8/07/2016

Levantamuertos



Carlos Bonfil
La Jornada
La visibilidad del cine mexicano en la cartelera comercial es muy aleatoria. Tiene sus escasos momentos de brillo, e incluso compite decorosamente con las grandes producciones estadunidenses de temporada, cuando acepta la mayor regla del juego del mercado: adoptar las fórmulas más trilladas o más eficaces de entretenimiento. Otra condición importante es haber conquistado algún premio importante en un festival nacional o internacional de cine. Una más: haber sido filmada en la Ciudad de México aprovechando el centralismo cultural que facilita o agiliza el financiamiento público o privado, las coproducciones, el acopio de talentos y, muy eventualmente, las mejores estrategias de distribución. De este modo, muchas películas independientes filmadas en provincia, con escasos recursos y actores poco conocidos, y sin un perfil comercial muy claro, van directamente, desde su concepción, al ninguneo mediático o al olvido. Cuando sus logros artísticos son además modestos, esta situación los empequeñece todavía más, siempre en sentido inverso al de una costosa producción y publicidad, con gran refuerzo mediático, cuya virtud principal es agrandar y volver muy populares a un buen número de producciones chatarra.
Amores cerdos. Considérese el caso de Levantamuertos (2013), opera prima de Miguel Nuñez, pequeña producción mexicana que ha rescatado y actualmente exhibe la Cineteca Nacional. Con financiamiento de la Universidad de Baja California, y presentada por vez primera durante el Festival Internacional de Cine de Guadalajara hace tres años, la película parecía condenada al naufragio en cualquier cartelera, comercial o alternativa. Con tan pocas o nulas posibilidades de promoción, su director apenas aspiraba a que pudiera en algún momento estar disponible en la red. Esa situación no es en absoluto excepcional, pues lo que refleja, de modo contundente, es la suerte que corre un altísimo porcentaje de producciones nacionales que engrosando los 140 títulos anuales de los que presume nuestra industria fílmica, son totalmente desconocidos por el público para el que fueron filmadas y al que van dirigidas. Si Imcine ya no es, como se alega, responsable directo de una distribución consecuente y cabal de las mismas películas que produce o apoya, habrá que concluir que la promoción del cine mexicano es ahora un terreno baldío, una tierra de nadie, donde el consuelo mayor para las cintas nacionales es llegar a una plataforma digital o a un rincón de ese circuito de exhibición cultural dominado hoy por las ofertas de la Cineteca Nacional.
No hay nada que desmerezca, sin embargo, en la historia que proponen el joven realizador Miguel Nuñez y su coguionista Ángel Nozagaray. Levantamuertos es una comedia negra situada en la fronteriza ciudad de Mexicali, enclavada en uno de los territorios más conflictivos y culturalmente diversos del territorio nacional. Una ciudad agobiada por temperaturas extremas: 50 grados en los días más perros, 38 grados en las noches menos inclementes de un verano cualquiera. En ese clima, la película muestra las desventuras afectivas de Iván Castro (Daniel Galo), joven solitario y taciturno que trabaja, de modo renuente y resignado, para un familiar en el servicio médico forense. Su faena diaria bajo ese calor levanta muertos consiste en trasladar hasta la sala de las autopsias a los cuerpos humanos desde los lugares en que han fallecido (una carretera, un cuarto de hotel, un antro de mala muerte), ya sea por accidente o asesinato, por muerte natural o, como en el caso de un bebe, por haber sido abandonado en un basurero y devorado por los buitres. O el caso de una anciana octogenaria, víctima de una insolación agravada por los abusivos cortes de suministro eléctrico.
Sin hacer mayores referencias a los temas comunes del cine fronterizo (clima de violencia ligado al narcotráfico, corrupción endémica, inmigración ilegal o racismo), la cinta de Nuñez alude de modo irónico al hartazgo de vivir condenado a soportar una temperatura pendenciera que sólo puede conducir a los comportamientos más inusuales o extremos, como los de la joven Rosa (estupenda Sofía Félix), ligue ocasional de Iván, quien desafiando todo convencionalismo moral o de espaldas a toda corrección política, exige y disfruta ser brutalmente golpeada, o por lo menos sometida, sin otra razón aparente que la de darle un poco de sabor y frescura a una rutina agobiante. Cuando ese reclamo de maltrato se orilla peligrosamente a la nota roja, y sume al protagonista en una perplejidad completa, la cinta muestra, entre sus mejores recursos, una gran mordacidad e ironía. De igual modo, cuando el mismo Iván elige, también por resignación o por hartazgo, a un cerdo llamado Homie como compañero sentimental, la historia se vuelca de lleno en los terrenos del absurdo. Levantamuertos, un primer trabajo, novedoso y ágil, que no merece de modo alguno verse totalmente eclipsado por la suma de banalidades que durante esta temporada despliega la cartelera comercial.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional a las 16:15 y 18:15 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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