Es un reto inmediato que superar por el movimiento feminista y las
fuerzas progresistas. Junto con el análisis de esta encrucijada hay que
realizar una valoración más general.
Acabo de publicar el libro “Feminismos.
Retos y teorías”. Desde el año 2018, con
la reactivación feminista, de forma dubitativa y gradual he ido
analizando esta interesante y compleja realidad y estudiando sus
fundamentos teóricos. Tenía dos motivos específicos, uno
sociopolítico y otro teórico.
Una nueva experiencia sociopolítica: la cuarta ola de
reactivación feminista
El primero deriva de la nueva y masiva dimensión de la activación
feminista, llamada la cuarta ola y de carácter internacional, que
emplazaba a la intelectualidad crítica y al activismo feminista y
progresista a una profundización analítica de sus características,
sus causas y su impacto en el actual contexto sociopolítico,
cultural y estructural. Desde ese punto de vista, me servían, con la
correspondiente adaptación, los criterios teóricos y la
investigación de la sociología crítica, particularmente, sobre los
movimientos sociales y sus procesos de identificación, el impacto de
la crisis socioeconómica y las políticas regresivas de austeridad y
recortes sociales, la dinámica sociopolítica y de la protesta
social desde 2010 y la reconfiguración político-electoral del campo
progresista. Son elementos que situaban el marco del relanzamiento
feminista. Así que me incorporé a la investigación sistemática
desde la Sociología del género, desde una perspectiva crítica,
sociohistórica y multidimensional, muy limitada entre la
intelectualidad feminista.
Como explico en el libro, se entrelazaban tres procesos de
desigualdad social y desventajas por sexo/género, que empeoraban la
discriminación de las mujeres, daban signos de estancamiento cuando
no de retroceso y chocaban con la cultura y las expectativas
igualitarias, especialmente, ente las mujeres jóvenes: las dinámicas
de precarización y segmentación del mercado de trabajo con las
brechas salariales y laborales, junto con el sobreesfuerzo femenino
por los cuidados y la reproducción social, agravado por el deterioro
del Estado de bienestar y los sistemas públicos de protección
social, así como la desigualdad en la representación y el
reconocimiento femenino; la coacción de la violencia machista para
seguir imponiendo la continuidad y el refuerzo de los privilegios
masculinos y la subordinación femenina, y la marginación por
motivos de opción sexual o de género, que dificultaba la libre
expresión y libertad de mujeres y colectivos LGTBI.
Constituyen los tres grandes ejes de la problemática específica
femenina y los desafíos para la necesaria transformación feminista,
agotadas las políticas institucionales y normativas anteriores, por
falta de operatividad reformadora sustantiva y algunas con elementos
contraproducentes, como el punitivismo y el puritanismo existentes.
Además, esta activación feminista y la acción reformadora
progresista se han enfrentado a una fuerte reacción conservadora,
regresiva y autoritaria de las derechas extremas e instituciones
patriarcales que pretenden bloquear los avances en derechos y el
cambio de actitudes, mentalidades y relaciones igualitarias y libres.
Desde el punto de vista sociopolítico, dentro del feminismo, he
distinguido dos grandes corrientes: una moderada, basada en cierto
formalismo y retórica pero adaptativa a las inercias desiguales y
con mejoras muy limitadas y simbólicas, dominante entre las
anteriores élites institucionales de influencia socialista; y otra
transformadora, mayoritaria en el movimiento feminista de base, con
fuertes exigencias reformadoras de carácter igualitario. Desde la
influencia cultural e ideológica, dentro de cierto eclecticismo y
pragmatismo, persisten las grandes corrientes filosóficas y de las
ciencias sociales: socioliberalismo, estructuralismo y pensamiento
postmoderno, cuyas aportaciones y deficiencias analizo en el libro.
Una reflexión crítica, sociohistórica y multidimensional
El segundo motivo para esta reflexión crítica es de carácter
teórico. Además de esta tarea interpretativa y de análisis
concreto, toda esta gran experiencia colectiva de la masiva
activación feminista, con exigencia de cambios sustantivos y reales,
ha manifestado otro reto significativo: su carácter reformador a
gran escala y su valoración teórica. Está interrelacionado con la
pugna por su representación social y política, así como por su
orientación sociopolítica, su sentido cultural e ideológico, su
vinculación con las estrategias de cambio, sus alianzas y su
interseccionalidad.
