Hace dos años, en el Día Internacional de la Mujer, miles de
trabajadoras de las ciudades más importantes de América Latina salieron a
la calle a protestar contra la desigualdad. Esta movilización de masas
—producto de décadas de organización feminista— estuvo centrada en
ampliar las definiciones del trabajo y de les trabajadores.
El
movimiento feminista latinoamericano se hizo fuerte desde las calles, y
fue a partir de su movilización masiva que en los últimos años logró
avances históricos en materia de derechos. En momentos de alerta
internacional feminista como el presente, dado por el regresivo fallo dictado por la Corte Suprema
de los Estados Unidos, conviene tener presente las lecciones que arroja
la lucha de las mujeres y las disidencias al sur del continente.
Daniel
Denvir conversó con Verónica Gago, profesora de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires, integrante del consejo
asesor de Jacobin América Latina y autora de La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo, que nos explica por qué este movimiento se volvió tan masivo y qué significa para la clase obrera latinoamericana.
Argentina
parece haber sido el punto de inicio de un nuevo movimiento feminista
que, a lo largo de los últimos cinco años, terminó convirtiéndose en una
poderosa fuerza política en toda América Latina. ¿Cómo surgió el
fenómeno en Argentina y cómo se extendió por toda la región?
A lo largo de las últimas tres décadas, los encuentros del activismo queer
y del feminismo tradicional influyeron en muchas generaciones de
argentinas. Después de la dictadura, el protagonismo político había
quedado en manos del movimiento de derechos humanos, representado
principalmente por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Después de la
crisis de 2001, el movimiento de desocupados empezó a problematizar el
concepto de trabajo y puso en cuestión la idea de que el trabajo
asalariado era la única vía posible para vivir una vida digna. Estas y
otras movilizaciones, que empezaron en los márgenes, que terminaron
reorganizando la política y narrando el conflicto en términos políticos
más que individuales, son factores que explican la masividad del
movimiento feminista.
Otro elemento importante es el trabajo
político estratégico de las organizaciones. Los sindicatos, los
movimientos sociales, los colectivos y las luchas territoriales
protagonizaron conflictos que la agenda feminista terminó incorporando.
De a poco, el feminismo dejó de definirse en función de iniciativas
esporádicas, discursos académicos y demandas institucionales. Empezó a
problematizar los cuerpos, los territorios, el trabajo, el extractivismo
y las reivindicaciones de los inmigrantes y de los indígenas.
El
feminismo se transformó entonces en una praxis política concreta en
espacios tan distintos como los sindicatos, las organizaciones
políticas, las escuelas, las universidades y los barrios. Hay que decir
también que, en América Latina, existen muchas configuraciones políticas
del feminismo: está el feminismo afro, el feminismo de los estudiantes,
etc.
¿Cómo se explica la expansión regional del movimiento y por qué es tan importante el internacionalismo?
Las
políticas transfronterizas nos permiten pensar más allá de nuestros
propios territorios. Un año el movimiento era fuerte en Argentina. Otro
año ganó fuerza en España. Un año después surgió en México. Hoy la
vanguardia está en Chile. La experiencia de formar parte de un
movimiento que excede el propio país es importante. Estamos repensando
el internacionalismo como algo que somos más que como una abstracción.
Estamos compartiendo posicionamientos, vocabulario e imágenes de
distintas movilizaciones de todo el mundo.
Las tradiciones
socialista y comunista tienen una fuerte presencia en este
internacionalismo. Sin embargo, nuestro internacionalismo no está
construido en función del protagonismo de los partidos políticos. Es una
formación nueva, que difiere de todas las formaciones previas.
Reivindicamos la perspectiva transnacional que necesitamos para
deshacernos del neoliberalismo y del capitalismo financiero.
También
nos preguntamos, «¿Cómo debemos reformular las luchas de nuestros
territorios para conectarlas con otras?». Por ejemplo, la participación
de las trabajadoras domésticas migrantes en el paro feminista está
generando un internacionalismo práctico. Pero, al mismo tiempo, esa
participación es compleja debido a la falta de estatus legal que afecta a
estas trabajadoras.
