En México la grave desigualdad en la que nacen y viven las niñas no ha cambiado casi nada en los últimos 20 años. A pesar de las acciones para revertir la discriminación de la violencia estructural, los avances son lentos, y aún hoy el nacimiento de las niñas es motivo de preocupación para sus madres por el futuro que les espera.
Kimberlé Crenshaw feminista afroamericana nos ayudó a entender a través de la interseccionalidad, cómo un mismo hecho o condición afecta de manera diferenciada a las mujeres y a los hombres, y específicamente a las mujeres mismas según sus múltiples identidades. El ejemplo más reciente de las mujeres afroamericanas asesinadas por la violencia policial invisibilizadas en medio del movimiento de protestas por las agresiones contra hombres afroamericanos. Los nombres de ellas eran desconocidos, invisibles.
Es claro, la diferencia persiste a pesar de las décadas de lucha feminista.
En algún momento el organismo internacional ONU Mujeres afirmó que faltaban 50 años para alcanzar la igualdad salarial entre las mujeres y los hombres en el mundo. Países muy avanzados en el tema como Islandia, Noruega, Finlandia y Suiza, que aventajaron a los demás países por casi 100 años en el reconocimiento del voto femenino, apenas están logrando la igualdad salarial en algunos ámbitos.
En muchas regiones del mundo el matrimonio infantil forzado, el matrimonio servil, no son las únicas formas de violencias que distinguen con muchísima claridad a las niñas, ubicándolas en contextos de desigualdad desde antes de nacer. Aquella vieja frase para explicar la desigualdad histórica que viven las mujeres sigue estando vigente: las niñas nacen devaluadas, en algunos países como India y China, aún hoy día se “estimula” el nacimiento de las niñas, en México se implementaron hace algunos años las becas más altas para -de alguna forma- garantizar que las niñas permanecieran en las aulas.
Nacer devaluadas para las niñas en México es la realidad más antigua y vigente que agudizará ese contexto de violencia estructural que antecede una vida de desigualdad, invisibilización, violencias económicas y tristemente, la violencia sexual mediante el abuso, la explotación, los matrimonios tempranos, el embarazo infantil que constituye violencia sexual, la trata, la explotación sexual, matrimonios y embarazos tempranos, todo para llegar a una edad adulta con salud deteriorada, sin recursos ni redes y sin preparación para la autonomía económica.
Las niñas en México y en muchas partes del mundo nacen devaluadas, pero esa “devaluación” se perpetúa mediante la explotación del trabajo no remunerado, sin el apoyo de la familia en embarazos tempranos, con la sexualización infantil, con escenarios de abuso sexual normalizado al grado de que a nadie le asusta ni le sorprende que una niña sea “la mujer” de un hombre 20 años mayor.
Lo he dicho y escrito e insistiré en el punto: nos debería llenar de vergüenza como sociedad que se piense que las niñas o las adolescentes son prostitutas, y creer que pueden consentir libremente en el abuso y la explotación que beneficia a otros.
A finales de los 90 las políticas públicas en México impulsaron programas de becas para promover que las niñas y los niños asistieran a las escuelas, pero se hizo énfasis en la necesidad de garantizar mediante acciones afirmativas que las niñas se mantuvieran en la escuela, si era necesario dotar de unos pesos más a las becas para hacer desistir a las familias de que fueran ellas las sacadas de las aulas.
Veinte años después tenemos un importante incremento de las niñas en las aulas, más mujeres jóvenes egresando y estudiando el nivel de licenciatura; parece haber quedado atrás la desigualdad que hacía que menos mujeres se graduaran. Y digo parece, porque este cambio se refleja en algunos ámbitos, pero en la zona rural y entre algunas comunidades semiurbanas o de las periferias urbanas, las niñas afrontan graves dificultades para tener acceso a una alimentación adecuada, servicios de salud, y eso si sobreviven a la violencia de las calles y a la del ámbito familiar, violencia feminicida y sexual.
Basta voltear fuera de las grandes ciudades para darse cuenta de que la realidad de las niñas en México afronta la desigualdad por “nacer devaluadas”, víctimas de incesto, abuso sexual en las aulas, en las carreteras, en los caminos, precarizadas, mal alimentadas, cumpliendo con tareas escolares y trabajo de cuidado en las casas sin ninguna remuneración, afrontando el embarazo adolescente e infantil, nulo interés por la investigación de los abusos que denuncian cuando se atreven.
Nacer niña en este país es llegar con menores posibilidades para afrontar la vida en igualdad, es ubicarse en ese “cruce” en el que además de ser mujer, está el haber crecido sin oportunidades de estudio, con una vida de trabajo sin llegar a tener propiedades, afrontar la violencia patriarcal incluso con violaciones correctivas, siendo invisibles o “anómalas” si salen de la feminidad hegemónica impuesta es ser mujer, menos las mujeres; violentadas porque no entran en lo que se define como “mujer” en el imaginario colectivo, en un mundo en el que las niñas luchan por ser visibles, nombrarse y existir a pesar de nacer devaluadas.
segunda parte
En una ocasión escuché a una mujer embarazada decir a otra que ya le faltaba poco y que estaba muy contenta porque pronto daría a luz, la acompañante le preguntó si era niña o niño y ella muy emocionada y feliz le respondió que era “niño”, y justificó su alegría diciendo: “mejor, ya ves que las niñas sufren demasiado”; una mujer que tenía muy claro por experiencia propia lo que significaba las diferencias de oportunidades desde antes de nacer para las niñas y los niños.