Así, la masiva experiencia práctica del conflicto relacional ha
desbordado la rigidez doctrinal y los intereses corporativos de la
anterior élite feminista con posiciones de poder institucional,
académico y mediático. Ante el resquebrajamiento de su credibilidad
e influencia algunos sectores han reaccionado de forma fanática y
sectaria, intentando apropiarse de la representación del llamado
sujeto mujer, de forma abstracta para tapar su desarraigo en el
sujeto sociopolítico feminista real y de gran influencia social,
cultural y política.
Pero, también, esta ola participativa ha manifestado la dificultad
interpretativa y estratégica de algunas de las nuevas activistas e
intelectuales feministas, así como la inercia doctrinal de muchas
veteranas muy dependientes de los esquemas de las distintas
corrientes socioliberales, estructuralistas o postmodernas y la
comodidad de su estatus. Se puede decir que el movimiento, la
práctica social masiva junto con las activistas de base que han
impulsado esta reactivación participativa, ha ido por delante de las
distintas élites feministas -o aspirantes a serlo- y, en particular,
de la teoría feminista y la orientación estratégica.
Dicho de otra forma, la mayoría de los millones de personas que han
participado en las grandes movilizaciones feministas y los miles de
mujeres activistas de base, más organizadas y estables, han
demostrado un carácter realista y firme, un gran consenso de fondo
en torno a esos grandes ejes reivindicativos -aparte de algunos temas
controvertidos como la prostitución- dentro de una diversidad de
sensibilidades y problemáticas, así como un tono unitario y
democrático, en contraste con actitudes minoritarias intransigentes
o prepotentes. En ese sentido, es una tendencia que enlaza con un
feminismo realista, relacional, crítico y transformador como el aquí
defendido.
Los ejes reivindicativos inmediatos y los repertorios de acción, así
como los nuevos cambios normativos aun con sus límites, han sido, en
general, acertados y suficientes para sostener esta dinámica
expresiva y de avance en derechos; incluida la ley de libertad
sexual, a pesar de su regresiva reforma punitivista. Pero esta
dinámica ha demostrado una significativa limitación y fragilidad
para avanzar en los dos planos: fortalecer la articulación cívica
feminista y consolidar el proceso de reformas estructurales
-preventivas, institucionales, protectoras, socioeducativas…- y su
aplicación.
Es preciso potenciar un enfoque relacional, sociohistórico,
democrático, multidimensional, popular y crítico, fundamental para
interpretar la experiencia práctica feminista, sistematizarla con
una visión integradora de conjunto y fundamentar sus estrategias de
carácter igualitario-emancipador, renovando las mejores tradiciones
feministas, progresistas y de las izquierdas transformadoras. Se
trata de hacer frente a los retos sociopolíticos y estratégicos del
feminismo y el proceso de cambio progresista, así como promover el
propio debate plural y unitario entre las personas más activas e
inquietas intelectualmente, y articular y dar mayor cohesión a la
acción colectiva feminista.
Así, por mi parte, he pretendido contribuir modestamente a superar
esas insuficiencias en el doble plano analítico y teórico, para
consolidar un feminismo transformador igualitario-emancipador, hilo
conductor de carácter sociopolítico por un cambio global de
progreso. En ese sentido, expongo de forma sintética algunas
controversias teórico-políticas explicadas en el libro.
Controversias feministas teórico-políticas
Las desventajas y la desigualdad por sexo/género persisten y esa
grave realidad de discriminación justifica la activación feminista
y la exigencia de reformas profundas, estructurales, relacionales y
culturales. Frente a su infravaloración o su negacionismo se hace
imprescindible el fortalecimiento del cambio feminista, junto con una
dinámica transformadora de conjunto.
