11/09/2024

Del maltratador políticamente correcto al mito del padre igualitario


¿Qué sucede cuando los agresores machistas, de izquierdas y cercanos a las nuevas masculinidades, son además padres? La complicada relación que sigue existiendo entre la maternidad y el feminismo dificulta el #MeToo para las madres. Principalmente cuando la violencia proviene de padres que se consideran corresponsables.


Se ha hablado mucho estos días, al hilo del caso Errejón, de la violencia machista ejercida por hombres progresistas de la izquierda política, cercanos a las nuevas masculinidades, autodenominados afines al feminismo e incluso activistas. Pero es necesario plantearse otro dato que a menudo se obvia dentro del feminismo mayoritario: ¿qué sucede cuándo estos hombres son, además, padres?

Aunque hemos interiorizado que “ningún maltratador es un buen padre”, la complicada relación que sigue existiendo entre la maternidad y el feminismo aumenta la sospecha sobre las madres y apenas se produce un #MeToo para ellas. Principalmente cuando la violencia proviene de padres que hoy se consideran igualitarios y corresponsables.

¿Cómo opera el mito del padre igualitario en la sociedad? En primer lugar, ocultando la desigualdad que todavía existe en las tareas del hogar y los cuidados y escondiendo los privilegios paternos.

Convertirse en madre es el inicio de un juicio social continuado: se pondrá en duda cómo y dónde va a parir, cómo va a alimentar, cómo cría, cómo educa, cuánto coge al bebé o cuánto lo deja. De cualquier manera, la culpa se sitúa de forma automática sobre ella. Esto no sucede con los padres, a quienes se les sigue eximiendo socialmente de toda responsabilidad y cuyas acciones serán valoradas positivamente, incluso aquellas actividades propias de un adulto funcional. Como decía la chirigota de las CadiWoman: “Qué buen padre es, le hacen la ola si le da de comer”.

Así, la deconstrucción de los padres parte de un perfil de corresponsabilidad muy bajo y fácil de superar: como aquellos hombres que se definen feministas porque no agreden a las mujeres. A pesar de la dificultad de encontrar padres verdaderamente corresponsables, como bien demostró Darcy Lockman en ‘Toda la rabia’, se está generando, como dice la autora, un mito, es decir, la creencia de que es una norma generalizada que atraviesa a todas las familias contemporáneas modernas. Incluso en las encuestas un gran número de parejas heterosexuales suelen contestar que realizan las tareas y cuidados de forma equitativa, hecho que no se refleja en la realidad, y menos aún cuando hablamos de carga mental.

¿Cómo opera el mito del padre igualitario en la sociedad? En primer lugar, ocultando la desigualdad que todavía existe en las tareas del hogar y los cuidados y escondiendo los privilegios paternos. En segundo lugar, haciendo responsables a las mujeres de esta situación, quienes, ante la queja, deben escuchar un “haber elegido mejor”. Se presupone una avalancha de padres igualitarios donde una eligió al único que no lo era, una feminista que se dejó llevar por el amor romántico y olvidó pasar el test de la corresponsabilidad en su primera cita. ¿O era que llevaba la falda demasiado corta?

Padres que usurpan la función materna, que dicen a la mujer cómo parir o lactar, que la obligan a extraerse leche para poder alimentar a su bebé en primera persona

El mito del padre igualitario comienza a crecer y se vuelve especialmente peligroso en casos de violencia o incluso en separaciones. Pues un “buen padre” siempre tendrá más credibilidad en una sociedad donde los hombres se empiezan a incorporar a los cuidados sin perder sus privilegios.
En un extremo nos encontramos con hombres que se han informado a la perfección sobre parto, crianza, lactancia, sueño infantil, colecho, porteo, etcétera y toman un papel activo situándose como protagonistas (por encima de la madre y del bebé). El educador social Paco Herrero los llama “padres troyanos”, que se encuentran amparados por las nuevas masculinidades y las políticas de igualdad actuales (que igualan maternidad y paternidad, como hicieron con los permisos por nacimiento). Padres que usurpan la función materna, que dicen a la mujer cómo parir o lactar, que exigen su participación en igualdad, por ejemplo obligándola a extraerse leche para poder alimentar a su bebé en primera persona.

Comenzamos a encontrar violencias encubiertas en la pareja: mansplaining y control sobre los procesos sexuales y reproductivos; alianzas con las autoridades sanitarias contra los deseos y necesidades de las mujeres; competencia con la madre por el bebé o con el bebé por la atención de la madre; luz de gas y hacer creer a la madre que no es suficiente, que no lo hace bien, que su leche no alimenta; usurpación de los procesos (“estamos embarazados”, “damos teta”, “nosotros parimos en tal sitio”, “hemos sufrido violencia obstétrica”, etcétera). Estas actitudes se normalizan y alaban, ya que forman parte del padre moderno, que ya no está ausente y se implica (en pocas ocasiones a nivel emocional ni en el reparto igualitario de la carga mental). Por lo tanto, cuando se producen separaciones, estos hombres modelo suelen tener un alto grado de apoyo social e institucional.

Son muchas las madres protectoras que habrían dado cualquier cosa por un “hermana, yo sí te creo”

Son muchas las madres protectoras que habrían dado cualquier cosa por un “hermana, yo sí te creo”. Pero parece ser que defender a una madre no es demasiado progresista. Sobre todo si su pareja forma parte de las nuevas paternidades. En este caso, incluso las mismas madres dudan de sí mismas, pues, en el fondo, se trata de “un buen padre”, como aquel maltratador que saluda amablemente a los vecinos y realiza obras benéficas.

Comienzan a aumentar las custodias compartidas impuestas, alegando el bienestar de la infancia sin consultar a la infancia y en contra de la madre; pernoctas con bebés lactantes; sentencias que obligan a destetar porque aquel padre que defendía la leche materna como el mejor alimento para su bebé ahora considera el amamantamiento una excusa de la madre; acusaciones de falso Síndrome de Alienación Parental (SAP) que definen el apego materno como un chantaje, etcétera. Las madres tienen miedo y a menudo aceptan acuerdos perjudiciales para ellas con tal de permanecer todo el tiempo que puedan con sus criaturas. Saben que en este juego ellas pierden, incluso en los juzgados. La sospecha de no ser buenas madres siempre las está rondando.

Una sociedad patriarcal nunca situará en el centro la diada madre-bebé. La socióloga Barbara Katz Rothman mostraba cómo en este gobierno del padre se da prioridad a la genética (como contribución paterna) antes que a la gestación y crianza (contribuciones maternas). Este hecho sirve para justificar hoy las custodias compartidas impuestas (el bebé es genéticamente mitad de cada progenitor/progenitora y por ello “tienen derecho a su mitad”) o la explotación reproductiva (donde los gametos de los compradores se sitúan por encima de los procesos reproductivos de la madre gestante).

El poder del pater familias sigue estando ahí, bien posicionado y asentado, pero ahora nos muestra una cara más amable, con su mochila de porteo y rodeado por un halo de igualdad. Se alimenta de ciertos entornos feministas (que le otorgan incluso derechos remunerados) y se convierte en uno de los principales símbolos de la familia progresista. En la lucha por la corresponsabilidad en los cuidados (social e institucional, no solo paterna) es urgente incorporar, igual que en la izquierda y los activismos, una mirada realmente feminista que escuche a las madres y vaya más allá del actual postureo político y social.

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