Silvia Ribeiro*
La Jornada
La fusión entre Monsanto y Syngenta, dos de las más grandes y combatidas empresas de semillas transgénicas y agrotóxicos a escala mundial, parecía una mala fantasía. Hoy es probable y sólo una de las fusiones espectaculares que están ocurriendo. Aunque Syngenta rechazó por segunda vez a Monsanto –quiere más dinero–, otras dos gigantes, DuPont (dueña de Pioneer) y Dow Chemicals, acordaron apenas hace unos días fusionarse. Monsanto sigue intentando con Syngenta. Es apenas un rincón del escenario: los planes de las corporaciones van más allá, en pos de controlar sectores claves y cada vez más grandes de la producción agroalimentaria.
En 1981, el Grupo ETC (entonces llamado RAFI) denunció que las empresas de agroquímicos estaban comprando las semilleras y que su objetivo era desarrollar cultivos que toleraran los tóxicos de las propias empresas, para crear dependencia de los agricultores y vender más veneno, su negocio más lucrativo. Nos llamaron alarmistas, dijeron que tal tecnología nunca iba a existir; hasta que en 1995 la industria comenzó a plantar transgénicos: exactamente ese tipo de semilla.
En ese entonces había en el mundo más de 7 mil empresas que producían semillas comerciales, la mayoría familiares, y ninguna controlaba más de uno por ciento del mercado; 34 años después, seis trasnacionales controlan 63 por ciento del mercado global de semillas y 75 por ciento del mercado global de agrotóxicos. Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Bayer y Basf, todas originalmente fabricantes de veneno, son las seis gigantes que controlan agrotóxicos, semillas y 100 por ciento de los transgénicos agrícolas, expresión de la fusión de ambos negocios. Como casi no quedan empresas, se dedican ahora al canibalismo. Syngenta es la más grande productora de agrotóxicos a escala global, por lo que hasta la empresa china de agrotóxicos, ChemChina, ofertó por ella, pero no le llegó al precio.
Monsanto insiste porque necesita desesperadamente acceder a nuevos agrotóxicos, ya que su producto estrella, el glifosato, está en crisis. En dos décadas de transgénicos el uso masivo de glifosato ha generado 24 malezas resistentes que colocan en inmensos problemas a los agricultores. El aumento de cáncer, abortos y malformaciones neonatales en las zonas de cultivo de transgénicos en Argentina, Brasil, Paraguay es de proporciones epidémicas. Que hijos de campesinos mueran no parece importarle a Monsanto, pero la Organización Mundial de la Salud declaró en 2015 que el glifosato es cancerígeno en animales y probablemente en humanos y eso sí fue un golpe. Por esto y más, a Monsanto le urge cambiar de agrotóxicos, cambiar de nombre por su enorme desprestigio y, si puede, cambiar de sede para evitar impuestos.
El glifosato inventado por Monsanto es el agrotóxico más vendido en la historia de la agricultura. Sólo por maíz y soya transgénica, su uso aumentó 20 veces en Estados Unidos en 17 años, cifras similares en Brasil y Argentina, y 10 veces a escala global. Pero ese negocio va en declive. Y Monsanto, engolosinada con su cuasi monopolio de transgénicos, no ha hecho investigación: en 2013, el maíz transgénico tolerante a glifosato representaba 44 por ciento de sus ventas totales, la soya tolerante a glifosato 11 por ciento, y más de 30 por ciento de sus ventas provienen de formulaciones de glifosato (RoundUp, Faena, Rival y otras marcas).
El glifosato ya no funciona, sus impactos son muy graves, pero los maíces transgénicos de Monsanto van casados con éste. Por eso le urge que se autorice su siembra en México, lo cual le daría un respiro para vender sus semillas obsoletas, hasta que aquí pase lo mismo: malezas resistentes, baja producción, semillas mucho más caras y patentadas, epidemia de cánceres y deformaciones fetales. Todo junto a contaminar transgénicamente el centro de origen mundial del maíz, dañando gravemente el patrimonio genético, cultural y de agrobiodiversidad más importante del país. Huelga decir hay mucho mejores opciones para producción de maíz y que México no necesita sembrar transgénicos para abastecer su consumo.
Aunque Monsanto es el caso más evidente, todas las gigantes de transgénicos tienen iguales intenciones, con otros químicos también muy tóxicos. Pero todas están topando con los límites de su propia ambición. Así emergen nuevos escenarios corporativos al entrar en juego otros sectores, como las trasnacionales de fertilizantes y maquinaria agrícola. El Grupo ETC analiza esta coyuntura en un nuevo informe sobre fusiones corporativas: Breaking Bad: Big Ag MegaMergers in Play (http://tinyurl.com/nz3g2at).
Según ventas de 2013, el mercado mundial de semillas fue 39 mil millones de dólares (mmdd), el de agrotóxicos 54 mmdd, el de maquinaria agrícola 116 mmdd y el de fertilizantes 175 mmdd. La tendencia parece ser que los dos últimos engullirán a los otros, creando un escenario de controles oligopólicos aún más amplios. Por ejemplo, la trasnacional de maquinaria John Deere tiene contratos con cinco de las seis gigantes de transgénicos para aumentar sus ventas a través de pólizas de seguro que condicionan a los agricultores a usar sus semillas, agrotóxicos y maquinaria. Tecnologías de automatización, drones, sensores y datos del clima también están concentrados en esas empresas y se ofertan en el paquete.
Si esas fusiones se permiten, vamos hacia nuevos oligopolios que controlarán semillas, variedades, agrotóxicos, fertilizantes, maquinarias, satélites, datos informáticos y seguros. Y que dañarán, contaminándolas y por otras vías, a las opciones reales para la alimentación y el clima: la producción campesina, descentralizada, diversa, con semillas propias, que son quienes alimentan a la mayoría de la población.
*Investigadora del Grupo ETC
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