones ni en todas las instituciones como la policía, el Poder Judicial, los partidos más progresistas. Los cambios sociales no se dan en las instituciones, donde digo que está muy bien aplicar la ley Micaela pero no sé si vale tanto el power point de una charla como poner el cuerpo. Para mí el cambio pasa por el campo social y cultural, con las mujeres en las calles. Los derechos, como el voto, los lograron las mujeres «quilomberas» e «irrespetuosas» del pasado, peleando contra la policía, la Justicia, y las que hoy, del mismo modo son las que garantizan más derechos y no solo para ellas sino para toda la comunidad LGTBI. Claro que siempre estarán los dominadores que les dirán cómo deben liberarse, les marcarán la agenda. Es como si los afroamericanos les pidieran opiniones a los blancos de cómo emanciparse.
—Usted le aconsejó a Laura a que se fuera de Rojas para poder sobrevivir a un ex marido violento, ¿es la de huir acaso la única salida?
—Cuando están atrapadas se deben ir. Hay que saber que la mujer siempre pierde: deja su red social, laboral, sus bienes. Y con la violencia extrema pierden mucho más: la vida. La dominación masculina, que sostiene la sociedad patriarcal, se sostiene de diferentes formas: a través del Poder Judicial, la educación y prácticas culturales que justifican el «somos así», las agresiones sexuales o la creencia de que los machos controlamos la sexualidad con las mujeres y que ellas deben subordinarse a sus prácticas dentro del matrimonio, la pareja, una relación con una mujer en situación de prostitución. Entonces, la otra salida es la educación sexual integral (ESI). Cuando no hay educación sexual integral, a los chicos los educa la pornografía y los comportamientos de subordinación al macho. Nos encontramos con chicas, adolescentes, que aseguran que sus compañeros han tenido conductas abusivas pero con educación sexual esto se puede resolver. Se cae en la trampa de creer que con el cuerpo se hace lo que se quiere pero en realidad se hace lo que el macho quiere.
—¿Qué pasa con los padres que dicen «con mis hijos no te metas» y se oponen a la ESI?
—Una porción lo dice desde la buena fe, sin saber bien qué dicen, otros defienden un interés machista: lo mismo puede decir un padre abusador, lo mismo dice la Iglesia desde el Vaticano para abajo, lo repiten muchos de sus fieles, y también las iglesias evangélicas. La ILE es una gran protección contra los abusadores, pedófilos, violadores y la dominación masculina.
—Suele suceder que se desconfía de la víctima, sea mujer, adolescente, niño o niña. ¿Algún patrón que usted escuche o vea en las personas violentadas?
—Las entrevistas que realizo con las personas violentadas duran muchas horas. No solo para entender cómo sucedió todo sino para observar la posición corporal, la carga emocional de las palabras, la congruencia del relato. Lo que suele repetirse es el querer pasar por alto algo por no considerarlo violento. Y creo que esto se da, en el caso de las mujeres que son las más abusadas y violentadas, porque están acostumbradas a violencias de baja intensidad, están como entrenadas a soportar el destrato y manipulación.
—¿Incluso mujeres feministas?
—Sí, incluso feministas. Le cuento un caso de una mujer feminista que vive en Europa, me contaba que su pareja la descalificaba delante de otros, la insultaba y para el cumpleaños le regaló una plancha como un chiste. Y ella me dijo: ‘Le puse un límite, le dije que no iba a aceptar lo que me decía’. Le dije que en todo caso eso era una expresión de deseo, que el límite era dejar a ese hombre o en todo caso tirarle con la plancha por la cabeza, ¿no? Valga la metáfora.