Carlos Bonfil
La visibilidad del
cine mexicano en la cartelera comercial es muy aleatoria. Tiene sus
escasos momentos de brillo, e incluso compite decorosamente con las
grandes producciones estadunidenses de temporada, cuando acepta la mayor
regla del juego del mercado: adoptar las fórmulas más trilladas o más
eficaces de entretenimiento. Otra condición importante es haber
conquistado algún premio importante en un festival nacional o
internacional de cine. Una más: haber sido filmada en la Ciudad de
México aprovechando el centralismo cultural que facilita o agiliza el
financiamiento público o privado, las coproducciones, el acopio de
talentos y, muy eventualmente, las mejores estrategias de distribución.
De este modo, muchas películas independientes filmadas en provincia, con
escasos recursos y actores poco conocidos, y sin un perfil comercial
muy claro, van directamente, desde su concepción, al ninguneo mediático o
al olvido. Cuando sus logros artísticos son además modestos, esta
situación los empequeñece todavía más, siempre en sentido inverso al de
una costosa producción y publicidad, con gran refuerzo mediático, cuya
virtud principal es agrandar y volver muy populares a un buen número de
producciones chatarra.
Amores cerdos. Considérese el caso de Levantamuertos (2013), opera prima de
Miguel Nuñez, pequeña producción mexicana que ha rescatado y
actualmente exhibe la Cineteca Nacional. Con financiamiento de la
Universidad de Baja California, y presentada por vez primera durante el
Festival Internacional de Cine de Guadalajara hace tres años, la
película parecía condenada al naufragio en cualquier cartelera,
comercial o alternativa. Con tan pocas o nulas posibilidades de
promoción, su director apenas aspiraba a que pudiera en algún momento
estar disponible en la red. Esa situación no es en absoluto excepcional,
pues lo que refleja, de modo contundente, es la suerte que corre un
altísimo porcentaje de producciones nacionales que engrosando los 140
títulos anuales de los que presume nuestra industria fílmica, son
totalmente desconocidos por el público para el que fueron filmadas y al
que van dirigidas. Si Imcine ya no es, como se alega, responsable
directo de una distribución consecuente y cabal de las mismas películas
que produce o apoya, habrá que concluir que la promoción del cine
mexicano es ahora un terreno baldío, una tierra de nadie, donde el
consuelo mayor para las cintas nacionales es llegar a una plataforma
digital o a un rincón de ese circuito de exhibición cultural dominado
hoy por las ofertas de la Cineteca Nacional.
No hay nada que desmerezca, sin embargo, en la historia que
proponen el joven realizador Miguel Nuñez y su coguionista Ángel
Nozagaray. Levantamuertos es una comedia negra situada en la
fronteriza ciudad de Mexicali, enclavada en uno de los territorios más
conflictivos y culturalmente diversos del territorio nacional. Una
ciudad agobiada por temperaturas extremas: 50 grados en los días más
perros, 38 grados en las noches menos inclementes de un verano
cualquiera. En ese clima, la película muestra las desventuras afectivas
de Iván Castro (Daniel Galo), joven solitario y taciturno que trabaja,
de modo renuente y resignado, para un familiar en el servicio médico
forense. Su faena diaria bajo ese calor levanta muertos consiste en
trasladar hasta la sala de las autopsias a los cuerpos humanos desde los
lugares en que han fallecido (una carretera, un cuarto de hotel, un
antro de mala muerte), ya sea por accidente o asesinato, por muerte
natural o, como en el caso de un bebe, por haber sido abandonado en un
basurero y devorado por los buitres. O el caso de una anciana
octogenaria, víctima de una insolación agravada por los abusivos cortes
de suministro eléctrico.
Sin hacer mayores referencias a los temas comunes del cine fronterizo
(clima de violencia ligado al narcotráfico, corrupción endémica,
inmigración ilegal o racismo), la cinta de Nuñez alude de modo irónico
al hartazgo de vivir condenado a soportar una temperatura pendenciera
que sólo puede conducir a los comportamientos más inusuales o extremos,
como los de la joven Rosa (estupenda Sofía Félix), ligue ocasional de
Iván, quien desafiando todo convencionalismo moral o de espaldas a toda
corrección política, exige y disfruta ser brutalmente golpeada, o por lo
menos sometida, sin otra razón aparente que la de darle un poco de
sabor y frescura a una rutina agobiante. Cuando ese reclamo de maltrato
se orilla peligrosamente a la nota roja, y sume al protagonista en una
perplejidad completa, la cinta muestra, entre sus mejores recursos, una
gran mordacidad e ironía. De igual modo, cuando el mismo Iván elige,
también por resignación o por hartazgo, a un cerdo llamado Homie como compañero sentimental, la historia se vuelca de lleno en los terrenos del absurdo. Levantamuertos, un
primer trabajo, novedoso y ágil, que no merece de modo alguno verse
totalmente eclipsado por la suma de banalidades que durante esta
temporada despliega la cartelera comercial.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional a las 16:15 y 18:15 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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