Por otro lado, con tantas agendas centradas
en torno al extractivismo, a la situación de las trabajadoras migrantes y
a los nuevos modos de imperialismo, el movimiento feminista
internacional está reconceptualizando lo que entendemos por movimiento
decolonial.
En tu libro leo que, «Contra el modelo
estrecho que define quiénes pueden hacer paro —trabajadores hombres,
blancos, asalariados, sindicalizados— expandimos la capacidad política,
los lenguajes y las geografías de esta acción». ¿Por qué el movimiento
feminista adopta la forma de un paro feminista? ¿Qué es un paro y qué
hace que el paro feminista sea un paro?
El paro tiene
sentido para muchos trabajadores distintos, incluso los que participan
de la reproducción social y los de la economía informal. El paro
feminista está redefiniendo una forma popular de lucha en este nuevo
momento histórico, conectando sectores, repensando su rol en los
sindicatos e integrando luchas que no suelen ser reconocidas como paros
obreros. En este sentido, el paro es un vector de transversalidad.
Incluye a personas, a sujetos y a conflictos históricamente excluidos de
las huelgas.
De hecho, el paro feminista asigna un contenido de
clase a reivindicaciones distintas y amplía la noción de huelga.
Empezamos considerando la imposibilidad de un paro: no podemos parar en
nuestra vida cotidiana, en trabajos sin patrón y desarrollados en
condiciones precarias. Pero entonces nos organizamos para redefinir esta
imposibilidad como una nueva forma de lucha y repensar el paro a partir
de esas condiciones.
En general, la política de masas conlleva
moderar ciertas reivindicaciones para ajustarlas a determinadas
narrativas, y ablandar un poco el lenguaje en los medios de comunicación
masivos. Pero movimiento feminista hace lo contrario: estamos
radicalizando la narrativa, conectando, por ejemplo, las
reivindicaciones por la vivienda con la deuda externa y el rechazo de
los mandatos de género. Esto despierta el deseo de cambiarlo todo.
Los
medios nos dicen, «Están mezclando todo. ¿Qué tiene que ver el
feminismo con la deuda externa o con el problema de la vivienda? Esto no
es un movimiento feminista». En un gesto radical, conectamos distintas
formas de violencia para explicar concretamente la precarización de
nuestras vidas cotidianas.
¿Qué tipo de condición común es
la precariedad y qué vínculo tiene con la condición común del
proletariado más clásico? ¿Qué tipo de relación tiene el poder de huelga
de los trabajadores precarizados con el del proletariado clásico?
No
podemos decir que todos los trabajos son precarios, pero podemos
trabajar políticamente con la idea de que la precarización es un terreno
común. Conectar el paro con la precariedad es una forma de analizar la
crisis de los «salarios hechos de retazos», como dice Silvia Federici, y
los tipos de trabajo no reconocidos como tales. La perspectiva
feminista reconoce todos los trabajos invisibles y no remunerados que
funcionan en las economías informales y populares, y que hacen a la
infraestructura que sostiene la vida cotidiana.
El paro nos
permite mapear distintas condiciones de precarización, pero el problema
político sigue siendo construir una huelga en esas condiciones. No se
trata solo de reintroducir la palabra «huelga» en nuestro discurso
político. En Argentina tenemos una reivindicación que es «Trabajadoras
somos todas». Por supuesto, no pretende ser un paraguas que abarca todo,
que homogeneiza y que obstruye la identidad de clase. Pero revela la
multiplicidad de lo que significa el trabajo con todas las jerarquías
que produce la precarización desde el punto de vista feminista. Hacer
paro en condiciones tan difíciles es una forma de persistir en la
organización.
También escribiste que el feminismo funciona
como un lente en el sentido de que permite que comprendamos mejor la
totalidad del orden presente, sobre todo porque conecta «el trabajo
doméstico con la explotación financiera». ¿Cuál es esa conexión entre
trabajo doméstico y explotación financiera? ¿Qué papel juega hoy en
Argentina y en el sistema capitalista mundial, y cómo es que el
feminismo nos ayuda a comprenderla?
