Hoy, 17 de octubre se conmemora el 70 aniversario del derecho al voto de las mujeres en México. Y este año cobra especial relevancia porque estamos ante la probabilidad de que, por primera vez en México una mujer sea presidenta.
Es cierto que hemos tenido seis candidatas previamente: Rosario Ibarra de Piedra, por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (1982 y 1988); Marcela Lombardo, por el Partido Popular Socialista (1994); Cecilia Soto, por el Partido del Trabajo (1994); Patricia Mercado, por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina (2006); Josefina Vázquez Mota, por el Partido Acción Nacional (2012) y Margarita Zavala Gómez del Campo, como candidata independiente (2018).
Pero, salvo en el caso de Josefina, ninguna tuvo posibilidades reales de llegar, dado que sus partidos no tenían fuerte presencia nacional.
Esta vez, al parecer -porque aún no ha iniciado el registro de candidaturas- tanto el partido en el poder como los partidos de oposición en coalición, postularán a mujeres.
¿Cómo llegamos a este punto?
No fue porque un buen día los líderes partidistas amanecieron inundados de espíritu igualitario y democrático y dijeron: “Sería buena idea postular a una mujer esta vez”.
Así como tampoco fue cosa de encontrar de buen humor a Adolfo Ruiz Cortines y pedirle que fuera tan gentil de enviar un decreto que reconociera el voto de las mujeres en nuestro país.
Hay una larga y fascinante historia de las acciones de las mujeres mexicanas por conseguir primero el voto (acciones que van de 1824 a 1953); luego para obligar a los partidos políticos a que nos postularan a cargos de elección popular mediante cuotas (1993-2008) y después por la paridad (2012-2019).
Y todo ese camino ha sido abierto con alianzas entre mujeres, particularmente feministas. Con organizaciones formales o informales. Estableciendo pactos entre organizaciones feministas y mujeres políticas, en especial legisladoras -feministas o no-.
Abrimos ventanas y luego puertas contra viento y marea, incluso contra viento huracanado. Porque las resistencias de muchos hombres a que las mujeres tengamos poder en pie de igualdad siguen vigentes como en el siglo XVIII.
Y, sin embargo, hoy tenemos más que nunca en nuestra historia, gobernadoras, presidentas municipales, síndicas, regidoras, diputadas federales, senadoras, diputadas locales, consejeras electorales, magistradas en los tribunales.
Es decir, hemos abierto puertas en lo federal, en lo estatal, en lo municipal y en organismos autónomos.
Y no hemos terminado. Porque la paridad no ha echado raíces, porque se aprovecha la menor oportunidad para querer dar marcha atrás. Y eso sin contar con la enorme piedra en el camino que representa la violencia política contra las mujeres en razón de género.
Por eso hoy, más que nunca, se hace necesario recordar y hacer inventario de lo que hicimos con la herencia que nos dejaron las sufragistas.
Y por eso al respecto escribí un libro junto con mi socia Teresa Hevia, que pronto saldrá a la venta en forma digital. ¡Ya le contaré!
Recordar, honrar a las sufragistas, someter la herencia a inventario, nos permite entender el presente, saber cómo llegamos hasta aquí, dónde es “aquí”; pero también nos ayuda a mirar el horizonte, a trazar el futuro.
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