Francisco López Bárcenas
Hay
muertes que cuando ocurren se llevan pedazos del alma, sobre todo
cuando son inesperadas y quien la sufre tenía una vida plena por
delante. Así fue la de Zósimo Ortega González, un indígena triqui que
fue asesinado el día 7 de enero pasado por la mañana, en el municipio
de Nicolás Romero, estado de México, cuando unos delincuentes asaltaron
el autobús urbano donde viajaba para dirigirse a su trabajo, como lo
hacía todos los días. Cuando la luz de un nuevo día comenzaba a
alumbrar el horizonte, Zósimo fallecía de la manera más absurda,
dejando en el desamparo a su esposa y cuatro hijos. Su muerte dejó en
sin guía a su pueblo y a nosotros, sus compañeros de camino, sin su
compañía, su consejo siempre oportuno y la claridad de su pensamiento.
Originario del pueblo de Santo Domingo, en el municipio de Putla de
Guerrero, en el estado de Oaxaca, donde nació en el año de 1973, vivió
una vida muy parecida a la de muchos indígenas que buscan la superación
en la preparación. A la edad de tres años su padre lo sacó del pueblo y
lo trajo a la ciudad de México, pensando en que era la manera en que
podría superarse. Así comenzó a vivir la difícil vida de los migrantes
y cuando tuvo edad, entró a las escuelas primaria y secundaria para
recibir las primeras enseñanzas. Concluidos sus estudios básicos
presentó su examen de ingreso a la Universidad Nacional Autónoma de
México, pero no lo aprobó, porque no es fácil que un niño que no habla
bien el español, que se comunica y piensa en su lengua, que tuvo que
trabajar para mantenerse y ayudar a sus padres a mantener a la familia,
pueda salvar ese obstáculo.
Ese tropiezo no anuló sus ganas de preparación. Unos amigos le
informaron que en el municipio de Tecomatlán, en el estado de Puebla,
el CEBTA 110, contaba con internado para estudiantes de escasos
recursos y allá fue a parar con sus ansias de aprendizaje; de ahí pasó
a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, donde estudio derecho y
se tituló con una tesis sobre el derecho triqui en Xuman li, que es
como en su lengua nombran a su pueblo; después cursó una maestría en la
Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la Universidad Nacional
Autónoma de México, donde se tituló con la tesis: Comunidad indígena: la otra nación;
a la hora de su asesinato preparaba su tesis de doctorado en esa misma
institución, estudiando la criminalización de la población indígena en
la ciudad de México y el sistema de justicia.
Combinó
su interés por la academia con el ejercicio de su carrera y,
principalmente, el servicio comunitario, sin olvidar las actividades
deportivas y culturales. Desde 2007 fue agente del Ministerio Público
en la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal,
institución a la que ingresó en el mismo año, cuando se crearon las
agencias especializadas para atender a población indígena; también
profesor en derechos indígenas; integrante del equipo de basquetbol
Guerreros Yuman li y vocalista del grupo musical Emigración Triqui;
pero donde más destacó fue en la Asamblea de Migrantes Indígenas de la
Ciudad de México y la Red Interdisciplinaria de los Pueblos Indios de
México, donde fue dirigente.
En su pueblo de origen fue mayordomo, un cargo de alta
responsabilidad y al momento de su muerte era representante de los
triquis de Santo Domingo radicados en el valle de México y estaba
comprometido a volver a desempeñar otra mayordomía.
Su muerte nos sorprendió a todos los que lo conocimos desatando
muchos sentimientos: incredulidad, indignación, rabia, desesperación,
imponencia entre muchos otros. No podíamos creer que fuera cierto lo
que había sucedido, que a un compañero le hayan arrancado la vida justo
cuando más estaba aportando, junto con otros, para construir un futuro
distinto para los pueblos indígenas y el país.
Después nos dimos cuenta que no se trataba de nada excepcional: lo
que a él le sucedió sucede a diario y le puede pasar a cualquiera, por
el clima de inseguridad e impunidad en que vivimos, que permite a los
delincuentes pensar que sus actos no serán castigados por ninguna
autoridad. Sus familiares, compañeros y amigos despedimos a Zósimo al
día siguiente, en casa de su padre, en el mismo municipio donde fue
asesinado, de donde partió el cortejo fúnebre que lo llevó a su tierra
natal, en donde le rindieron dos días de homenaje antes de entregarlo a
la madre tierra.
Zósimo partió dejándonos su ejemplo, pero también el compromiso de
seguir trabajando, porque los derechos de los pueblos indígenas y un
México distinto algún día lleguen a ser una realidad y la gente no viva
con el temor de ser la próxima víctima. Una tarea difícil, sin duda
alguna. Por eso lo recordaremos siempre, para que su palabra y su
pensamiento nos sigan iluminando. Para que siga viviendo entre nosotros.
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