Estamos estudiando y
abordando el tema de la deuda de los hogares. La deuda familiar opera
como un mecanismo que fuerza la precarización: fuerza a los trabajadores
—sobre todo a las mujeres, a las lesbianas y a las personas
transgénero— a aceptar trabajos por los que se paga cada vez menos. En
consecuencia, la deuda se convierte en el motor interno que impulsa la
flexibilidad e impone el trabajo precario, pero también genera
condiciones de organización. Por otro lado, hay que decir también que la
deuda es un medio de explotación cada vez más intenso y que se adapta a
las realidades heterogéneas del trabajo.
El Colectivo Ni una
Menos en Argentina produjo una serie de reivindicaciones que combinó la
lucha contra los femicidios, el trabajo que queremos y también la deuda
que no queremos. Decimos que nos queremos vivas, con libertad y sin
deudas. La conexión entre estos términos es importante: produce algo
distinto a la victimización. No decimos simplemente, «Dejen de
matarnos». Estamos disputando la idea libertaria de libertad y su
conexión con la autonomía económica.
Cuando decimos que queremos
vivir sin deudas, conectamos los efectos de la deuda externa con la
deuda de los hogares y evidenciamos que las políticas de ajuste son la
causa de ambas: hay que abordar el problema de la deuda de los hogares
en la economía cotidiana para confrontar las medidas de austeridad del
gobierno, que es obligado a adoptar esas medidas por el Fondo Monetario
Internacional. Establecer estas conexiones entre las deudas de los
hogares y la deuda soberana y las finanzas mundiales es parte de la
pedagogía feminista.
En Argentina y en América Latina, el
endeudamiento, sobre todo entre los sectores populares, está vinculado
con el florecimiento de las economías ilegales. Las economías ilegales,
por más violentas que sean, son con frecuencia una solución para los
individuos endeudados. En ese sentido, los flujos ilegales de dinero
representan a veces una salvación.
Parece similar a la
acumulación primitiva, que separa a los trabajadores de los medios de
subsistencia y los fuerza a trabajar por un salario para sobrevivir.
Exacto.
Pero funciona en otro nivel. El extractivismo financiero es más
sofisticado. Conecta la tierra, los recursos naturales y la especulación
inmobiliaria con estos dispositivos de deuda.
Desde la
perspectiva feminista, cuando intentamos organizar los territorios donde
transcurren vidas precarias, donde las personas tienen trabajos
precarios y las condiciones de reproducción social son complejas,
también enfrentamos el problema de encontrar tiempo disponible para la
organización política. La deuda despoja a nuestra época del tiempo
necesario para la organización política: es difícil sostener espacios
políticos o, por ejemplo, organizar un comedor en un barrio, cuando hay
que aceptar otro trabajo para completar los ingresos.
Feministas
marxistas y teóricas marxistas de la reproducción social, como Paula
Varela y Tithi Bhattacharya, argumentan que el trabajo reproductivo
realizado por fuera de una relación salarial no produce valor en el
sentido marxista. Varela escribe: «El trabajo social reproductivo no es
producción de valor precisamente porque no es conmensurable. No puede
convertirse en trabajo abstracto».
¿Qué opinión
te merece esta idea de las teóricas de la reproducción social de que
tenemos que reconocer la distinción entre trabajo productivo y trabajo
reproductivo, no porque uno sea más importante que el otro, sino
precisamente para comprender la contradicción entre los dos bajo el
capitalismo?
La contradicción es un punto importante.
Pero, siguiendo a Silvia Federici, existe mucha explotación no
reconocida: en América Latina, muy pocos trabajadores son reconocidos en
tanto tales. En los años setenta, cuando las feministas postularon que
el trabajo no remunerado es extraído de la jornada salarial, recurrieron
a la noción de «medida». La medida es lo que el capital necesita para
no ser considerado como valor.
El problema de la medida no es
equivalente al de la no producción de valor. Las luchas feministas
plantean, después de analizar los salarios y la duración de la jornada
laboral, que la idea de medida está en crisis. Reducir la idea de valor a
la medida salarial y a la duración de la jornada laboral es demasiado
restrictivo. En el «Tercer Mundo» el trabajo no remunerado, libre o
informal es mayoritario. Todos los trabajadores que forman parte de la
clase obrera deben ser considerados como productores de valor.
