Entrevista a Zulema Hidalgo, especialista del Centro de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero de la Habana
Las redes de apoyo se erigen en refugio, espacio de contención y vía de orientación y actuación para mujeres maltratadas
La
Habana, 06 dic. 15. AmecoPress/SEMlac.- Para las mujeres que sufren
violencia es muy importante sentir que no están solas. Una oportuna red
de apoyo puede dar un giro a sus existencias y variar la situación de
aislamiento y vulnerabilidad de la cual su baja autoestima no les
permite salir.
De
ahí que, cercanas o no, formales o informales, familiares o sociales,
las redes de apoyo se erigen en refugio, espacio de contención y vía de
orientación y actuación para ellas, asegura Zulema Hidalgo, especialista
del Centro de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero.
Con una larga
experiencia en el trabajo social en varias comunidades, Hidalgo aboga
por ese espacio como el preferente para la sensibilización y
capacitación; también para tejer las tan necesarias redes de apoyo a las
mujeres violentadas.
¿Qué valor tienen las redes de apoyo para las mujeres que sufren violencia?
Son muy
importantes porque lo primero que ellas sienten es que están solas y no
hay quien las ayude ni comprenda. Hace falta, entonces, que ellas
conozcan que hay personas e instituciones que las pueden apoyar, sean
redes familiares, sociales o institucionales. Necesitan saber que otras
mujeres están con ellas, que hay amistades dispuestas a ayudarlas.
Muchas veces,
cuando las mujeres se casan o se unen a sus parejas, deshacen sus
relaciones de amistad y se someten a las del marido o la familia del
marido, de modo que sus relaciones se van reduciendo y quedan a veces en
el marco laboral, o del espacio en que viven.
Eso es parte de
la estrategia del maltratador: desconectarla de sus vínculos familiares
y de amistad. Le hace ver que la persona más importante para ella es
él, se convierte en el centro de su vida. También le troncha las
relaciones sociales, se convierte en el marido súper proveedor que le
lleva todo a casa para que ella ni tenga que salir.
Uno de los primeros pasos que hay que dar es, precisamente, reconstruir ese espacio de relaciones que les han sido limitadas.
¿Cómo hacerlo, en el caso de Cuba, desde los espacios comunitarios?
Uno de los
caminos es acercarlas a espacios y acciones comunitarias —sean
productivas, socioculturales o medioambientales, por ejemplo—, que
conozcan a otras personas. A veces en esos espacios es donde esas
mujeres son identificadas y luego pueden derivarse a atenciones muy
específicas como la consejería, la orientación o los talleres de
autoestima.
Uno de los
procesos que promovemos es el de desnaturalizar la violencia. Otro, que
los actores tengan la orientación adecuada sobre el tratamiento —como es
el caso de los policías—, para ayudar a deconstruir los mitos que hacen
que la violencia se mantenga por tanto tiempo. También el médico de la
familia, el policlínico, la escuela, junto a otros actores formales.
Entre los
actores informales hemos identificado, por ejemplo, a líderes
religiosos; a quienes ofrecen servicios en la comunidad: la peluquera,
el bodeguero o el cartero… A veces por estas vías del servicio cotidiano
hemos podido llegar a los casos más difíciles, como mujeres que
permanecen aisladas o, incluso, encerradas. Cuando hablamos de la red
nos referimos desde el vecino más cercano hasta el actor o entidad
formales.
Si las mujeres
que viven violencia aprecian que el líder está involucrado, buscan
ayuda, se acercan a los espacios donde pueden recibir un tratamiento más
diferenciado. De ahí la importancia de las redes para ayudar a
visibilizar, además, que se trata de un problema de carácter social que
no es privativo de familias u organizaciones determinadas.
¿Cuáles son las mayores dificultades a nivel comunitario?
Primero, que el
sistema está desarticulado. Las organizaciones con encargo social de
atender el asunto, en el mejor de lo casos, lo hacen de manera parcelada
y, en el peor, no hacen nada. Muchos se involucran en procesos que la
OAR ha intencionado, lo que facilita la capacitación, aunque a veces no
sepan todavía hacer la devolución adecuada de un caso o no cuenten con
todo el personal necesario. Hemos tenido más resultado en la permanencia
de líderes comunitarios, con predominio de los Talleres de
Transformación Integral del Barrio en La Habana y, fuera de la capital,
con líderes diversos e integrantes de los grupos comunitarios.
Llevamos cuatro
años celebrando talleres de articulación de actores para socializar
experiencias, establecer alianzas de trabajo, estrechar relaciones. Por
ejemplo, con juristas, integrantes de la Federación de Mujeres Cubanas,
oficiales de carpeta y jefes de sectores de la Policía, especialistas de
las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia de la FMC y personal
del sistema primario de salud.
¿Las mujeres saben qué hacer, conocen a dónde ir?
Ese sigue
siendo uno de los retos más grandes que tenemos, porque como mismo a
veces el personal que se prepara es inestable, muchas llegan con su
problema pero no encuentran respuesta efectiva en todas las comunidades.
Queda mucho por hacer también para que este problema se atienda desde las asambleas como órganos del Estado.
El escenario
comunitario es esencial y apuesto por él para la sensibilización y la
capacitación, donde pueda facilitarse esa red de apoyo e identificar
quiénes la integran.
El activismo
social es también muy importante: el de personas que se comprometan como
ciudadanos con deseos de participar en la transformación de su país.
Foto: SEMlac. Zulema Hidalgo, especialista del Centro de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero de la Habana.
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