9/13/2010

En defensa de López

Hermann Bellinghausen
El manoseo de los héroes es una constante. Producto de confrontaciones violentas en los siglos XIX y XX, no debe sorprendernos que aún así despierten pasiones, si en su tiempo fueron ejecutados, casi todos a traición, por sus enemigos (que sin pecar mucho de simpleza, al ser enemigos suyos –realistas, porfiristas, huertistas–, vienen siendo los nuestros). En sentido contrario al sentido común de nuestra historia, el régimen calderonista ha hecho un uso desapegado e irresponsablemente suntuario de la oportunidad bicentenaria. En este contexto, la súbita vocación de escritores, cineastas, músicos y productores de telenovelas por los-héroes-que-nos-dieron-patria puede no ser sólo oportunista, aunque en buena medida lo es.

Y bueno, ya que había estímulos, recursos y ambiente institucional propicio, ¿por qué no hubo quien siguiera los pasos de Jorge Ibargüengoitia? No sólo es el más brillante autor de novelas históricas en los pasados 50 años. Además lo hizo con afortunado sentido del humor, algo que en este año Bi parece perdido (salvo raras excepciones, como Tepito Arte Acá o Jesusa Rodríguez). ¿O será que no estamos para chistes?

La carretada de novelas biográficas sobre próceres y uno que otro villano que inunda vitrinas y estanterías de aeropuertos, Sanborns, supermercados y las pocas librerías de verdad que quedan, parece sujeta a un guión predecible. Tú tal héroe, tú tal heroína. Tanto por tantas páginas. Eso resulta plausible para un proyecto cultural, válido como otro cualquiera si produce buena literatura. No es intención de esta nota dictaminar al respecto. Como sea, la solemnidad predomina en las nuevas novelas, películas, telenovelas y hasta historietas onda Los Cuatro Fantásticos Tricolores o la Liga de Superhéroes con el atormentado cura Morelos en el papel de Batman.

¿Por qué nadie ha rescatado la fábula independista de Cuévano del malogrado Ibargüengoitia? (Bueno, al parecer la cinta de Antonio Serrano, de inminente estreno, Hidalgo, la historia jamás contada, sí la tomó en cuenta. Será excepción.) ¿Los relámpagos de agosto para hablar de la Revolución, o tan siquiera la botana fársica de El atentado? No se han visto promoción o ediciones masivas de dichos libros, ni a nadie parafrasear, recomendar, parodiar o plagiar Los pasos de López, no sólo la más divertida versión de la aventura de los conjurados de Guanajuato, también, probablemente, la más cercana a la verdad. Nos demuestra que la Historia se hace de buenas y malas intenciones, de malentendidos, casualidades, planes abortados, olvidos y metidas de pata.

Periñón (o sea López), el Hidalgo de Ibargüengoitia, es el padre verosímil de una patria que produjo también a Cantinflas, Tin Tan, Novo, Monsiváis y el propio Ibargüengoitia. El país que derivó a la picaresca involuntaria o cínica del PRI, y a la lamentablemente voluntaria de los prelados y la ultraderecha de un tiempo a esta parte en poder del gobierno federal, hoy llamado Los Pinos (y más que nunca se antoja decirle Los Pinochos).

¿Qué nos impide imaginar la Independencia o la Revolufia con el lenguaje y la actitud de La familia Burrón? Los héroes no son de palo ni su gloria está en un puñado de atribuidos huesos. En tiempos oscuros como los actuales –aunque lampareados con fuegos pirotécnicos de clase mundial– sería de agradecer algo de ironía e irreverencia. Si volviéramos al país de las tandas y las carpas seguramente nos sentiríamos más libres que bajo la actual nueva democracia, producto de una presunta transición que nunca pasó por donde viven los indígenas, ni por los barrios urbanos, ni por las franjas fronterizas. Somos, en cambio, un país militarizado, y el más desigual del mundo, lo cual es el peor de los muchos récords horribles que ostentamos.

Con todo lo que la riega en la novela, Periñón se mantiene rebelde hasta el final. Se niega a firmar su arrepentimiento, lo torturan, firma y lo ejecutan. “Dieciséis años pasaron antes de que alguien se diera cuenta de que, en el acto de contrición que le llevaron, Periñón, en vez de firmar, escribió ‘López’”, nos dice Ibargüengoitia. El primer insurgente engañó al verdugo. Hoy sabemos que engañó a la muerte.

Pero no, nos recetan aburridas telenovelas donde la historia es un melodrama tieso, y una celebración plúmbea y millonaria aderezada con una guerra de plomo real, carente de sentido para la población que la padece, sin una mística de cambio, una ideología compartible, una utopía si se quiere, o al menos un propósito común. Nos ofrecen un grito destemplado y una parada militar con marines incluidos, como si la memoria histórica y las implicaciones concretas de la Iniciativa Mérida nos dejaran ganas para el resonar de esas botas sobre el Paseo de la Reforma, la avenida Juárez o la plaza de la Constitución.

A diferencia de otros López, el de Ibargüengoitia, es uno que hace ruido todavía. Con tantita dosis suya que tuviéramos estaríamos menos mortificados.