También
existen territorios domésticos más allá del hogar, como las
infraestructuras populares, las economías populares y el trabajo
comunitario, que contribuyen a la reproducción doméstica. No considerar
esos territorios como productores de valor es una decisión política que
juzga que la vida de esos trabajadores es «no productiva». Pero los
dispositivos financieros son más inteligentes y rápidos, y reconocen la
producción de valor en estos terrenos de reproducción social con el fin
de apropiárselo. El paro feminista puso en evidencia las dinámicas de
precarización actuales y las formas en que el sistema y sus dispositivos
financieros se aprovechan de ellas, explotando y extrayendo valor de
esos terrenos de reproducción social.
Aunque el
neoliberalismo tal vez haya terminado con el salario familiar fordista,
no nos dejó nada más emancipador como reemplazo. En tu libro leo que
estamos viviendo «la crisis del patriarcado del salario». Y también que
«esto no implica el fin del patriarcado, sino la descomposición de un
modo específico de estructurar el patriarcado. La intensificación de la
violencia sexista evidencia ese exceso de violencia que dejó de estar
contenido en la forma salario».
Tu argumento es
que el neoliberalismo es socialmente reaccionario, entre otras cosas,
porque fuerza a las mujeres a realizar más trabajo reproductivo. ¿Qué
función cumplen la reacción social y el antifeminismo en el
neoliberalismo?
En Argentina, los debates sobre la
remuneración del trabajo informal y reproductivo se solapan con la
historia de los planes sociales, de los desafíos contra las políticas
neoliberales y de la decadencia del hombre proveedor. Las economías
ilegales brindaron una nueva forma de autoridad y de ingreso que
reemplazó a ese personaje. Esta compleja red de violencia reestructuró
el panorama de vida de las mayorías en América Latina y en Argentina.
Las fuerzas conservadoras y reaccionarias intervienen en este contexto
ofreciendo nuevas formas de reconocimiento a esos hombres proveedores en
decadencia y también prometen seguridad económica en los barrios
precarizados.
La desestabilización de las autoridades racistas y
patriarcales que inició la movilización feminista y la política pone en
riesgo los dispositivos de seguridad y de acumulación de capital. El
feminismo y los movimientos barriales, sindicales, estudiantiles e
indígenas, entre otros, son en cierto sentido factores que explican el
giro neoconservador y el surgimiento de nuevas fuerzas reaccionarias.
Estas composiciones de carácter masivo, radical y transnacional están
desestabilizando el orden sexual, de género, racial y, por lo tanto, el
orden neoliberal que tomó cuerpo en la disputa de la dirección de la
crisis de deuda de 2001.
El neoliberalismo y el conservadurismo
comparten los objetivos estratégicos de normalizar y gestionar las
crisis de obediencia. El feminismo es una política de desobediencia
cotidiana, y esta política cuestiona las nociones hegemónicas de
seguridad y de gestión de la crisis.
La nueva derecha
latinoamericana adoptó como uno de sus ejes el antifeminismo,
especialmente la demonización de lo que denominan «ideología de género».
De hecho, parece tener una fijación particular con la obra de Judith
Butler. ¿Qué significan la ideología de género y Judith Butler para la
derecha latinoamericana? ¿Por qué se convirtieron en un elemento tan
importante de la reacción contra los movimientos sociales y contra la
marea rosa?
La obra de Judith Butler es emblemática. Su
circulación no está restringida a la discusión académica. Está
completamente incorporada como una referencia política, y las fuerzas
reaccionarias son conscientes de eso. La ideología de género se planteó
sobre todo con la discusión de la educación sexual en las escuelas.
Varias organizaciones, oenegés y grupos religiosos se opusieron a la
educación sexual, que incluía a Judith Butler, argumentando que promovía
la homosexualidad.
El movimiento feminista pone en juego dos
temas: la seguridad y la economía. Reconceptualiza nuestras ideas de
libertad, autonomía económica, educación y derecho al aborto. Por
ejemplo, pone en cuestión la noción de libertad como algo individual o
aislado que pertenecería a cada uno como una propiedad. En cambio,
imagina la libertad en relación con un tejido colectivo: los grupos se
organizan para protegerse y defenderse.
Las fuerzas reaccionarias
perciben estos experimentos como desafíos directos a las nociones de
seguridad, a la economía y a la propiedad individual. En América Latina,
el protagonismo político del movimiento feminista es concebido por las
fuerzas reaccionarias como un movimiento político con potencial
desestabilizador, y no solo como una política identitaria o un debate
académico. Las fuerzas reaccionarias no toleran la masividad y la
radicalidad de este movimiento que está disputando la sensibilidad de la
nueva generación.
En otra parte, escribiste: «Desde los
años 1970, después de la derrota de los movimientos revolucionarios,
América Latina empezó a servir como un sitio de experimentación para las
reformas neoliberales impulsadas desde arriba por las instituciones
financieras internacionales, por las grandes empresas y por los
gobiernos».
Sin embargo, otro argumento del libro
es que el neoliberalismo no viene solo desde arriba, sino también desde
abajo. De ahí tu uso del concepto de «gubernamentalidad» de [Michel]
Foucault, que muestra que el neoliberalismo también es «un conjunto de
saberes, de tecnologías y de prácticas que despliegan un nuevo tipo de
racionalidad que no puede ser pensado solo desde arriba».
La
conclusión es que, aun después de haber perdido legitimidad política en
América Latina durante la primera década de este siglo, el
neoliberalismo siguió anclado en las «subjetividades populares». ¿Qué es
esta subjetividad popular del neoliberalismo que viene desde abajo, y
cómo se vincula con el neoliberalismo impuesto desde arriba?
En
Argentina, el argumento dominante es que el neoliberalismo pertenece al
pasado y que está asociado estrictamente con las reformas neoliberales
de los años 1990. En mi libro Neoliberalismo desde abajo
discutí esta idea de que el neoliberalismo es sinónimo de mercado y de
que el opuesto del neoliberalismo es la intervención del Estado.
La
fórmula del Estado contra el mercado es un modo simplista de pensar el
rol del Estado en el neoliberalismo, de pensar el mercado y las reformas
estructurales de los años 1990. Estas formas de neoliberalismo no solo
fueron impuestas desde arriba. También son formas de vida cotidiana.
Redefinieron el emprendedurismo, la política en los territorios y en los
barrios y los servicios públicos. La fuerza de trabajo migrante también
se vio forzada a reinventar y reorganizar sus modos de producir y de
conquistar derechos. El neoliberalismo desde abajo enfatiza esta
pluralización de la lógica y de las subjetividades populares.
Cuando
no existe una alternativa, surgen formas políticas ambivalentes de
confrontar la hegemonía neoliberal. Los sectores populares,
especialmente las economías populares, antagonizan la agenda neoliberal,
pero al mismo tiempo están obligados a asumir las condiciones del
neoliberalismo y los modos de acción que impone. El neoliberalismo no se
reduce a las reformas estructurales. Esas reformas estructurales son
importantes y son un aspecto clave del panorama latinoamericano. Pero el
neoliberalismo en los sectores populares es una forma de hacer las
cosas y alienta a las personas más desprotegidas a adoptar el
emprendedurismo y la autogestión.
Muchas veces me encuentro con
esta idea de que el neoliberalismo es una cosa del pasado, una fuerza
externa que no tiene nada que ver con las economías cotidianas de los
más pobres. Pero la verdad es que los sectores populares están
implicados en esta idea del emprendedurismo. La deuda conecta con los
planes sociales y con formas autónomas de buscar sustento.
En
América Latina, el debate sobre las políticas neoliberales y sobre la
subjetividad está vinculado con la idea de las economías populares como
una máquina que está en medio de estas condiciones neoliberales y las
formas de activismo político contra el neoliberalismo.
La
subjetividad emprendedora creada por el neoliberalismo, ¿es un reflejo
de la ideología neoliberal hegemónica, uno de sus desprendimientos
disidentes o una mezcla contradictoria entre ambos?
El
neoliberalismo no es una ideología completa. No es una tendencia
autónoma del capital que se desarrolla según su propia racionalidad. [El
neoliberalismo desde abajo] es una forma de pensar la violencia del
neoliberalismo contra los sectores más pobres de nuestros países.
