El Salón Rojo
Por I Noviembre 7, 2014 I 1:22 am
Interstellar (Dir. Christopher Nolan)
En algún momento de Interstellar -noveno largometraje del
londinense Christopher Nolan- uno de los protagonistas lanza esta
sentencia: “Hemos olvidado quienes somos… somos exploradores, pioneros,
no simples intendentes”. La frase muestra cómo es que Nolan entiende al
cine.
El hombre que dio nuevo aliento a las películas basadas en cómics
pareciera reprochar con esta frase a una industria que no explora
nuevas posibilidades, que se queda tranquila a esperar, año con año, la
cosecha de nuevos remakes o secuelas.
Nolan suma así un elemento más a su muy personal definición sobre lo que es y debe ser el cine: el cine es estructura (Memento, 2000), el cine es un truco (The Prestige, 2006), el cine es espectáculo (La Trilogía Batman, 2005, 2008, 20012), el cine es ensoñación (Inception, 2012), el cine exige explorar, tomar riesgos.
La actitud puede parecer petulante, pero habría que aceptar que el
hombre tiene como sustentar sus reclamos. Jugando de nueva cuenta en la
cancha de Hollywood, arma un blockbuster espacial de $160 millones de
dólares con el único objetivo de hablar sobre el amor como única forma
de trascendencia en el tiempo y el espacio: el amor como factor de
decisión tan válido como podría serlo una ecuación matemática.
Con esas grandes ambiciones, los hermanos Nolan construyen una
grandilocuente historia donde el planeta tierra está muriendo
lentamente, la comida escasea, y la única salida es comenzar a explorar
nuevos mundos para colonizar. Director y escritor no pierden su tiempo
en explicaciones sobre cómo es que la humanidad llegó a tal crisis, en
qué año estamos o qué sucede más allá de aquel pueblito donde Cooper
(Matthew McConaughey), un ex astronauta convertido en granjero, tendrá
que decidir entre unirse a una misión en búsqueda de un planeta
habitable o quedarse a esperar el final junto con sus hijos.
Nolan explora las galaxias con zapatos robados: filma la danza
rítmica del universo, el silencio del espacio, el baile de las
estaciones que se acoplan usando ideas robadas al 2001 de Kubrick, incluyendo a su propia versión edulcorada de HAL.
Los vicios del cine Nolanesco siguen presentes con
insistencia enfermiza: casi tres horas donde abunda la palabrería sin
sentido, la sobre-exposición de conceptos pseudocientíficos
ininteligibles, actuaciones desperdiciadas (Nolan sigue sin saber qué
hacer con los personajes femeninos); todo ello inmerso en un guión
reiterativo, que se torna predecible desde la primera hora y que además
no deja de tener fuertes dosis de cursilería.
Y aún con todo ello, los aciertos de Interstellar son
mayores, o al menos más trascendentes. Bajo el disfraz de una película
de aventuras en el espacio, Nolan encuentra la forma de hablar sobre
los temas que le son importantes: el amor, la familia, la necesidad de
trascender a través de nuestros hijos, de protegerlos, de verlos
crecer, de morir antes que ellos. La resolución de la historia y la
consecución de las acciones le importa poco a los Nolan, lo que les
importa es poner en jaque a sus personajes, verlos afectados, porque
así nos afecta también a nosotros. Más cercana a Spielberg que a
Kubrick, Interstellar construye momentos de abrumadora
belleza donde es imposible no quebrarse. Conmueve a base de sucesos,
edición, ideas y sensaciones, no de discursos ni de CGI.
Si el cine no es más que un cúmulo de momentos, habría que reconocer
que Nolan lo ha vuelto a hacer: consigue armar grandes momentos aunque
para llegar a ellos sea necesario navegar entre la maleza de su
palabrería inútil.
El peor enemigo de Nolan es Nolan mismo; pero ese ímpetu y esas
ganas por seguir explorando, seguir arriesgando y no quedarse sentado a
simplemente esperar la cosecha de los millones, es algo que debe de
celebrarse.
Interestellar (Dir. Christopher Nolan)
3.5 de 5 estrellas
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