Se desploma la Bolsa en China. Foto: AP / Andy Wong Pablo Gómez |
MÉXICO,
DF (apro).- El capitalismo es un sistema que no sólo admite
interrupciones de sus ciclos sino que las necesita. El fluido del
capital no es lineal como se supondría desde un estudio superficial sino
que, aunque la acumulación tiene una ley general propia, su proceso
carece de un tracto sucesivo. Los cambios en el proceso
económico-técnico son los elementos que le brindan al capitalismo su
vitalidad, sin ellos caería por sí mismo, lo cual podría ocurrir sólo en
un extremo histórico. El hecho concreto es que hoy en día el
capitalismo está dando a luz a algo nuevo en su propio proceso de
acumulación. Esto lleva a la crisis.
El alto crecimiento del
producto en algunos países llamados emergentes se debió a su doble
capacidad de captación de inversión extranjera para la producción
industrial manufacturera y a su gran capacidad de producción y consumo
de bienes primarios y de energéticos. Por ello, en la lista ha estado
primero China pero también Brasil junto con otros pocos países de
crecimiento extraordinario. Mientras, el estancamiento de las economías
europeas se ha debido a una composición orgánica de capital demasiado
alta, en el cual el capital constante (así llamado en economía política)
tiene un peso muy grande, pues los insumos industriales se apreciaron
en las últimas décadas empezando por los energéticos. Ahora, como
respuesta, las materias primas (incluyendo alimentos) van a la baja, por
lo que los productores van a la ruina relativa y los países
consumidores van a financiar de tal forma su capital variable (salarios)
y a sufragar una parte de su capital constante. En consecuencia, Europa
se está recuperando al igual que Estados Unidos pero China y Brasil,
junto con otros, reducen su ritmo de expansión.
¿Cómo queda aquí
México? Pues tiene todo lo malo del fenómeno y nada de lo bueno del
mismo. El petróleo se ha depreciado brutalmente mientras que los
alimentos relativamente baratos presionan hacia un estancamiento de los
salarios, pero los campesinos, que aún son un millón de productores, no
alcanzan a cubrir ni los gastos. Mientras, la baja en los precios de
productos primarios está mejorando la composición orgánica del capital
de los países de economías más industrializadas, con lo cual se ha
podido elevar en términos relativos los salarios y, con ello, impulsar
los mercados internos que de éstos dependen, al igual que el empleo.
Estados Unidos y Europa no van mal. México seguirá sin embargo en la
misma lamentable situación de estancamiento crónico.
La reducción
del precio del crudo ha pasado de una recaudación petrolera equivalente
a 30%, a menos del 15, pero lo importante no es el porcentaje sino los
dólares que se han dejado de recibir por parte del Estado. Gracias a la
reforma de hace dos años, el fisco mexicano se ha defendido hasta cierto
punto.
Sin embargo, la inversión pública de México es de las más
bajas en los países de su clase y el empleo no se expande porque el
mercado interno se encuentra estancado (la mayoría de las nuevas altas
al Seguro Social son de empleos informales que ya existían antes de la
reforma mencionada).
La enorme plataforma manufacturera de
exportación ha creado un sector de obreros bien pagados que no alcanza a
ser suficiente para promover una expansión del mercado interno porque,
además, esos obreros consumen principalmente bienes manufacturados de
importación; si no fuera por los alimentos del diario, sería casi como
si vivieran en Estados Unidos. Sobre esta base es muy difícil sacar
provecho a ese tipo de industrialización con tecnología globalizada que
es la predominante en México.
En China baja la bolsa y, en
consecuencia, lo mismo ocurre en otros países, pero en nuestro país,
cuando tal fenómeno se presenta, las acciones vendidas en los remates
bursátiles se convierten al instante en dólares para ser depositados en
cuentas denominadas en esa moneda dentro o fuera del país.
Si hay
mucha venta accionaria habrá mucha compra de dólares. A esto hay que
agregar las operaciones con bonos de deuda pública y las de deuda
privada. Los repliegues en estos renglones han significado la compra en
el mercado cambiario mexicano de decenas de millones de dólares: el peso
llegará a 18 pesos por dólar y contando. Que no se siga pensando como
lo hace Agustín Carstens, de la manera más ilógica, que eso no afectará
los precios internos: ya ha empezado a hacerlo. Que no se siga diciendo
tampoco que es imposible una gran corrida financiera frente a la cual la
reserva se haría polvo.
El mundo está entrando en una nueva poda
del capitalismo. Para México, el problema es que ésta como las
anteriores no le favorece sino que, como antes, también le perjudica. El
país se encuentra en una situación en la que su política económica, es
decir, la de sus sucesivos gobiernos, no se ha hecho para aprovechar
ningún cambio en la situación mundial y mucho menos para sacar ventaja
de nuevas crisis que pudieran proveer las mejoras que el destino le ha
negado a México. Los brasileños podrían decir que le sacaron suficiente
raja a los tiempos de buenos precios y expansión comercial, al menos en
unos cuantos años sustrajeron de la pobreza a 30 millones, pero los
mexicanos no pueden decir nada agradable y mucho menos esperanzador
cuando tienen un gobierno anacrónico.
Tenemos ya más de 20 años de estancamiento: del PRI al PAN y de nuevo al PRI; ¡increíble!
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