‘La habitación de al lado’ es una película preciosa y no demasiado triste sobre la libertad de elegir en la vida y el derecho a decidir en la muerte.
La primera película que Pedro Almodóvar rueda en inglés destaca precisamente porque tiene su sello, incluso más que otras cuyo contexto nos pilla más cerca. La habitación de al lado es una historia en la que el director desarrolla una de sus magias, hacer que historias inverosímiles, nos parezcan no solo creíbles sino una cosa como cotidiana.
Una reportera de guerra que ha vivido como le ha dado la gana, decide morir como elige. Vidas donde los vínculos son tan intensos que o son inmunes al tiempo o tienen un drama que los rompe. Nada se diluye, sin más, como en nuestras irrelevantes vidas. Una escritora forrada. Un amante -e intelectual apocalíptico- que deriva en amigo. Misioneros maricas que follan en guerras. Todo en el universo Almodóvar es imposible y creíble a la vez, y su última película no es una excepción, aunque sea una película excepcional en su carrera.
El rodaje ha tenido que ser una fantasía, escuchando a Pedro hablar en inglés, pero la verdad es que la dirección de actrices lleva su sello. Todo lo lejos que se puede estar de las actuaciones encarnadas, hiperbólicas, tan dramáticas que rozan lo cómico -o se revuelcan en ello- de las titanas con las que ha trabajado en su filmografía, Julianne Moore y Tilda Swinton están contenidas, tentando, midiendo la expresión de emociones -seguramente por respeto a las de la otra- como nunca hemos visto a una “mujer Almodóvar”. Supongo que es así, como imaginamos por estos sures del norte global, como viven las pasiones una británica y una norteamericana, blancas, flacas, sin lazos familiares y con tibios desamores. Esas mujeres no se parecen en nada a Raimunda, ni a Pepa, ni a Leo. Ni falta que hace. Las dos actrices se curran un pas de deux que te hace estar ahí con ellas, entendiéndolo todo, haciéndote su amiga, aunque todo sea tan bello que parece de otro planeta. Uno al que nos mudaríamos.
Que el cine es una fábrica de representaciones que no tienen que parecerse a la realidad, pero tienen que parecerte reales, lo sabe Pedro Almodóvar desde antes de hacer cine. Eso se le nota. El cine de Almodóvar tiene una componente estética tan evidente y tan personal que, en las películas más representativas de su filmografía, resulta inconfundible. Y que nadie ha sabido imitar bien. Colores saturados, casas espectacularmente bellas, un poco de horror vacui, ropa de colores lisos y brillantes, adornos que se vuelven centrales, primerísimos primeros planos, mucho rojo, mucho verde. Esta película lo tiene todo. Y te lo metes todo por el culo.
Nueva York es un decorado precioso, con parques con árboles con flores, una luz sobrenatural y hospitales tan bonitos como librerías. Los jeeps de la guerra tienen su punto, los restaurantes te sirven postres que parecen centros de frutas y los gimnasios son templos futuristas. La estética siempre ha sido fundamental en el cine de Almodóvar y, en esta película, todo lo que se ahorra en actuaciones desgarradas, lo derrocha en el preciosismo de los entornos en los que las amigas esperan a la muerte. El apartamento de Martha/Tilda tiene más pinta de ser el de una galerista de Malasaña que el de una pragmática reportera de guerra sin miedo a la muerte ni aprecio por lo estético. ¿Cuántas cosas rojas puede haber en una casa? Los guiños de Pedro a su estética propia, siempre a un paso de lo kitsch, se hacen sin disimulo, como el frutero de plátanos, las hamacas, el sofá de Tilda o el plano picado que te obliga a ver la fotografía “Duelo” de Cristina García Rodero. Por no hablar de la casa a la que se retiran ¿quién no va a querer morirse ahí? Escribiendo este artículo he descubierto que una de mis creencias sobre Almodóvar estaba completamente errada: siempre he pensado que trabajaba con el mismo equipo de Arte. Y resulta que no, que esta es la primera vez que cuenta con Gabriel Liste en la dirección de Arte. Y eso significa que lo de la “estética propia” no puede ser más cierto, porque trasciende a quienes la materializan. También me ha sorprendido saber que no repite equipo en vestuario, otro de los elementos fundamentales en el universo visual del cineasta. Los abrigos, los trajes, los pijamas, hasta la ropa de estar en el hospital en esta película parecen concebidos por la misma sensibilidad que vistió La flor de mi secreto o Tacones lejanos, pero resulta que no. Bina Daigeler trabaja por primera vez con Pedro y dirías que qué difícil tiene que ser darle tu impronta a tu curro, cuando curras con una impronta humana.
‘La habitación de al lado’ no habla de la muerte, sino del derecho a decidir. Del derecho a saltarse las leyes cuando no están hechas al servicio de las vidas dignas de ser vividas
Otra de las magias almodovarianas que se cumple en esta peli es la de las mujeres extraordinarias, complejas, dispuestas a negar la moralidad hegemónica y leales como solo las mujeres y los maricas sabemos ser. Qué bonita la relación entre Martha e Ingrid. Qué cuidados, hasta el final. Qué mentiras generosas. Qué verdades en crudo, qué miedos comprendidos y qué valentías comunes. Maricas, mujeres y disidencias, las musas de Almodóvar, las que somos capaces de vivir al margen de la moral y la ley, porque en el margen construimos nuestras vidas y las redes que las sostienen. El director que confesó en la rueda de prensa el Zinemaldia que no se imagina no haciendo cine, no parece imaginarse cine sin intención de transformación.
En los últimos años, es evidente que Pedro Almodóvar ha asumido un papel activo en las reivindicaciones políticas, que enfoca tanto en la pantalla como en sus apariciones públicas. Siempre ha sido un activista -quizás sin ser consciente de ello- porque sus películas creaban vidas que hacían que las nuestras fueran posibles. Pero en los últimos años, ha adoptado una posición activa, y no hay acto en el que no aproveche su foco para hablar de lo que importa. En esta película Almodóvar no habla de la muerte, sino del derecho a decidir. Del derecho a saltarse las leyes cuando no están hechas al servicio de las vidas dignas de ser vividas. Del fundamentalismo religioso que se disfraza de sentido común para imponer sus supersticiones a la libertad ajena. De la policía, perrita faldera del sistema. Y del cambio climático y su conexión con el capitalismo. Sí, como lo lees. La primera peli de Almodóvar rodada en inglés y enmarcada en los Estados Unidos que están a punto de elegir entre el mal y el peor es crítica con el capitalismo, con la religión y con la policía.
Ya es hora de que el cuñadismo patrio abandone el postureo elitista, snob, misógino y homófobo de considerar a Almodóvar como un director de nicho o sobrevalorado. ¿O saben más ellos que el jurado del Festival de Venecia? El segundo director español en conseguir el León de Oro y el primero en hacerlo con una película de producción española nos gusta por lo mismo que disgusta a los hooligans del canon: porque nos cuenta historias que nos importan, con protagonistas que quisiéramos como amigas y donde las casas son bonitas y los pintalabios rojos.
Mira, lo que sí repite es la música de Alberto Iglesias. La banda sonora que tanta belleza se merece.
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