Esta anécdota no es una invención, es real y la recuerdo constantemente, ni siquiera tiene muchísimo tiempo, quizá hace tres años que la oí en la Ciudad de México. El mundo lo tiene clarísimo, en varios países se continúa restringiendo el acceso a la educación de las niñas desde la etapa preescolar y el pronóstico sobre su presente y futuro está directamente relacionado con la expectativa, la carga de los estereotipos que pesan sobre el nacimiento de las niñas que afecta sus oportunidades de salud, alimentación, educación y en consecuencia esperanza de vida.
Aunque poco se ha avanzado en romper los estereotipos o modelos a seguir para las niñas, cada vez son más mujeres que rompen estereotipos y demuestran lo que siempre supimos, que las niñas igual pueden ser futbolistas, deportistas, abogadas, ingenieras, boxeadoras y arquitectas, pero para tener esas oportunidades aún necesitamos transformar el mundo en un mejor lugar para ellas.
Hace varios años a nivel global se emprendió una campaña denominada “Efecto niña”, un poco después se impulsó la campaña mundial “Niñas, no esposas”, luego se empezó a hablar de las acciones “Niñas, no madres”, y no es de sorprenderse que aún hoy todavía en muchas partes del mundo es muy común que las niñas son entregadas como “esposas” para que la familia se quite el peso que significa tener una boca más que alimentar, consideradas débiles de fuerza y por ende de escaso aporte de fuerza de trabajo, a las niñas se les restringía la expectativa de ejercer cualquier profesión que transgrediera la idea de la femineidad hegemónica hoy tan ensalzada y caricaturizada.
Malena, Candy, Brígida, Fátima, Verónica y muchísimos nombres más tienen algo en común, son las niñas de las que tengo memoria reciente y lejana cuyas vidas fueron cegadas desde la infancia por la violencia feminicida cuando aún no existía el término o cuando eran estadísticas de muertes accidentales y/o vulneradas sexualmente.
Quizá la dimensión de esa realidad la pueden dar las que hoy son mujeres adultas que, pese a los pronósticos, superaron la adversidad y se sobrepusieron a todas esas condicionantes que se presentan en la vida de las niñas para permitirles llegar a ser adultas, mujeres atravesadas por múltiples condiciones de violencia sobre sus vidas, venir de las periferias, ser pobres, niñas que son sobrevivientes de violencias y que saben lo que es vivir con el estigma de ser víctima de un abuso sexual en lugares en donde se criminaliza más a las víctimas que a los agresores.
Vivir en un país en el que las discusiones se centran en lo que desde el centro se considera importante, menos en la realidad que les ha tocado vivir a ellas, las niñas olvidadas de una sociedad que de tan progresista ya se olvidó de que la desigualdad empieza desde antes de nacer para muchas, que no es lo mismo ser mujer en una ciudad en la que tienes acceso a los alimentos, a la educación, a los cuidados que ser niña en las periferias.
Que incluso para muchas niñas el acceso a toallas sanitarias e insumos de gestión de su menstruación es un lujo que no pueden darse y atienden estas necesidades con telas, además de las anemias a las que deberá sobreponerse por dismenorrea, por sangrados dolorosos y abundantes que la avergonzarán y marcarán sus primeros años escolares, en espacios públicos en los que vivirá el acoso y la violencia sexual apenas empiece a mostrar el crecimiento de sus pechos, en una sociedad que sexualiza a las niñas y rivaliza con ellas.
En una familia en la que sus propias madres son educadas para tratar de expulsar desde temprana edad a sus hijas porque las miran como competencia sexual, o porque ellas creen que buscándoles un “marido” a temprana edad, les están resolviendo la vida que de “todas formas terminaría con un abuso”, víctimas de incestos familiares y abusos de conocidos.
En promedio en México las víctimas de trata son en 70 por ciento mujeres, y más del 30 por ciento son menores de edad, algunas estadísticas globales destacan que en México el particular problema es la venta de niñas como “esposas”, matrimonio servil, esclavitud y trata, hablamos de al menos cinco entidades de la República en los que los embarazos infantiles están relacionados con esos “acuerdos” en los que el producto de venta o intercambio por un cartón de cervezas[1] es una niña.
No, no estamos ni tantito cerca de la igualdad anhelada, urge visibilizar todas estas desigualdades históricas que no son discurso, son realidad en la vida de miles de niñas que deberían ser la única urgencia y prioridad en las acciones a favor de las mujeres en México.
No podemos para nada hablar de las más discriminadas entre las discriminadas si no ponemos en primer lugar a las niñas de México, cientos y miles de niñas desaparecidas, raptadas, secuestradas, explotadas, abusadas, asesinadas, cuyos nombres están en el silencio absoluto porque a mucha gente le parece que no son “moda”, pero para algunas defensoras las prioridades son ellas y solo ellas, las niñas que desde el nacer llegan a este mundo más que devaluadas.
Es justo que otras personas desde sus propias condiciones coloquen en sus agendas otras prioridades, pero también tenemos el derecho a exigir justicia para las niñas en México antes, mucho antes que pensar en otras agendas de derechos humanos de los que ya se ocupan otras personas. Déjennos seguir hablando y colocando en primer lugar a las niñas a quienes elegimos defender su derecho a una vida con dignidad, el derecho a vivir en un país en el que las discusiones y los debates se van por otro lado, una vez más invisibilizando a las más invisibles.
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