Leonardo García Tsao
Sin duda uno de los
cineastas estadunidenses más interesantes de la actualidad, Paul Thomas
Anderson, ha seguido una trayectoria cada vez menos accesible a los
grandes públicos. Tras la narrativa oblicua de The Master (2012), el realizador ha seguido en esa vena iconoclasta con su séptimo largometraje, Vicio propio, inaugurando algo que se podría llamar el pacheco noir, subgénero antes insinuado por The Long Goodbye (1973), de Robert Altman.
Basada en la novela homónima de Thomas Pynchon, autor cuya prosa
siempre me ha resultado impenetrable, la película se sitúa en 1970 y se
centra en el detective privado Larry Doc Sportello (Joaquín
Phoenix), quien vive en Gordita Beach (sustituto ficticio de Manhattan
Beach) y recibe la visita de su ex novia Shasta Fay Hepworth (Katherine
Waterston). Ella se encuentra en relaciones turbias con el magnate de
bienes raíces Mickey Wolfmann (Eric Roberts), que está desaparecido, y
le pide a Sportello que la ayude a localizarlo. Poco después, la propia
Shasta se desvanece y así el detective sigue una investigación llena de
testigos dudosos y pistas falsas. La cosa se complica cuando la ex
heroinómana Hope Harlingen (Jena Malone) le pide también que encuentre a
su marido Coy (Owen Wilson), quien aparece en las circunstancias más
imprevistas.
A pesar de su excentricidad de base, Vicio propio sigue las
reglas del género negro de detectives. Como otros antihéroes más
convencionales, como Philip Marlowe, Sportello tiene su propio código de
conducta, en este caso filtrado por un sempiterno toque de mota. Aunque él no pronuncia la narrativa en off para
describir sus acciones, esa labor la cumple su ex asistente, la
omnisciente Sortilège (Joanna Newsom). En su pesquisa, el hombre se
topará con un antagonista policiaco, el agente Christian Bjornsen (Josh
Brolin), apodado Bigfoot por sus modos brutales, entre otras
personas extrañas y/o peligrosas que parecen estar involucrados en el
caso, que gira en torno a una misteriosa embarcación llamada Colmillo Dorado. No falta el amigo, el abogado Sauncho Smilax (Benicio del Toro), presente para brindar información inútil.
Prácticamente sin escenas violentas, salvo un par de acciones, Vicio propio se mueve con el ritmo del pasón y
puede resultar exasperante para el no iniciado. Pierda toda esperanza
aquel que intente desentrañar la trama, envuelta en una neblina de
confusión (en comparación, Al borde del abismo, de Howard Hawks, es un modelo de claridad cristalina). Como en todo noir que se respete, aquí no importa el
qué, sino el
cómo.
Con una de las bandas sonoras más raras de reciente memoria, entre canciones off beat y la música atípica de Jonny Greenwood, Vicio propio abunda en detalles tan desconcertantes como graciosos. Por ejemplo, la forma sugerente con la que Bigfoot devora una fálica paleta helada; la breve aparición de un ortodoncista depravado (Martin Short); el flashback a una búsqueda de mota, guiada por una tabla Ouija, que culmina en el momento más romántico entre Sportello y Shasta.
En un retrato coral de su ciudad natal, Los Ángeles, que podría emparentarlo con el de Boogie Nights: juegos de placer
(1997), Anderson describe la agonía de la contracultura, en una
realidad donde los crímenes del clan Manson y la presencia de Richard
Nixon amenazan con aniquilar el sueño jipi. La película hiede a pachuli
rancio en su representación de un modo de vida en vías de extinción.
Pronto Sportello será un personaje tan anacrónico como sus patillas de
cochero. Por ello, Vicio propio culmina con una sensación melancólica de pérdida, de vacío existencial.
Vicio propio
(Inherent Vice)
D: Paul Thomas Anderson/ G: Paul Thomas Anderson, basado en la novela
homónima de Thomas Pynchon/ F. en C: Robert Elswit/ M: Jonny Greenwood/
Ed: Leslie Jones/ Con: Joaquín Phoenix, Josh Brolin, Owen Wilson,
Katherine Waterston, Reese Witherspoon/ P: Ghoulardi Film Company, IAC
Films, Warner Bros. EU, 2014.
Twitter: @walyder
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