“Xóchitl es culpable de muchas cosas, pero no es la principal responsable de la derrota electoral del frente opositor”.
Las imputaciones a Xóchitl me remiten a la gran novela Ensayo sobre la Ceguera del portugués José Saramago. Ésta comienza con un hecho fantástico: los habitantes de una pequeña ciudad comienzan a quedarse progresivamente ciegos. Es una ceguera blanca que, como epidemia, va extendiéndose por cada rincón de la ciudad. No hay explicación aparente. Todo sucede de un momento a otro. Como es natural, pronto comienzan a buscarse culpables, chivos expiatorios que son señalados como responsables del inexplicable hecho. Así comienzan las peleas de los unos contra los otros.
La epidemia de ceguera que retrata la novela de Saramago es una buena metáfora del estado de la oposición. A palos de ciego, y sin dirección, apuntan con el dedo a Xóchitl Gálvez. Es ella la culpable de la ceguera, afirman.
Seamos serios.
Xóchitl es culpable de muchas cosas, pero no es la principal responsable de la derrota electoral del frente opositor. Esa estaba cantada desde hace mucho. En pocos meses era imposible remontar el desprestigio acumulado de años de los partidos que la abanderan. Culpar a Xóchitl de la ceguera es injusto. Y mezquino.
¿De qué sí es culpable la candidata? De errores elementales, pero ninguno definitorio. Pudo no haber avalado el fraude partidista y forzar a una elección primaria contra Beatriz Paredes. Es verdad. Esa simple acción, a la que temió su círculo cercano, hubiera dotado de algo de legitimidad su frágil candidatura.
Pudo haberse rodeado, como lo prometió en un principio, de ciudadanos libres en lugar de permitirse quedar atrapada entre las garras de los dirigentes partidistas. Avalar con su silencio las listas de candidatos plurinominales del PRI y el PAN fue una de tantas pruebas de su debilidad.
Xóchitl tuvo la oportunidad de alzar la voz contra los acuerdos de Marko Cortés en Coahuila y quitarse —al menos en parte— la carga que implica caminar al lado de un aprendiz de bandido. Y, claro, en el camino pudo no haberse comportado como una improvisada: no involucrar a su hijo en la campaña, realizar un debate medianamente decente y no cometer errores infantiles en cada oportunidad.
Claro, pudo haber sido mejor candidata (o menos peor). ¿Pero, habría hecho alguna diferencia? Sostengo que no. Esa candidatura nació condenada. La alianza entre el PRI y el PAN se fraguó entre la deshonestidad y la desvergüenza con un único objetivo: vencer a López Obrador. Y, a estas alturas, ya debió haberle quedado claro a los dirigentes partidistas que eso no es suficiente para ganar una elección.
Hacia el futuro, mal haría la oposición en fijar el fracaso de su resultado electoral en Xóchitl Gálvez. Cometerían el mismo error que en 2018: interpretar su derrota como un “accidente histórico” (Beatriz Paredes, dixit) y no como una manifestación de un cambio profundo en la sociedad.
Queda poco más de un mes para el 2 de junio. Como es inevitable, comenzarán los ataques ad hominem contra la candidata. Olvidarán, sin embargo, que antes de la llegada de Xóchitl a la vida nacional, la ceguera ya estaba ahí.
Carlos A. Pérez Ricart
Carlos A. Pérez Ricart es Profesor Investigador del CIDE. Es uno de los integrantes de la Comisión para el Acceso a la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (COVeH), 1965-1990. Tiene un doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín y una licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Entre 2017 y 2020 fue docente e investigador posdoctoral en la Universidad de Oxford, Reino Unido.
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