EDITORIAL LA JORNADA
Ante estos anuncios, cabe congratularse por la partida de Salazar, quien arribó a México en 2021 con una actitud constructiva y prudente y desempeñó su cargo de manera eficaz hasta este año, cuando dio un vuelco en su comportamiento que lo llevó a incurrir en estridencias totalmente impropias de un diplomático y tóxicas para lo que él mismo denomina la relación bilateral más importante del mundo. En este giro, hizo declaraciones injerencistas fuera de lugar y de tono, hasta el punto de que se anuló a sí mismo como interlocutor de Palacio Nacional con la Casa Blanca, y hoy despacha en un papel disminuido al haberse enajenado el respeto y la confianza tanto de las autoridades como de la sociedad mexicanas. Será difícil olvidar los extremos a los que llegó en los meses recientes, en que el gobierno federal debió cumplir con el ingrato deber de recordarle a un embajador los límites y los códigos a los que debe atenerse.
La nominación de Johnson no es muy halagüeña para las perspectivas de
retomar la cordialidad y el buen entendimiento en los vínculos
mexicano-estadunidenses. El coronel fue uno de los 55 militares de su
país que asesoraron a los gobiernos genocidas de El Salvador en la
década de 1980, en el transcurso de la cual Washington ideó los escuadrones de la muerte
que aniquilaron a opositores reales o imaginarios, incluidos los
sacerdotes adherentes a la opción preferencial por los pobres. También
estuvo en los Balcanes en la década de 1990 como parte de un equipo de
la CIA, es decir: participó en las maniobras estadunidenses para inducir
el odio étnico en la antigua Yugoslavia y partir a esa nación en
pequeños países militarmente débiles y fácilmente manipulables, un
procedimiento que hoy se conoce como balcanización. Al retirarse de las
fuerzas armadas continuó trabajando para la CIA, en particular como
enlace con el Comando Sur, la sección del Departamento de Defensa
encargada de la política imperialista en toda América Latina y el
Caribe, excepto México, adscrito
al Comando Norte.
Aunque dichos antecedentes brindan poca tranquilidad en cuanto a las intenciones de Trump en su relación con México y a la conducta que desplegará Johnson en su cometido, lo cierto es que el pronóstico permanece reservado. El cariz que cobre su misión será definido no sólo por sus deseos o los del magnate, sino también por la dinámica de las relaciones, las condiciones estructurales y coyunturales, y las posturas adoptadas por el gobierno mexicano. A final de cuentas, en 2016 Trump ya usaba el mismo discurso y manifestaba idénticos propósitos de emplear la economía como arma política, pero su enviado, Christopher Landau, trabajó de manera discreta y eficiente en mantener abiertos los canales de comunicación.
Cabe desear que el próximo representante de Estados Unidos en México sepa mantener el respeto y el decoro consustanciales a su tarea diplomática; y confiar en que, de no ser así, el Estado mexicano pondrá un alto a cualquier salida de tono.
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