Rumania, actualmente el país más grande de los Balcanes, ha experimentado cambios profundos en las normas y relaciones de género desde su fundación como Estado en 1864. Hasta 1932, la mayoría de mujeres eran ciudadanas de segunda clase, y el derecho al voto de la totalidad de la población femenina no llegó hasta la toma del poder por los comunistas después de 1944. La emancipación de las mujeres era un objetivo del régimen comunista, pero ellas quedaron relegadas a la doble jornada de trabajo, por mucho que tuvieran más oportunidades en el terreno de la educación y de la capacidad económica.
Como Estado miembro de la Unión Europea desde 2007, Rumania ha adoptado a regañadientes los principios de la UE en materia de igualdad de género en la administración pública y la paridad en las listas electorales. Las mujeres siguen siendo un sector de la población económica y socialmente vulnerable de manera desproporcionada, tanto en las ciudades como en el medio rural.
Los movimientos de mujeres estuvieron divididos desde el principio según criterios de clase, religiosos y étnico-raciales. Mujeres de familias acomodadas que querían animar a sus hijas a emprender actividades educativas más allá de los modelos tradicionales de feminidad y maternidad encabezaron organizaciones que defendían una mejora de las oportunidades educativas para las jóvenes. Aunque el Estado estableció la enseñanza obligatoria para todos y todas las menores, el poder se abstuvo sistemáticamente de ponerla en práctica y de presupuestar recursos suficientes para asegurar que las niñas pudieran asistir a la escuela. La tasa de alfabetización femenina, especialmente en las zonas rurales, siguió siendo baja hasta que el régimen comunista invirtió en su política de alfabetización.
Las organizaciones feministas se centraron en la mejora del acceso a la formación de las mujeres para el magisterio, si bien manteniendo criterios étnicos y religiosos. Se favorecía a las rumanas étnicas de religión cristiana ortodoxa por encima de todos los demás grupos étnico-raciales y religiosos. Dos ejemplos destacados de estas mujeres son los de Alexandrina Cantacuzino (1876-1944) y Elena Meissner (1867-1940).
Ambas mujeres, una en Bucarest y la otra en Iasi (la segunda ciudad más grande de Rumania y capital del país entre 1916 y 1918), dirigieron organizaciones no gubernamentales que formaban a jóvenes mujeres para ejercer de maestras. La Sociedad Nacional Ortodoxa de Mujeres Rumanas, encabezada por Cantacuzino, apoyaba específicamente a mujeres de etnia rumana y religión cristiana ortodoxa, para que encontraran empleo en centros educativos tanto privados como públicos.
Las mujeres interesadas en la justicia social y la igualdad de género gravitaban en torno al movimiento socialista, siendo Sofia Nadejde (1856-1946) el ejemplo más prominente. Nadejde fue escritora y activista del Partido Socialdemócrata y firme sufragista. Fue marginada sistemáticamente por otras feministas, como Cantacuzino y Meissner. Sin embargo, Nadejde fue la feminista que afrontó el reto de criticar al más popular de los intelectuales y políticos de la época, Titu Maiorescu (1840-1917), en la cuestión del supuesto inferior potencial intelectual de las mujeres en función del tamaño de su cerebro.
Nadejde logró dar una gran publicidad y un excelente apoyo intelectual a la causa feminista, pero quienes podrían haber sido sus aliadas se negaron a apoyarla personal e individualmente, o la alababan de forma paternalista mientras la excluían de conferencias, organizaciones y alianzas feministas. Un ejemplo ilustrativo es el de Izabela Sadoveanu (1870-1941), una feminista del periodo de entreguerras con inclinaciones eugenésicas, quien dijo que Nadejde era “siempre simple como una niña, llena de sentido común como una campesina sana en cuerpo y mente, personal, apasionada y excesiva como un verdadero arquetipo femenino en todas sus manifestaciones”. La cita refleja muy bien lo que pensaba Sadoveanu de lo que significaba ser mujer y campesina, un punto de vista que se nutre tanto de la biopolítica de la eugenesia rumana como de sus ideales feministas.
