Durante
la manifestación pública en conmemoración de la masacre de Tlatelolco
en 1968, volvieron a actuar grupos fuera del margen de la convocatoria
que llamaba a no buscar una confrontación inútil, y no solo se
arrojaron a la violencia y al saqueo, también sirvieron de escudo para
que nuevos grupos de policías disfrazados actuarán agrediendo a la
prensa y a la marcha en general. Como en otras ocasiones han asumido
que lo realizaron fue un acto de “guerra”, un “combate”, ya el pasado
10 de junio habían recurrido a la falsificación histórica argumentando
que en 1971 sucedió una batalla y no una masacre, en virtud de lo cual
asumían la responsabilidad de “volver” al combate.
Los hechos de violencia solo fueron una sorpresa para quienes no son
capaces de reconocer la dinámica de tolerancia que el estado ejerce
hacia los grupos denominados anarquistas.
Es falso
afirmar que esta dinámica surgió a partir del 1 de diciembre de 2012,
por lo menos desde 2003 la presencia de grupos que bajo la consigna del
anarquismo ejercen acciones de violencia irracional es evidente.
Los comunicados y documentos que hasta la fecha han publicado son una
colección de insultos a todo aquello que no sea ejercer la violencia,
su sentido es inflamar los ánimos de otras personas que estén en un
estado mental adecuado para actuar violentamente sin racionalizar las
consecuencias o utilidad de sus actos.
Es un acto
de ingenuidad pretender defender a grupos que se caracterizan por
afirmar una moralidad superior y que replican un discurso que no da
cabida ni al diálogo ni a la critica, sistemáticamente han atacado a
todo grupo político o movimiento social cuando deja de ser una
plataforma de apalancamiento para su propio discurso. Ejercen un modelo
de actividad basada en la rapiña de acciones convocadas por otras
movilizaciones y la cobardía de usar movilizaciones pacíficas como
plataforma para ganar espacio mediático. Lo de ellos es la idealización
del icono bajo los reflectores, un encapuchado con una bomba molotov es
su imagen genuina de “héroe” y asumen que esa acción pese a ser seguida
por la práctica de ocultarse en la multitud que no los convoco es de
alguna manera un acto de valor.
Han construido la idea de que
ellos están viviendo una guerra y que son capaces de vivir
clandestinamente a sus enemigos. Ambas ideas no pueden ser consideradas
sino una enfermiza expresión de un discurso conspiranoico. Ademas de
que esa guerra solo sucede en su imaginería, la clandestinidad que
anhelan es por mucho una ilusión, el estado ha demostrado tener todas
las herramientas para saber quienes son y donde están. Y ellos mismos
no están dispuestos a abandonar la vida que llevan para incorporarse a
una auténtica clandestinidad. El estado también les ha dado todo el
espacio para actuar y todos los reflectores para ser mostrados. Es
evidente que después de cada acción buscan afanosamente el
enaltecimiento de sus actos ante la prensa que afirman odiar, la prensa
por su parte participa abiertamente de la exhibición pública de la
violencia por tres razones fundamentales:
1.- La violencia genera titulares, ratings y por ende recursos.
2.- El exponer a pequeños grupos demenciales actuando alimenta la construcción de sectores reaccionarios
3.- Mitifica frente a los sectores menos analíticos a sujetos que pasan
a formar parte de un imaginario colectivo como sujetos sociales de
importancia e iconos falsos de las acciones políticas antisistémicas.
Esta estrategia no es nueva y ha servido para quebrar los movimientos
sociales al presentar a individuos o grupos delirantes como
representantes de movimientos sociales, como líderes o como “los
movimientos sociales”.Sin embargo la actual situación llega a un nuevo
nivel de delirio cuando la denominada -coordinadora de las sombras-
ataca a todas las expresiones políticas diferentes a ellos mismos,
cierra cualquier espacio de diálogo o crítica
Si desde el
estado la estrategia opera desde la lógica de fomentar y aprovechar las
acciones violentas para operar detenciones arbitrarias e implantar el
terror en la sociedad movilizada, desde los grupos violentos opera una
lógica diferente, son ciegos a reconocer que el espacio de acción que
tienen no es producto de su mítica clandestinidad sino de la acción
orientada de las fuerzas del gobierno que les permiten actuar sin dañar
la integridad de sus organizaciones porque estas mismas son usadas como
carnada para atraer a otros individuos desesperados a un frenesí de
acciones violentas que estigmatiza y reduce la participación social en
procesos antisistemicos.
En el nivel del estado mental de
quienes asumen que estas acciones son “insurreccionalistas” hay en su
propio discurso elementos para afirmar que más que un discurso político
lo que los motiva es un nivel de desesperación y desconexión con la
realidad que los coloca como auto marginados de sociedad, en su
discurso, ellos y solo ellos realizan acciones validas, si en un
principio de su emergencia se referían a las “acciones directas” como
eufemismo de su violencia, hoy se refieren a la “estrategia
insurreccionalista” como salida metafórica a la duda sobre el sentido
de sus acciones. Esperan en todo caso que el escaparate que le da a sus
acciones la prensa se vuelva una forma de contagio masivo que termine
por destruir toda la cultura, toda la economía y todo el estado actual
de las cosas. Sin embargo no hacen el mínimo esfuerzo en entender o
dialogar con ningún grupo de la sociedad distinto a ellos, llevan una
política endogámica donde al igual que en los procesos de formación de
una secta religiosa, asumen que cualquiera fuera del grupo es un
ignorante, un cobarde o un incapaz. Opera en ellos la “tormenta
perfecta” de emociones que describe el Dr. Scott Atran en los grupos
terroristas, y tal como él afirma, los personajes que actúan así, no
son gigantes sino individuos llenos de rencores y carencias de nivel
más emocional que material.
Su extracción no es de
clase social ni son producto de la pobreza, aunque se asumen moralmente
como emisarios de la acción de los desposeídos. La distancia
psicológica que los separa de cualquier secta fundamentalista es
realmente mínima.
En el nivel del discurso político es clara
la posición de totalitarismo que asumen, no hay mas camino que el suyo.
La crítica es un acto del sistema en su contra y no merece sino
insultos.
Caen en la falsificación histórica
recurrente, piden solidaridad cuando ellos no la brindan y están
dispuestos a atacar a cualquier segmento de la sociedad que se coloque
en su camino. Recurren a un discurso político que tiene por lo menos
las mismas carencias que cualquiera de los metarrelatos caducos de la
modernidad y le otorgan un aura de infalibilidad.
No es posible
tomar una línea política y asumir como solución absoluta para el
universo de individualidades y posibilidades que conforma la sociedad,
menos aún por la vía del insulto y el rechazo a lo diferente. Más que
asumir un discurso como verdad absoluta es necesario más que nunca
construir en el dialogo y la comprensión de las diferencias, construir
sobre la base de la apertura y la honestidad. Rechazar por todos los
medios a los nuevos tiranos hipertecnológicos del estado y a los nuevos
fundamentalistas de la violencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario