Son tiempos de desasosiego. Recuerdo el bello poema de Carlos Pellicer: "Que se cierre esa puerta". El suyo es un llamado al amor, al encuentro erótico. A la intimidad indispensable. Un bello llamado al encierro elegido. A dos. Ahora la puerta se cierra tan a pesar nuestro. Me ha dado por pensar en las Carmelitas Descalzas, en las distintas formas de los claustros. Ahora la vida sucede –sobre todo– del umbral hacia adentro. Y en contactos electrónicos. Por teléfono. Las manos que se agitan a distancia de ventana a ventana. Viva la tecnología que nos permite reunirnos. Organizar comidas y cenas a distancia con la familia y los amigos,
como nos sugirió Carmen Boullosa. Extendió su mantel, sus flores,
sirvió su mesa y cenó conversando con sus tan amados a través de una
pantalla. Ellos también estaban, en otra ciudad, a la mesa.
Hay cantidad de cosas que hacer hacia adentro.
Sin duda. Conversar, leer, estudiar, mirar cantidad de buenas
películas. Escribir, pintar. Cantar. Bailar. Participar en juegos a los
que invitan en redes sociales. Seguir las visitas virtuales de los
museos. Jugar con las mascotas. Ejercicio físico. Yoga, por ejemplo. Los
juegos de mesa. Intentar recetas nuevas. Ordenar esos álbumes de fotos,
labor que hemos pospuesto por años. Y volver a mirar esas fotos, con
todos los viajes de memoria y nostalgia que implican. Circulan lecturas
gratuitas cedidas por las editoriales. Vínculos hacia películas de ya reconocidos y nuevos cineastas. Y, sí, pasar la aspiradora hasta por el último de los rincones me ha provocado una paz, que puedo jurar que jamás me ofreció antes. Les decía a mis hijos que me encontré de golpe convertida en madame Trapito.
Ese desasosiego casi continuo. Pareciera que viene y va, pero es una
especie de telón de fondo interior. Late por dentro. Provoca una cierta
angustia, una sensación de amenaza.
Los seres humanos solemos vivir mal la incertidumbre. Los horizontes que no logramos entender. Un cambio demasiado brusco en las reglas de la convivencia. ¿Cómo habría imaginado que recibir un ramo de flores me llevaría a decir de inmediato, en la puerta misma de la casa: "derechito al lava manos, por favor"? Lavar las manos
el tiempo de tres consignas breves o una larga, de las de las marchas
feministas. Varias veces me ha sucedido sentir un extraño sobresalto
mirando una película, y me cacho pensando: "que se alejen un poco, ¿por
qué le murmura a la oreja?" "van a contagiar a la persona mayor, qué
irresponsables", "Son demasiados en un espacio pequeño, ¿y la sana
distancia?" Hay un golpe psicológico innegable, en este cambio de los
tiempos. Un estar en alerta del que no necesariamente somos tan
conscientes. Compré ramos de flores con la pareja ya mayor que tiene su
negocito a dos cuadras de la casa. Han estado allí desde hace más de
quince años. Las últimas frutas y verduras del señor que coloca su
carrito enfrente. Se dispersan los referentes emocionales de nuestros
barrios. ¿Y, hacia dónde van esas personas? ¿hacia dónde? ¿con qué?
Hay
una angustia que tiene que ver con el contagio, con qué tan grave
podría ser dadas las experiencias de los países a los cuáles el virus
llegó antes, los que nos anteceden en la experiencia. ¿Habrá camas
suficientes? ¿y si colapsa el sistema de salud? ¿los hospitales públicos
atenderán a las personas no afiliadas? ¿los hospitales cuentan con el
equipo necesario? Atendemos a los detalles más minuciosos de cómo evitar
el contagio, cómo cuidar a una persona enferma. Las cifras al alza.
Pero a esa angustia se suma la de la crisis económica por venir. Los
pequeños negocios que podrían verse obligados a cerrar, ¿cuántos empleos
perdidos? ¿Qué será de las y los millones de mexicanas/os que viven del
trabajo informal? Que no pueden dejar de salir. ¿Qué será de las/los
trabajadoras/es de las grandes empresas y cadenas transnacionales que
podrían sin duda sobrevivir pagando los salarios de sus empleados y que,
sin embargo, los "invitan" a retirarse a sus casas sin sus salarios?
¿cuántas familias sostendrán el salario de las trabajadoras del hogar en
estos meses de confinamiento? La desigualdad social tan visible, tan
siempre ruda, se visibiliza más. Esperamos las propuestas económicas.
Las esperamos con ansia.
También nos reímos. A veces, sólo lo intentamos. La cantidad de memes que hemos recibido con el ahora multicitado Poncio Pilatos. La Mona Lisa
que mira al exterior desde la ventana de su casa. Por fin pudo irse a
descansar de ser mirada. El personaje de "El Grito" de Munch y las
partículas de coronavirus que dan vueltas alrededor suyo. El "David" con
tapabocas. La habitación de "Las Meninas" de Velázquez desierta. Jesús
solitito en la mesa de La última cena. Van Gogh en su habitación en
Arlés con una pancarta: "quédense en casa". La creatividad es esa fuerza
de Eros en lucha contra su contrario. A ella nos atenemos. A ella nos
encomendamos. Los tan pequeños gestos cotidianos que toman, es cierto,
una dimensión distinta. Escucho la voz de mi hijo el que sí está en la
casa. Miro a los otros dos también encerrados en sus casas en ciudades
con niveles de contagio ya mucho más altos. Sentimos incertidumbre,
sentimos miedo. Tenemos que cuidarnos también de otras expresiones que
podrían llegar como consecuencia de las circunstancias: ansiedades,
angustias. Enojo. Falta de concentración. Pesadillas. Insomnio. Creación
de síntomas físicos que podríamos confundir con el contagio y nos
asustan. No lo olvidemos, en la angustia: el cuerpo habla. Cuidémonos
de las discusiones innecesarias que puede provocar una convivencia
forzada. O una separación que se prolonga hasta fecha no determinada.
Riego
mis plantas. Las coloco en la bañera amontonaditas, como si se
abrazaran, abro la regadera para que sientan la lluvia. Para que crean
que están en medio del campo, silvestres, libres. Afuera. Baño a mis
perruchis y les cuento que se internan en el Puyacatengo. En el Grijalva
bajo una tormenta. En el Sena. En el Bósforo. No hemos parado de
viajar. También por las ensoñaciones existimos, los seres vivientes. Los
minúsculos gestos que sostienen la cotidianidad, nuestros pies en la
tierra. Sostengámonos las/los unas/os a las/los otras/os. Cuidémonos. Son tiempos de desasosiego.