Las mujeres pertenecientes a grupos minorizados, como las gitanas, nunca hallaron una puerta abierta. Después de 1918, cuando Rumania dobló su tamaño, pero la proporción de gitanas étnicas que eran cristianas ortodoxas cayó de más del 90 % a alrededor del 70 %, Cantacuzino dejó muy claro ante los grupos de mujeres alemanas, serbias, húngaras y judías que era su deber conformarse con lo que el Estado rumano tenía previsto para las minorías. Mientras decía que representaba los intereses de todas las mujeres a través de su organización feminista y en los espacios internacionales, como la Pequeña Alianza de Mujeres, Cantacuzino nunca consideró a las mujeres no ortodoxas de su organización más que como meras seguidoras. Jamás abrió un espacio para mujeres minorizadas a fin de defender ideas específicas en materia de educación, empleo, sanidad o cualquier otra política pública que afectara a las mujeres.
Cantacuzino no fue inusual para su época, pero también consideraba que su labor era progresista e inclusiva, representando mal sus propias ideas y los problemas a que se enfrentaban las mujeres en Rumania. Transilvania votó a favor de la unión con Rumania el 1 de diciembre de 1918. La plena igualdad legal de hombres y mujeres era una condición de esta unión. Cuando el Estado incumplió la promesa, Cantacuzino y otras feministas lo denunciaron y siguieron batallando por la reforma del Código Civil, cosa que finalmente lograron en 1932. Sin embargo, no por ello dejaron de enganchar su furgón al tren del nacionalismo étnico-racial excluyente.
Durante la primera generación, el régimen comunista logró erradicar el analfabetismo y aumentar las oportunidades de empleo asalariado para las mujeres hasta un nivel sin precedentes. A finales de la década de 1960, el régimen socialista de Estado se interesó más por controlar a las fuerzas productivas y reproductivas que había tratado de movilizar en las dos décadas anteriores. Si bien no dejaron de existir organizaciones de mujeres, su capacidad para expresarse críticamente sobre cuestiones cruciales, como la del poder de decisión en materia reproductiva, quedó cercenada.
El Partido Comunista, aun a sabiendas de que había un enorme desequilibrio de género con respecto al apoyo popular que recibía (menos del 25 % de sus componentes eran mujeres), promulgó en 1967 una brutal ley contra el derecho al aborto que hizo que más de 10.000 mujeres murieran en operaciones de aborto clandestino y miles de niños y niñas fueran abandonadas en instituciones públicas en que reinaban condiciones inhumanas. Gran número de estos niños y niñas murieron más tarde por malnutrición y otras formas de abuso físico y psicológico mientras se hallaban bajo la custodia del Estado. La despenalización del aborto y el acceso a formas seguras de contracepción pasó a ser una demanda unificadora de las mujeres rumanas, así como de muchos hombres. La legalización del aborto fue la segunda ley que se aprobó en enero de 1990, después del sangriento final del régimen comunista en diciembre de 1989.
La proporción de mujeres elegidas al parlamento es del 17 %, habiendo aumentado un poco desde 1990, pero siempre muy lejos de la paridad de género. Otros países poscomunistas han visto aumentos todavía más escasos (por ejemplo, Chequia y Hungría), mientras que otros siguen una tendencia parecida a la de Rumania (por ejemplo, Bulgaria). Ocasionalmente, las mujeres diputadas se han juntado para criticar públicamente la grosera misoginia de sus colegas, pero no existe ninguna agrupación o alianza de mujeres de distintos partidos para plantear cuestiones como la protección contra la violencia machista.
Algunas cuestiones han fragmentado los movimientos de mujeres. Los derechos de las personas LGBTQI+ apenas se abordan en Rumania y pocos políticos o pensadores (o políticas y pensadoras) han hablado públicamente y de modo sistemático en apoyo a la plena igualdad de todas las personas o para oponerse a la discriminación o la violencia de género. En 2018 salió derrotada una enmienda constitucional que definía el matrimonio exclusivamente como unión entre un hombre y una mujer, pero las parejas homosexuales solo gozan de igualdad de derechos desde que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictó una sentencia favorable a una pareja gay rumana.
El trato que reciben las personas trans en Rumania no es un tema que ocupe a la mayoría de movimientos de mujeres. Con la excepción de grupos anarquistas informales y unos pocos grupos feministas menores, las organizaciones de mujeres han guardado silencio o han emitido declaraciones transfóbicas, o bien como mucho han declarado su apoyo a los derechos de las personas trans sin esforzarse mucho por alinearse públicamente en relación con esta cuestión.