El PAN contra los centenarios

Víctor Flores Olea
México ha puesto el grito en el cielo por las conmemoraciones: no solamente lo proyectado está en el aire y/o definitivamente pospuesto o cancelado, sino que la obra realizada es magra a no poder, microscópica y sin relevancia. ¿O alguien pudiera contradecirme? Me refiero al gobierno del PAN, naturalmente, porque diversas instituciones, sobre todo las educativas y editoriales, eventualmente han hecho esfuerzos para publicar a propósito libros de interés y calidad. (Una excepción: Televisa, con sus episodios sobre la Independencia, eficaz pero de discutible linaje histórico y artístico. Y otra excepción, en que ha brillado el interés panista: los desfiles comerciales.)

Lo sorprendente es que alguien creyera que el gobierno del PAN iba a realizar una obra de real interés en la conmemoración del bicentenario y el centenario. Hay otros que con razón se quejan de la absoluta ausencia de ideas en esta conmemoración. No podía ser de otro modo. Por mi parte no estoy sorprendido porque desde el inicio percibí que estas celebraciones, en manos del PAN, terminarían en una pequeña polvareda sin importancia.

Y no es porque otra vez el gobierno de Felipe Calderón muestre su desorganización intrínseca y su incapacidad, o no es solamente por esa razón, sino, en el fondo, porque estaba incapacitado, digamos negado estructural y vocacionalmente, existencialmente, a celebrar con cierto donaire tales hechos históricos, ya que la estirpe del PAN, su ideología de origen y su significado político se sitúan en el polo opuesto de los acontecimientos a celebrar.

Por supuesto que muchos de nosotros hubiéramos deseado que se exaltara el lado más liberal de la Independencia, su importante lado de filiación al enciclopedismo y al jacobinismo, su herencia clara de la Ilustración y de una de las revoluciones más radicales de la historia humana, que comprendió sistemas políticos y económicos, pero que también fue profundamente filosófica y cultural. Por eso Marx afirmó en una de sus principales obras de juventud que la revolución de la burguesía es la más profunda que ha vivido la humanidad hasta nuestros días.

Pero fueron precisamente los enemigos de la Ilustración quienes se opusieron a la Revolución de Independencia y quienes fusilaron a Hidalgo y a Morelos. Por la catarata de los botones de muestra que ha exhibido ya desde su fundación, me temo que el PAN, y su clero más cercano, hubieran estado más bien del lado de quienes comandaban los pelotones de fusilamiento, no de los luchadores, no de los héroes de la Independencia. Tal es una filiación remota del PAN que sigue viva y actuando de manera clara.

Por algo el PAN es un franco y prácticamente confeso heredero del partido de los conservadores del siglo XIX, que se opusieron a las leyes de Reforma y a Juárez. ¿Acaso el gobierno del PAN ha hecho, ya no digamos una conmemoración, sino siquiera una discreta alusión a las Leyes de Reforma, que se proclamaron en septiembre de 1860, en Guanajuato, y que cumplen en este mismo mes 150 años de promulgación? Al contrario, en su actuar arropa y tolera a todos los enemigos a veces implícitos, otras explícitos, del laicismo y de la separación de la Iglesia y el Estado, que fueron la vena profunda de tales leyes.

Y para qué hablar de la Revolución, ya que los fundadores del PAN, en que había ciertos mexicanos ilustres, expresaron desde los primeros momentos su alejamiento y hasta su repudio de los principios de la Revolución Mexicana en su versión también más liberal y popular, social. No es casual que la fundación del PAN, que se llevó tiempo madurar, fuera en 1939, no demasiado después del gobierno de Lázaro Cárdenas, del cual difirieron ruidosamente, sobre todo con respecto a la nacionalización del petróleo, a la reforma agraria y al obrerismo. Explícitamente declararon estar en contra de los caudillos de la Revolución; en realidad, se alejaron y opusieron (siguen haciéndolo) al aspecto social de la Revolución, que inevitablemente tenía y tiene una carga estatista. Por ello al correr de los años parte importante del empresariado mexicano se sumó políticamente al PAN.

Claro está que en la celebración del centenario de la Revolución se hubiera deseado una exaltación actualizada de su vena social, sobre todo en los aspectos educativo y de salud, una definición contra la concentración desmesurada y abusiva de la riqueza, una actualización de los principios vertebrales de la política exterior, y tantas otras materias que dan pie hoy a la necesidad de una transformación profunda del país.

Pero nada de eso podía esperarse ocupando el sitial más alto de la República un partido y un panista particularmente cortos en su visión histórica, un partido y un presidente manifiestamente reaccionarios y absolutamente incompatibles con los aspectos más progresistas de la Revolución de 1910.

De tal partido y gobierno únicamente podían esperarse la desmemoria y el olvido, la distracción y el ocultamiento, para no hacer énfasis en el real significado de las revoluciones de Independencia y de la liberal-social y antimperialista de 1910.

Lo anterior explica que no se haya realizado nada importante por parte de un partido y de su gobierno, en el fondo y en la superficie opuestos y enemigos de las vertientes más revolucionarias y progresistas de la Independencia y de la Revolución Mexicana. El silencio tiene una causa: la real naturaleza del PAN. Que no nos sorprenda tanto, ya que en definitiva es lógico y natural.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario