La película ‘Los destellos’, de Pilar Palomero, permite colarte en la vida de una familia, que podría ser la de cualquiera, y en la muerte de alguien, que ojalá fuera así la de todo el mundo.
Sigue habiendo gente (quiero decir hombres) que opina que en el cine tienen que pasar muchas cosas, todas épicas y extraordinarias. Bien, pues a los señoros que no han superado El Padrino esta película les va a parecer “lenta”. Pero ese universo en el que las películas tienen que contener “acción” (o sea, violencia y salvadores) no nos interesa. Pilar Palomero construye en Los destellos un relato íntimo y tierno y duro y triste y esperanzador y desolador, tan profundo y tan simple como lo de que “la vida son dos días, y uno está nublado”. Y lo teje con un reparto que te hace sentir que estás todo el tiempo ahí, mirándoles quererse.
No es que haga falta que una película tenga mensaje, pero las películas “buenas” -que son las que te cambian un poquito- te dejan un runrún en la cabeza y una conga de emociones que se pelean por ser la primera que reconoces, cuando alguien te pregunta qué te ha parecido la peli. Este tercer largo de Pilar Palomero, me deja con una revisión de eso de que “tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor” en la que resulta que solo hay una cosa en la vida, el amor. Porque el dinero no hace falta, siempre que haya sanidad pública (y profesionales brillantes y extraordinariamente humanos en ella, como los que Palomero escribe). Y la salud, pues es un préstamo que todas las personas vamos a acabar no pudiendo pagar. Y, en realidad, -como canta Silvio– “solo el amor alumbra lo que perdura”. Y ahí están los destellos. Porque la mayoría entendemos demasiado tarde donde está lo que brilla de verdad.
Pilar Palomero tiene un lenguaje visual propio, y una forma de hacer cine muy personal, pero que te envuelve y te hace sentir que conoces -y quieres- a sus personajes. Y eso es hacer buen cine
Pilar Palomero, que consiguió el Goya a Mejor Película y a Mejor Dirección Novel con su primera película (Las niñas, 2020) y que ha optado a la Concha de Oro con su segundo largometraje (La maternal, 2022) y con esta tercera película, se convierte en una de las directoras más importantes del cine español actual, ya solo con ese palmarés. Pero, al margen de las medidas más o menos patriarcales del éxito (¿qué son los premios, en realidad?) la directora tiene un lenguaje visual propio, y una forma de hacer cine muy personal, pero que te envuelve y te hace sentir que conoces -y quieres- a sus personajes. Y eso es hacer buen cine.
Algunos de los secretos de su manera de dirigir fueron generosa, inocente o estratégicamente desvelados en la rueda de prensa del estreno de la película en el Zinemaldia, cuando contó que los ensayos consistieron en unas “convivencias” entre las actrices y actores, en las que surgían escenas nuevas, fruto de la improvisación, y se reforzaban los vínculos personales. Y esos vínculos se pueden leer perfectamente en la pantalla. La dirección actoral es brillante. Normal que las dos protagonistas de las dos películas que ha llevado Pilar Palomero al Festival de Cine de San Sebastián hayan ganado la Concha de Plata. Y tampoco será casualidad que Pilar hable siempre en términos colectivos de un trabajo en el que parece que lo que se aplaude habitualmente es el personalismo.
Desde luego el mérito no es solo de Pilar Palomero. De entre todas las actuaciones brillantes de la película, sutiles, emocionales, creíbles hasta cuestionar la ficción, destaca el impresionante trabajo de Patricia López Arnaiz. Lo de la mirada de esa mujer, la capacidad para expresar emociones moviendo apenas los músculos de la cara, los cambios casi indetectables pero evidentes en su semblante… es que te quedarías mirándola horas solo por compartir los destellos de calma y de felicidad que encuentra en las cosas insignificantes que pasan en la vida, que son las auténticamente épicas.
Es una gozada también la Madalen que encarna Marina Guerola, obligada a madurar de golpe para gestionar los cuidados y el desamor de quienes deberían cuidarla y cuidarse entre sí.
No faltarán críticos -que saben más de guardar el canon que de cine- que calificarán esta película, y las demás de Pilar Palomero, en esa categoría misógina y anacrónica de lo que es el “cine de/por/para mujeres” (como si no lo fuera prácticamente todo el cine, viendo quiénes llenamos las salas) precisamente por la temática intimista, la prevalencia indiscutible de las actuaciones femeninas y la presencia de las necesidades humanas de supervivencia como un marco en el relato. Y porque el guion está basado en un relato de Eider Rodriguez, escritora con la que Palomero comparte generación, la de mujeres que no se excusan por construir historias con la realidad y las preocupaciones que conforman su universo, sin necesidad de inventar nuevos mundos en los que haya sitio para la épica.
Resulta difícil separar el trabajo de la directora del que realizan otras profesionales claves en la construcción del relato visual que supone la película, pues la coherencia entre la historia que se cuenta, y los elementos visuales que la apoyan, es tal que nada puede sacarte de la sensación de estar viviendo algo real. Vestuario, maquillaje y arte son deliciosamente austeros. Merece la pena señalar el trabajo de la directora de Fotografía, Daniela Cajías, que mantiene lo que podría considerarse una estética propia (Alcarrás, As duas Irenes) y la compagina perfectamente con el universo visual de Palomero, con un resultado de realismo y luminosidad que hace esa magia de que parezca que el cine es la vida como nos gustaría verla.
Los destellos es una película sobre la muerte, pero también sobre todas las aparentemente pequeñas razones por las que nos aterra morirnos, sobre los cuidados imprescindibles para la supervivencia y sobre el amor que hace falta para poder hacer el trabajo más importante que haremos nunca. Sobre las relaciones madre hija y los duelos y las separaciones y el amor después del amor. Sobre plantas, mascotas, recuerdos, amistades, sobremesas, leer, escribir, tomar vino en compañía y pasear por el monte. Una película, en resumen, sobre todo lo que importa.
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