Cuestiona la noción de que el neoliberalismo es una ideología que existe
de manera definida en los libros y después se aplica.
Los
sectores populares o los más desposeídos están enfrentando el
neoliberalismo. Lo peor del neoliberalismo es la creencia que promueve
de que no existe ningún antagonismo y de que este sistema es una especie
de monstruo con capacidad de absorber cualquier lucha, inflexión o
confrontación. Las economías populares están disputando la definición
del neoliberalismo y no encajan del todo en la idea de emprendedurismo.
Las ideas de cálculo individual y de sujeto neoliberal no funcionan
cuando se trata de pensar estas economías populares.
Pero tampoco
están desarrollando economías alternativas. Este tipo de antagonismo no
coincide con ningún antagonismo clásico. Sin embargo, es parte de las
luchas concretas, como las reivindicaciones por vivienda y servicios
públicos en los barrios, la reorganización de la fuerza de trabajo,
especialmente la fuerza de trabajo migrante, y los nuevos tipos de
sindicalismo.
También escribiste que la izquierda
latinoamericana de la marea rosa marca «la emergencia de un populismo
que busca convertirse en la ideología dominante en concordancia con la
vuelta del Estado, intentando autoafirmarse como sinónimo del fin del
neoliberalismo en la región».
Pero, siguiendo tu
argumento, «el neoliberalismo y el neodesarrollismo se combinan para
dotar de un nuevo carácter a la intervención estatal, y también a los
conceptos de desarrollo y de inclusión social». ¿Qué tanto se aleja tu
análisis de otros que miran con más simpatía a los gobiernos de la marea
rosa? ¿En qué sentido estos gobiernos fracasaron en el combate contra
el neoliberalismo y facilitaron la extensión del neoliberalismo bajo una
nueva forma?
No es fácil discutir este tema ahora porque
algunos argumentan que estamos asistiendo a una segunda oleada de la
marea rosa con el nuevo gobierno de Chile, las elecciones en Colombia y
en Brasil y la derrota de [Mauricio] Macri en Argentina.
Hay que
debatir los niveles, los ritmos y el mapa de la primera y la segunda
olas discutiendo el tipo de reformismo posible, en qué medida está
habilitado por los movimientos sociales y por los levantamientos
populares y condicionado por las políticas neoextractivistas.
Estos
tres ángulos del problema están enmarañados en la cuestión de definir
los contornos de un gobierno progresista o popular en la actualidad.
América Latina no es una región pacífica. Los intentos neoliberales y
conservadores de fundar un nuevo orden siempre fracasan. Las
movilizaciones, las crisis y las elecciones siempre terminan poniendo en
cuestión la idea de una victoria completa de los gobiernos de derecha.
En este sentido, América Latina es una región muy dinámica.
Estamos
debatiendo constantemente cuál era el objetivo principal de los
gobiernos progresistas de hace cinco años. ¿Qué sucedió? ¿Qué tipo de
fracaso condujo al surgimiento de los gobiernos de derecha que
siguieron? ¿Y qué elementos siguen vigentes hoy, cuando esos gobiernos
de derecha están perdiendo impulso, como sucedió en Argentina después de
cuatro años de gobierno de Macri? ¿Cuáles serán las condiciones
políticas que dejará el gobierno de [Jair] Bolsonaro?
También estamos investigando qué tipo de reformismo es posible
teniendo en cuenta el rol de América Latina en el mercado mundial, cómo
esta región está marcada completamente por el neoextractivismo y cómo
estas formas de disputar las políticas públicas, enfrentando medidas de
austeridad y confrontando las deudas externas son parte de los programas
políticos de los gobiernos populares, que dependen de la fuerza de los
movimientos. Y eso es importante: a veces los gobiernos olvidan que
dependen de los movimientos sociales y políticos para abrir nuevas
posibilidades y horizontes de soberanía.
Verónica Gago. Docente de la Universidad de Buenos Aires
(UBA) y en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) e investigadora
del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET), de Argentina. Es parte del Consejo Asesor de Jacobin América
Latina.
Fuente: https://jacobinlat.com/2022/06/28/el-feminismo-latinoamericano-se-hizo-fuerte-en-las-calles/