Carlos Bonfil
Ariel de Oro para el cine invisible hecho en México. Para el que continuamente es desplazado en nuestro país por los blockbusters
hollywoodenses y la chatarra fílmica local de inspiración televisiva.
Para ese cine supuestamente de minorías, triunfador en festivales y
desconocido en casa. Luego de recibir el Ariel de Oro por su larga
trayectoria artística, durante la pasada ceremonia organizada por la
Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematograficas, el cineasta Paul
Leduc puso el dedo en la llaga y, de modo sorpresivo, pulverizó al
discurso institucional que hasta el momento había venido celebrando la
buena salud del actual cine mexicano. Lo hizo con las mismas cifras y
estadísticas proporcionadas por el Estado. Aunque la tremenda disparidad
entre los logros que proclama el discurso oficial (un récord de 140
películas producidas el año pasado) y la inocultable realidad que
desmiente a ese triunfalismo (el notable descenso del número de
espectadores que eligen ver cine mexicano), haya sido ya señalada en los
medios, lo novedoso en esta ocasión es que esa paradoja escandalosa era
denunciada, con tal vigor y en medio de una celebración solemne, por un
galardonado director de cine. Su prestigio artístico y su profundo
conocimiento de la industria fílmica dieron un peso todavía mayor a sus
palabras.
Leduc resume la situación sin rodeos: resulta inútil, cuando no
tramposo, comparar el auge de la producción actual con la de sus mejores
años durante la llamada época de oro, pues aquel cine sí llegaba a las
pantallas grandes, y el actual permanece virtualmente invisible, o en
todo caso arrinconado en muy pocas salas, a menos que llegue sustentado
por el cálculo mercantil y un humorismo ramplón. El cine de calidad, las
producciones mexicanas que distinguen y premian los festivales, y cuyo
auge celebran las autoridades con sombrero ajeno, sencillamente no se ve
en México como debiera verse. Y esto sucede por un gran número de
razones, pero básicamente por una sola, y que señala con precisión
Yuriria Iturriaga cuando al día siguiente felicita a Paul Leduc: la
renuencia del Estado a declarar la excepción cultural en lo que
concierne a la industria cinematográfica y a otros bienes relacionados
con la cultura. El TLC sigue, hasta el momento, determinando qué tipo de
cine tiene entrada libre y predilección en nuestras pantallas, y
naturalmente en la formación de gustos en las nuevas generaciones. Por
esta razón tan básica, cualquier iniciativa que tome la nueva Secretaría
de Cultura en México para la defensa del cine mexicano que no
considere, como prioridad absoluta, plantear y subsanar este largo
agravio, parece condenada a la esterilidad. Esa ha sido la postura del
gremio cinematográfico, también la de una buena parte de la crítica de
cine. En su discurso, Paul Leduc la resumió y documentó inmejorablemente
(La Jornada, 29 de mayo, 2016).
Como el asunto no tiene posibilidad de solución a corto plazo,
y que las cláusulas del TLC relacionadas con la cultura tampoco habrán
de revisarse (a menos que una victoria republicana en el vecino país del
norte decida lo contrario), lo que procede es que el propio gremio
fílmico afectado diversifique de modo original las estrategias para
promover el cine mexicano de calidad. Hacer de suerte que las películas
hoy invisibles sean mañana las elegidas del público mexicano. Oponerle
al analfabetismo audiovisual, hoy imperante, el contrapeso de una
calidad artística muy presente en todos los foros alternativos de
exhibición a su alcance. Promover el cine documental y los
cortometrajes, expresiones siempre marginales en la cartelera comercial.
Parece ser que la única opción viable para recuperar el público
perdido, será la de rebasar, en lo posible, a las mismas instituciones
que no han sabido conservarlo. Las pequeñas distribuidoras
independientes (Mantarraya y Canana, entre otras) contribuyen a fomentar
el buen cine nacional, sobre todo si uno contrasta sus pálidos recursos
y ganancias con la depredación que en México hacen las grandes majors
hollywoodenses. Los cine clubes y la Cineteca Nacional hacen a su vez
lo conveniente en la Ciudad de México y en el resto del país. Falta
solamente que esa gran mayoría silenciosa que es el público mexicano
elija, en definitiva, entre un entretenimiento de calidad y las ofertas
de la ignorancia.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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