Jesús Cantú
Análisis
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Al conocer la composición del órgano de gobierno del
nuevo IFAI, los académicos y representantes de la sociedad civil –que
confiaron en sus interlocutores en el Senado y participaron en un
procedimiento informal para seleccionar a los mejores candidatos–
tendrían que exclamar: ganamos el procedimiento, pero perdimos la
integración.
El resultado
nuevamente es deplorable. Otra vez aparece el reparto de cuotas (como
denunció el senador Javier Corral), y cada una de las tres principales
fuerzas políticas y el mismo presidente Enrique Peña Nieto (quien
seguramente por tener derecho de veto también pudo intervenir en el
proceso de designación) tomaron su parte.
Si el análisis se hace
a partir del origen de los integrantes, lo primero que resalta es la
ausencia absoluta de representantes de la sociedad civil y de la
academia vinculados con el tema, pues la única que llega (Patricia
Kurczyn) es experta en derechos laborales, no de transparencia o
rendición de cuentas. Los otros seis provienen del sector público.
Aunque cuatro de ellos tienen experiencia previa en órganos de
transparencia locales, ninguno se ha distinguido por haber librado
batallas importantes para ensanchar la transparencia.
Este
aspecto merece una reflexión más puntual, porque las fuerzas políticas
reiteran un mensaje que ya enviaron con claridad meridiana en la
integración del Consejo del INE: Los ciudadanos que tienen
posibilidades de ser reelegidos en los órganos de gobierno de
organismos autónomos son aquellos que en el ejercicio de su cargo se
distinguieron por la fidelidad y sumisión ante las fuerzas políticas
que los propusieron; o aquellos cuya actuación se caracteriza por ser
tímida y conservadora, comprometidos con una interpretación literal de
la legislación (jamás sistemática, teleológica o fundada en los
principios universales del derecho).
De esta forma excluyen a
quienes realmente defendieron la autonomía institucional, los valores o
principios de la democracia, y el propósito y espíritu de la
Constitución o la legislación en la materia, ya que, por lo mismo,
resultaron incómodos para los partidos y las autoridades.
Que no
queden dudas al respecto: primero aplicaron el veto a todos los
consejeros del IFE 1996-2003, por las sanciones aplicadas en los casos
“Pemexgate” y “Amigos de Fox”; posteriormente, en la reforma de 2007,
permitieron concluir el término para el que fueron nombrados a los tres
miembros del Consejo 2003-2010 que defendieron fielmente los intereses
de sus partidos; y, finalmente, en la nueva integración del INE los
volvieron a incorporar.
En la conformación del nuevo IFAI ocurre
exactamente lo mismo: se integra de los órganos estatales a aquellos
que nunca desafiaron las decisiones críticas de las autoridades, es
decir, los que les cubrieron las espaldas y encontraron los caminos
para no obligarlos a entregar información comprometedora; los que no
lucharon por ensanchar la transparencia y el derecho a la información,
sino que cobijaron su estrechez; dos (Óscar Guerra y Areli Cano, ambos
cobijados por el PRD) tienen experiencia en el DF, que precisamente se
ha caracterizado por catalogar como reservada información relacionada
con las grandes obras públicas de las últimas dos administraciones; uno
(Rosendoevgueni Monterrey Chepov, tomado por el PRI), del Estado de
México, donde la característica más relevante es la opacidad; y uno más
de Colima (Ximena Puente), entidad prácticamente desconocida en el tema
de la transparencia y con un gobierno priista muy cuestionado.
Los
otros dos funcionarios públicos provienen de ámbitos que por naturaleza
son opacos: el Poder Judicial (Francisco Acuña, impulsado por el PRI),
y la Contraloría (Joel Salas, PAN), donde están ancladas gran parte de
las excepciones establecidas en la legislación.
Así,
lamentablemente para la democracia y el país, el procedimiento dejaba
cabos sueltos en el último tramo, que fue precisamente lo que
utilizaron los coordinadores parlamentarios del PRI (Emilio Gamboa),
PAN (Jorge Luis Preciado) y PRD (Miguel Barbosa) para imponer su
voluntad e, inclusive, regocijarse por el método y motivar su dictamen
con base en las propuestas del “grupo de expertos”.
El
procedimiento adolecía de dos grandes defectos: uno, no era vinculante
porque no estaba fundamentado en ninguna ley, acuerdo del Senado o de
una Comisión o grupo de comisiones, y, por lo tanto, brindaba espacios
de discrecionalidad; y dos, no establecía ningún método objetivo y
verificable para seleccionar a los comisionados de entre la lista que
conformó el grupo de expertos, misma que al incluir a 25 candidatos
para ocupar siete puestos daba un margen de maniobra muy amplio a las
consideraciones partidistas.
Estos dos defectos fueron
devastadores: Los coordinadores de los grupos parlamentarios escogieron
a los seis, de los 25, que ya les habían demostrado su lealtad con sus
actuaciones previas, o bien, a quienes tenían forma de controlar (como
en el caso de la académica, que es esposa del exgobernador priista de
Puebla Mariano Piña Olaya); e introdujeron al séptimo (Rosendoevgueni
Monterrey Chepov), quien, aun cuando no figuraba en esa lista de 25,
cumplía con una condición fundamental: es peñista a carta cabal, y como
presidente del órgano garante del Estado de México ya había mostrado
sus habilidades para garantizar la opacidad.
Así, como señaló en
tribuna el senador Corral, los mejores candidatos de la lista de 25
salieron, no fueron designados comisionados “porque nadie los apadrinó,
nadie se hizo cargo de ellos, nadie los consideró como cuota de
partido”. En el momento en que la lista quedó en manos de coordinadores
de los grupos parlamentarios del PRI, PAN y PRD, ellos tenían la
posibilidad de escoger a los mejores para los intereses de sus partidos
y de los gobernantes que postularon, pero a los peores para impulsar la
transparencia, el acceso a la información y la democracia; y como les
faltó uno, simplemente recurrieron a la lista total de candidatos que
cumplían los requisitos formales y lo sumaron, pues para ellos no había
ningún impedimento legal ni moral.
El resultado es un órgano de
gobierno del organismo garante cómodo, manejable y tolerable para los
gobiernos y partidos; consolida la captura de los organismos autónomos
por parte de las entidades reguladas; confirma la involución hacia el
autoritarismo, y se halla respaldado por un dictamen que contiene
formalmente todas las demandas de los expertos y representantes de la
sociedad civil, en cuanto a su argumentación y desarrollo, pero
evitando en el procedimiento criterios de selección indispensables para
garantizar una buena integración del mismo.
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