Palabra de Antígona
“Hasta ahora la entrada de las mujeres a la política ha sido errática y engullida por el sistema antidemocrático. Y con todo insistimos, nos revelamos y gritamos por la democracia, en un desierto abrazador, de difícil entendimiento”
México
D.F., 02 oct. 13. AmecoPress.- Hace 60 años por fin las mujeres
pudieron votar y ser votadas. Seis décadas intensas de cambios
profundos. México en los años 50 era un país de posibilidades inmensas;
tras la segunda guerra mundial iniciamos el camino del desarrollo. Unas
cuantas mujeres, entonces de lo que hoy conocemos como partido oficial,
reunieron las posibilidades para actuar, por fin, en el mundo de la
toma de decisiones.
Pocas,
algunas, suficientes, ocuparon curules y lugares para compartir ese
anunciado desarrollo. No fue hasta 1964 que se hizo una pequeña reforma
política para que accedieran a las cámaras diputados y diputadas de
partido. Más tarde vinieron las reformas de 1977 que impulsó José López
Portillo; del 89 de Jesús Reyes Heroles, luego otras, hasta que
accedimos a un sistema de partidos y se independizó del gobierno el
órgano electoral.
La llegada de
mujeres ha sido muy lenta, hasta los años 90 no se elegían más allá de
12 por ciento. La revolución sumada de mujeres de partido y mujeres del
movimiento social y feminista fueron lentamente incursionando en ese
mundo de la política que sólo es de los hombres, sus reglas, sus
escenarios, sus proyectos. A partir de la crisis del 95, supimos que el
país se fue hundiendo lentamente, de su proceso estabilizador a ser el
campeón de la desigualdad.
Con la llegada
de Acción Nacional al poder iniciamos un proceso evidente de violencia
institucional. Una herida profunda se vive en millones de hogares de
desaparecidas y desaparecidos; se evidenció la violación sistemática de
los derechos humanos; las muertes evitables aparecieron nítidamente,
las reglas y las leyes mostraron su inoperatividad. Las mujeres
identificamos desde 1993 el prominente y lastimoso asunto de la
violencia feminicida, sin retorno y sin justicia.
Los sectores
sociales, la protesta, el levantamiento de demandas ha ido revelando
esta construcción de ciudadanía, a veces desviada, con frecuencia
recurrente en la demanda de democracia y libertad; llena de escollos y
dificultades. Pero millones de mujeres viven en la ignorancia de sus
derechos y en la penumbra de la pobreza, y la desigualdad.
Hoy, cuando
festejamos haber conseguido en 1953 el voto ciudadano, tenemos que
reconocer una urdimbre de avances jurídicos y una base de desgracias,
sistemáticas y acumuladas: las más pobres entre los pobres; sujetas del
proceso devastador de la violencia; víctimas de la estulticia urbana
que ha descubierto el agua, un sin número de atrocidades y corrupción.
Casas construidas en zonas de alto peligro, carreteras destruidas
porque quién sabe qué materiales usaron sin control, caminos que nunca
se terminaron, comunidades que se aislaron y hoy aparecen en las
pantallas de televisión como enclaves insultantes de un sistema
inoperante hacia la justicia social y profundamente exitoso en la
acumulación de la riqueza para unos cuantos. País atorado.
Las mujeres
han ratificado su deseo de poder. Los grupos civiles de mujeres han
descubierto el diagnóstico de los pendientes: la muerte materna, la que
se levanta sobre nuestros cuerpos llenos de prohibiciones; el derecho a
interrumpir un embarazo siempre pospuesto; los sistemas patronales que
nos niegan el derecho al trabajo mientras exaltan la maternidad;
labores subordinadas y mal pagadas; diputadas y políticas a quienes se
les obstruye su crecimiento; partidos políticos de pacotilla violando
la ley o las leyes electorales.
Hasta ahora la
entrada de las mujeres a la política ha sido errática y engullida por
el sistema antidemocrático. Y con todo insistimos, nos revelamos y
gritamos por la democracia, en un desierto abrazador, de difícil
entendimiento.
Los derechos o
son derechos o son simplemente papel mojado. Contamos con un cuerpo
jurídico manco y cojo: las diputadas en los espacios nacionales y
locales se debaten entre las prácticas masculinas y antidemocráticas y
la propuesta feminista, social, abierta, también pospuesta y con
frecuencia estereotipada. Los grupos de interés con sus propias agendas
han creado una diáspora y una telaraña ininteligible. Es funcional al
sistema la desgracia de los partidos, los sindicatos y las grandes
asociaciones, para dar paso a ciudadanías restringidas a sus intereses
particulares, con pequeños grupos sin coordinación, sin programas
nacionales, sin caminos precisos.
Un gran
desafio. Tal vez por ello es tan importante el proceso emprendido para
celebrar el IX Encuentro Nacional Feminista entre el 25 y 27 de octubre
en la ciudad de Guadalajara, donde el reto es desarrollar con capacidad
autocrítica un balance de nuestras acciones y la posibilidad de
programar juntas, de crear fuerza común, de encontrarnos, comunicarnos,
actuar en forma articulada ¿Qué sigue?.
Ahora
alrededor de esta celebración estamos obligadas a un balance objetivo,
abarcador, donde no cabe la exclusión: ni es verdad que no hemos
avanzado en nada, ni es verdad que sí, que avanzamos promisoriamente.
Tendremos que analizar el yo feminista en un país devastado, sin
justicia, donde son heridas las vías del tren que traen de
Centroamérica a miles de mujeres buscando trabajo; las fronteras donde
se abusa y usa a las mujeres en ese proceso insultante de la trata;
mirar con ojos serenos y críticos la construcción de instituciones que
no nos gustan, y que hemos demandando; la manera como se legisla contra
nuestros derechos y en favor de los mismos en un proceso contradictorio
y penoso.
¿Dónde
estamos? En el espacio público de manera creciente. Somos las mismas
que enseñamos a los niños y los abandonamos por meses en las aulas, sin
que se sepa bien a bien por qué, mientras se hunde el Sistema Educativo
Nacional y los sindicatos y sus dirigentes corruptos. ¿Dónde está
nuestra palabra y nuestra acción transformadora? Tal como lo plantea la
filosofía feminista. ¿Cuáles son nuestros retos como ciudadanas con
conciencia feminista?
En un tobogán
de contradicciones en las que nos asombra el show de una figura
enajenante de la televisión, pero no hemos sido capaces de ir al fondo
de las nuevas leyes de telecomunicaciones y sólo deseamos usar a los
medios como instrumentos para nuestra propaganda o visibilidad.
Es este un
momento crucial, una oportunidad y un desafío para reconstruir nuestra
ética y nuestras acciones. Ser fieles correligionarias de quienes han
mandado y gobernado en México o recuperar nuestra ética y constituirnos
en una fuerza política, con una mirada de largo alcance, capaz de
analizar y cuantificar daños, pendientes, promesas, programas, fondos
económicos para salvar la vida material y simbólica de las Mexicanas.
Nunca antes como en este momento el país ha estado tan abierto y claro
en sus contradicciones, desigualdades, malas políticas y sin una
sociedad consciente, porque la caída del sistema educativo nacional
significa eso, ciudadanía vacía y triste.
Los frentes
abiertos para impedir la gobernabilidad deja en la lona a todas y todos
los políticos del sistema; la etapa reformista se derrumba; pero no hay
que cerrar los ojos: las protestas están diciendo algo, algo importante
a quienes detentan el poder y a quienes se oponen al poder. En ambos
lados hay un machismo y una ginopia sobre lo que somos las mujeres, que
ofrece pocas posibilidades. Los intereses económicos globales hoy, otra
vez, como hace 40 años, están demandando nuestros brazos para que se
levanten. Ver con claridad, nos ayudaría a crear un proyecto renovado
de la política feminista. Veremos.
Foto: Archivo AmecoPress.
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