El movimiento feminista, en sus dos niveles, más restringido y más
amplio de las personas partícipes en la acción por la igualdad y la
libertad de las mujeres, tiene un carácter social y cultural. No es
un movimiento identitario, en el sentido de excluyente o insensible
ante otros procesos discriminatorios, sino que desde sus inicios hace
más de dos siglos tiene, mayoritariamente, un componente
universalista y solidario por un cambio de progreso. Y todavía más
con esta cuarta ola feminista, inserta en un proceso de cambio global
con dinámicas democratizadoras, interseccionales y populares. Así,
apunta a la eliminación de los privilegios patriarcales de estatus y
poder, amparados en el orden social e institucional establecido, y
beneficia al conjunto de la sociedad, a su convivencia con unas
relaciones justas.
El feminismo como corriente participativa en la acción igualitaria y
emancipadora, es un actor social y cultural fundamental para las
mujeres y colectivos LGTBI, en situación de mayor discriminación y
subordinación en razón a su sexo/género u opción sexual. Pero
también es un estímulo para el cambio de mentalidades, actitudes y
posiciones del resto de la humanidad, basadas en el respeto mutuo, la
igualdad y la reciprocidad.
Los procesos de identificación feminista se generan a través de una
experiencia duradera, individual y colectiva, en esa acción
igualitaria y emancipadora. La identidad feminista deriva de la
participación y la colaboración prolongadas en ese proceso
relacional, solidario y cooperativo. Tiene un sentido sociopolítico
y cultural colectivo, de pertenencia a un grupo social definido,
sobre todo, por su práctica social emancipadora y de apoyo mutuo,
asociada a una realidad discriminatoria, unos objetivos
transformadores y unos valores de igualdad, libertad y solidaridad.
Por tanto, la identidad feminista, como expresión del reconocimiento
y pertenencia a un grupo social, depende de ese comportamiento
duradero -aunque puede ser reversible, con altibajos y actitudes
mixtas-, junto con la interconexión con otras identidades parciales
(de clase, étnico-nacional…) que conforman la identificación
múltiple de la persona o grupo social, cuyo equilibrio e
intersección se expresa con diferente intensidad según los
contextos, y vinculados con otras características neutras o
superpuestas, como la propia ciudadanía universal y las
características comunes como seres humanos, transversales o
compartidas, y que no encajan en la diferenciación ideológica o de
sexo/género.
En consecuencia, no deriva solo de la condición de ser
-biológicamente- mujer o sufrir discriminación por la imposición
de su papel social subalterno, aunque son factores de vivencia de la
realidad que condicionan. Así, es distinta de la identidad de
género, y se aleja de las versiones biologicistas o deterministas,
para poner en primer plano la propia actividad relacional en la
conformación de su identidad sociopolítica feminista.
En ese sentido, en nuestra identificación, en la definición de
quiénes somos, influye más lo que hacemos, nuestras relaciones
sociales y la posición o estatus público y privado. Cobra mayor
dimensión la realidad del presente, el devenir personal y
relacional, aunque condicionado por el pasado y su impacto y por el
futuro y sus expectativas y aspiraciones que, a través de la propia
voluntad, pueden ir marcando su trayectoria individual y colectiva.
Pero la identidad colectiva, lo que somos, no la conforman
prioritariamente las ideas o discursos -aun admitiendo su influencia
performativa- sino, al decir convencional, los hábitos y costumbres,
o en la versión postmoderna, la repetición de las normas
relacionales, que configuran el comportamiento y el estatus real y
reconocido, personal y socialmente.
Así, llegamos a los fundamentos de la sociología y la
historiografía críticas, con la relevancia de los hechos sociales,
el estatus y la experiencia relacional, condicionados por los
contextos económico-estructurales, político-institucionales y
socioculturales, así como convenientemente sentidos, interiorizados
e interpretados desde los derechos humanos o los valores
democráticos.
Estamos hablando de unas identidades sociopolíticas y
socioculturales conformadas socialmente con sus trayectorias vitales;
es decir, no están determinadas por una condición biológico-étnica
o económico-estructural, ni forman parte de una naturaleza esencial.
Tampoco son unas identidades definitivas y estáticas. Pueden ser
variables y con distinta intensidad de su expresión, según momentos
y circunstancias. Pero están configuradas por esa trayectoria y
estatus vital, por esa experiencia relacional prolongada, en la que
interviene la voluntad y decisión personal y grupal.
Por tanto, es unilateral el irrealismo de sobrevalorar las ideas y la
subjetividad en la construcción identitaria, al igual que la
confusión de la identidad con una simple decisión sobre la
representación externa de un papel social. E, igualmente, es errónea
la interpretación de que de su condición material, biológica o
económica, se deriva automáticamente su conciencia y actitud
política. El sentido de la realidad social y las mediaciones
institucionales y socioculturales son fundamentales.
En consecuencia, la identidad feminista es positiva, ética y
políticamente, y hay que fortalecerla, precisamente frente a la
identificación machista, que es su oponente conservador, opresivo y
reaccionario y, por tanto, negativa y a superar. La posición de ir
más allá de la identidad feminista, a veces entremezclada con la
identidad de género, puede conllevar la neutralidad o
contemporización con el machismo y las desventajas femeninas. O
bien, desplazar el foco de la tarea fundamental que conlleva la
liberación de las mujeres y distanciarse de la actividad mayoritaria
del feminismo y su representación pública.
La identificación feminista supone un sentido de pertenencia grupal,
una cooperación solidaria, que no cohíbe la libertad individual; o
sea, no es contradictoria con la autoafirmación individual sino todo
lo contrario, integra el doble componente del ser humano, el
individual y el social. Su carácter solidario, comunitario y de
reciprocidad es garantía de reconocimiento personal y apoyo del
vínculo social de las personas y de la acción
igualitaria-liberadora.
Infravalorar la necesidad de fortalecer la conciencia e
identificación feministas lleva a desvalorizar el reconocimiento y
la formación del propio sujeto feminista como agente transformador
de las relaciones de desigualdad por sexo/género; o bien, a alejarse
de la dinámica real de la acción igualitaria-emancipadora del
movimiento feminista actual, en pro de otros objetivos particulares o
el simple individualismo, impotente para las personas en desventaja.
El incierto futuro y su impacto feminista
No es momento de detallar un balance general, que explico en el texto
hasta el último conflicto sobre la reforma de la ley del ‘solo sí
es sí’, con la incertidumbre de que este proceso de cambio
político-estructural feminista puede haber tocado techo por el freno
institucional dominante. Solo hago una consideración general en
cuanto a las perspectivas y desafíos para superar el posible
bloqueo.
Independientemente de los resultados de las inmediatas elecciones
generales, con la deseable victoria de las fuerzas progresistas y la
nueva composición del Gobierno de coalición, es imprescindible
abordar un nuevo impulso reformador en los dos planos, de gestión
institucional y normativa y de la articulación más consistente del
propio movimiento feminista. Se trata de seguir reequilibrando las
inercias desigualitarias de todo tipo frente al riesgo de
estancamiento, con la falta de implementación real y sustantiva de
las políticas públicas feministas, incluidas las últimas
aprobadas, y el peligro de retroceso o inaplicación.
Desde mi punto de vista tiene que ver, sobre todo, con el campo de la
igualdad efectiva entre hombres y mujeres en todos los ámbitos:
relacional, socioeconómico y laboral, de estatus, cultural y
simbólico, así como de reconocimiento y representación en las
estructuras sociales y de poder. Y más allá de las reformas
parciales implementadas y contando con el agotamiento reformador, las
dificultades de la negociación colectiva y el bloqueo empresarial de
la Ley de Igualdad, habría que apostar, conjuntamente en los dos
planos, la activación feminista y la gestión
político-institucional, por un nuevo proyecto transformador
igualitario, articulado y de conjunto, para la nueva etapa.
En definitiva, el desafío es claro e imprescindible, según el nuevo
equilibrio gubernamental y político-social del feminismo y las
fuerzas progresistas: afrontar los riesgos del simple continuismo con
las inercias dominantes que mantienen una arraigada desigualdad de
género o los peligros de involución reaccionaria; prevenir la
consecuencia de cierta frustración feminista tendente hacia la
pasividad respecto del cambio colectivo y con la individualización
de las demandas y la acción liberadora; así como fortalecer la
dinámica igualitaria-emancipadora del feminismo, en el conjunto del
proceso transformador del país.