La distancia entre las comunidades trans y los grupos de mujeres cis no ha dejado de crecer desde que la UE financia algunos proyectos para contrarrestar políticas de exclusión de las personas trans. Entre las medidas preconizadas está la de prever un tercer género en los documentos de identidad oficiales y la garantía del derecho de las personas trans a cambiar de nombre y de género en sus documentos.
Las mujeres gitanas también han permanecido aisladas de muchos grupos de mujeres, a menudo marginadas debido a prejuicios racistas. Algunos programas de discriminación positiva centrados en la educación y el empoderamiento económico han contribuido a reforzar la presencia y las ideas de feministas gitanas, pero hoy por hoy muchas siguen sintiéndose marginadas por motivos raciales (con respecto a las mujeres rumanas) o de género (con respecto a los hombres gitanos), de forma parecida a las feministas negras estadounidenses hasta comienzos de la década de 1990.
Las mujeres gitanas siguen teniendo una tasa de alfabetización significativamente más baja que las étnicamente rumanas (del 72 % frente al 100 %), incluso inferior a sus homólogas gitanas de otros países poscomunistas europeos. Esta diferencia tiene mucho que ver con una participación más baja en el trabajo asalariado, que es del 28 % entre las mujeres gitanas y del 52 % entre las de etnia rumana. Ello se traduce en una mayor vulnerabilidad económica y social de las mujeres gitanas. Ahora empiezan a surgir alianzas interseccionales que puentean estas divisorias. Organizaciones como E-Romnja se esfuerzan por establecer alianzas sobre la base de la crítica queer de color.
Del mismo modo, los movimientos de derecha radical eligen a mujeres como portavoces destacadas. Esto puede ser una respuesta estratégica a tendencias similares que se observan en EE UU y Europa Occidental, pero también es un legado de los movimientos de mujeres de Rumania del periodo de entreguerras, cuando la eugenesia halló simpatizantes entusiastas entre mujeres educadas de etnia rumana.
En las dos últimas décadas, cierto activismo ha logrado unir a las mujeres. La derrota del referéndum de 2018 sobre la definición de la familia se produjo en parte gracias a la movilización de las mujeres. El activismo ambiental, especialmente en torno a la deforestación y la minería, ha adquirido dimensiones significativas en virtud del activismo femenino y de las redes feministas, que se manifestaron en las calles. Filia, una ONG feminista fundada en 2000, ha contribuido a llamar la atención sobre la violencia machista y otras formas de discriminación de género y opera en alianza con otras ONG que se centran en la eliminación de la discriminación de las poblaciones vulnerables. Entre otras cosas, ha colaborado con ACCEPT, la ONG más grande y más activa de Rumania en defensa de los derechos LGBTQIA.
Paralelamente a estos esfuerzos, el anarco-feminismo ha protagonizado un movimiento clandestino activo en Timisoara a partir de 1991. Su crítica radical del feminismo liberal ha contribuido a articular un lenguaje más diverso en cuestiones relativas a las normas de género y ha abierto espacios para expresiones de género alternativas.
La violencia sexual y especialmente la violencia doméstica son objeto de una atención creciente en los medios y la esfera política. La presión desde abajo por parte de grupos de mujeres consiguió que Rumania ratificara el Convenio de Estambul en 2016. Desde entonces los grupos de mujeres han sido fundamentales para la implementación del convenio y la formulación de críticas contra la (in)acción del gobierno. La violación y asesinato de una chica de 15 años de edad hace cuatro años dio pie a numerosas manifestaciones y renovó las presiones para abordar la violencia sexual de manera más seria. Sin embargo, no se han creado entidades o redes duraderas que canalicen estas voces diversas.
No está claro qué traerán en el futuro estas diversas vertientes del activismo femenino. En comparación con la enorme derrota sufrida por las mujeres estadounidenses en el caso Dobbs contra Jackson Women’s Health Organization en junio de 2022, cabe pensar que la situación en Rumania es mejor que en EE UU.
Siguen existiendo enormes disparidades entre las mujeres en Rumania por motivos de religión, sexualidad, clase y etnia. No obstante, esto también significa que existen grandes oportunidades para abordar la violencia machista y la discriminación de género. Escuchar atentamente, comprender los intereses comunes y utilizar los privilegios de cada una para abordar estos problemas sistémicos son los retos del futuro.
01/03/2024
Traducción: viento sur