Desde la diversidad cultural-ideológica y la relativa fragmentación
organizativa del feminismo, es legítima la aspiración a construir
una determinada corriente sociopolítica diferenciada, o tener más
peso en la representación y orientación del conjunto. Es el
contexto de la dura pugna discursiva y de influencia entre distintos
grupos y élites feministas, que exigiría un mayor respeto al
pluralismo democrático y un talante unitario y constructivo.
El núcleo más duro del feminismo institucional anterior, de
impronta socialista, ha estado desbordado por las insuficiencias de
su gestión formalista o superficial y está quejoso de su papel
subalterno en todo este proceso de la cuarta ola feminista, junto con
la prevalencia institucional de Unidas Podemos en el Ministerio de
Igualdad; pero no ha podido impedir ni reorientar -a pesar de sus
intentos divisionistas y distorsionadores- la dimensión mayoritaria
del feminismo transformador, ni el avance en derechos feministas…
hasta el freno práctico y simbólico de la reforma de la ley del
‘solo sí es sí’, aunque ha necesitado de su combinación con la
ofensiva político-mediática de las derechas y la implicación de la
propia dirección socialista. Así, con la vista puesta en el nuevo
ajuste gubernamental, no ceja en su empeño de retomar su
protagonismo dirigente en la próxima etapa política.
No obstante, la dirección socialista deberá buscar una solución
menos traumática y regresiva, en el marco del nuevo gobierno
progresista de coalición -y siempre que las fuerzas progresistas
ganen a las derechas-. En ese contexto de adaptación a los
equilibrios políticos e institucionales que se están configurando
es cuando aparece la posibilidad de conformar una orientación
política y una gestión institucional moderadas, corrigiendo la
dinámica transformadora y de avance de derechos de esta legislatura
y con otra representación. En todo caso, el sentido de la política
pública feminista y la continuidad de su gestión institucional está
en entredicho, y va a depender del peso representativo de la
izquierda transformadora y la unión de Sumar+Podemos, en el nuevo
Movimiento Sumar, y su equitativo reflejo gubernamental.
Por otro lado, en el campo social y cultural, aparte de los riesgos
de cierta frustración feminista por la posible impotencia
reformadora desde las nuevas instituciones públicas, combinada con
la indignación y la oposición cívica en el caso de una involución
derechista, hay otra tendencia moderada en marcha: la adaptación a
ese estancamiento transformador y el escapismo articulador hacia la
simple actividad cultural y discursiva que legitime a sus
representantes, pero sin cambios sustantivos.
Se combinaría así la aspiración individualista de idealizar el
discurso y sus portavoces como fuente de construcción de una
realidad sociopolítica, un nuevo postfeminismo que encaje con un
contexto normalizador del cambio de progreso, junto con una
adaptación al marco del esperado equilibrio de fuerzas sociales y
políticas con un papel secundario de los movimientos sociales, en
este caso la propia movilización feminista, y la izquierda
transformadora.
En resumen, en los próximos meses confluyen las dos dinámicas, la
pugna por la consolidación o el retroceso feminista, en la
interacción entre los dos campos, el social y el
político-institucional. La estrategia progresista debería estar
clara: ampliar la conciencia e identificación feminista, no
difuminarla; debilitar el machismo y la reacción ultraconservadora;
consolidar el propio movimiento feminista en cuanto sujeto
sociopolítico y cultural; fortalecer el cambio feminista de las
relaciones de desigualdad y discriminación por sexo/género en un
proceso reformador global de carácter igualitario y democrático.
En ese sentido, queda pendiente una reflexión sobre la dinámica
transformadora y el papel de los movimientos sociales y,
específicamente, su carácter interseccional como movimiento cívico
unitario y progresista, con su correspondiente colaboración y su
autonomía respecto del proceso político-institucional y la trayectoria
de las fuerzas políticas progresistas en la próxima etapa, con el
impacto deseable de una mayoría gubernamental de progreso, unitaria y
feminista.
Antonio Antón. Miembro del Comité de Investigación de Sociología del Género de la Federación Española de Sociología (FES)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.