Canadá, 21 mar. 17. AmecoPress.- Cuando
el actual primer ministro canadiense, Justin Trudeau, fue preguntado
por las razones que lo habían llevado a formar el primer gabinete
paritario de la historia del país, respondió de forma tajante: "Porque
estamos en 2015". Aquella frase concisa y lúcida inauguraba un nuevo
tiempo en el devenir del segundo país más extenso del planeta, que este
año celebra el 150 aniversario de su fundación, y revelaba un nuevo
estilo en la forma de hacer política. Ese Ejecutivo, en cuyas filas hay
un aborigen, un refugiado somalí, un miembro de la minoría sij o una
refugiada musulmana de origen afgano, refleja bien la alabada
multiculturalidad canadiense. "Mi gabinete se parece a Canadá", afirmó
el presidente el día de su presentación.
Justin,
hijo del fallecido Pierre Trudeau (primer ministro de Canadá entre 1968
y 1984 y seguramente el político canadiense más influyente del siglo
XX), de 45 años, casado y padre de tres hijos, se declara defensor de
los derechos de las minorías y del aborto, progresista, integrador,
tolerante, multicultural y feminista. "No hay que tener miedo de la
palabra feminista. Los hombres y las mujeres deben utilizarla para
describirse a sí mismos en cualquier momento". Estas declaraciones,
realizadas durante una sesión sobre el progreso hacia la paridad en el
Foro Económico Mundial de Davos, retumbaron en un auditorio poco
acostumbrado a manifestaciones tan audaces. "Debemos criar hijos
feministas", remató.
Canadá está de moda porque su primer ministro
representa la antítesis del discurso xenófobo, machista y supremacista
de Donald Trump, su homólogo vecino del sur, y más de un estadounidense
lo contempla como probable destino de un ’exilio’ autoimpuesto. Trudeau
encarna a la perfección esa imagen estereotipada de país con fama de
tolerante, abierto, generoso, inclusivo y discreto, quizá el menos
escandaloso entre las grandes potencias. Es el resultado de una sociedad
multicultural que se ha ido moldeando durante décadas por grandes
oleadas de inmigrantes y sus descendientes.
Uno de cada cinco
ciudadanos canadienses ha nacido fuera del país, un 20,7% de los cerca
de 35 millones que habitan en un gigantesco territorio casi 20 veces
mayor que España y profundamente desvertebrado. Además, existe un factor
que incide en su heterogénea radiografía y que ilustra su compleja
composición étnica y cultural: las poblaciones aborígenes. Hay más de
600 comunidades registradas.
Aunque Trudeau insiste en que la igualdad de género es una de sus prioridades, la situación de la mujer en Canadá ofrece inquietantes desajustes. El país ocupa el puesto 25 en el último ’Índice de igualdad de género de Naciones Unidas’.
En 1995 se situaba en el primer lugar. ¿A qué se debe
esta debacle? Ann Decter, directora de defensa y políticas públicas de
YWCA, una organización que trabaja en proyectos de seguridad personal,
económica y de bienestar de la mujer, señala que han tenido "unos
gobiernos federales que desde los años 90 no han generado políticas de
apoyo a las mujeres en diversos ámbitos".
Aunque Justin Trudeau
insiste en que es una de sus prioridades, el país ocupa el puesto 25 en
el último ’Índice de Igualdad de Género de Naciones Unidas’
El informe de Naciones Unidas es demoledor: "Canadá no respeta, protege y
cumple los derechos sociales y económicos de mujeres y niñas". No es el
único: el último ’Informe Global de la Brecha de Género elaborado por
el Foro Económico Mundial’ sitúa al país en el puesto 35, tras descender
cinco puestos en el último año. Este indicador anual mide el tamaño de
dicha desigualdad en la participación de la mujer en la economía y el
mundo laboral cualificado, en política, acceso a la educación y
esperanza de vida.
Anne Kothawala, presidenta de la poderosa
Asociación de distribuidores de tiendas de cercanía de Canadá, cree que
el país "está haciendo actualmente grandes progresos para alcanzar la
igualdad hombre-mujer", pero reconoce también que factores como la
"educación, la maternidad o la independencia económica" son lastres en
el camino. En este sentido Ann Decter aporta un elemento que es una
constante en cualquier análisis de género en Canadá: "El acceso a la
educación varía entre los grupos raciales, afectando negativamente a las
mujeres de color y a las indígenas".
Gabriela González, hija de
inmigrantes cubanos y exasesora de comunicaciones y operaciones del
Ministerio de Economía y Desarrollo de Ontario, considera que las capas
de multiculturalidad inciden decisivamente en este problema. Dicha
distorsión es especialmente visible en la violencia de género. Canada
Women’s Foundation denuncia que la mitad de las canadienses ha sufrido
al menos un incidente de violencia física o sexual después de los 16
años. Aproximadamente cada seis días una mujer es asesinada por su
pareja. Estas estadísticas adquieren tintes todavía más siniestros si se
enfocan en las mujeres aborígenes.
Tanya Talaga, periodista del
diario ’Toronto Star’ especializada en las comunidades indígenas,
subraya que "las aborígenes sufren uno de los índices más altos de
suicidios del mundo, violencia sexual y sobrerrepresentación en
cárceles". Estas cifras reflejan, según la expresidenta de la Asociación
de mujeres nativas de Canadá Beverly Jacobs, "los efectos retardados de
la colonización y el sometimiento". No es lo peor: un informe de la
policía del país señala que entre 1980 y 2012 se registraron 1.181
asesinatos o desapariciones de mujeres y niñas pertenecientes a estas
comunidades, sin que se tenga todavía un relato claro de lo que sucede.
La
violencia de género afecta con distinta intensidad a todas las capas de
la población femenina canadiense. La diputada de Calgary Michelle
Rempel publicó el año pasado una carta en la que denunciaba las
situaciones de "sexismo diario".
"Debo convivir con el epíteto zorra cuando no cumplo automáticamente con
la petición de alguien", escribía. Su denuncia provocó una cascada de
testimonios de otras políticas que compartieron historias similares de
acoso verbal.
Pese a ello, la influencia femenina en la vida
política canadiense es una evidencia. A la paridad en el gabinete de
Trudeau se une el hecho de que 88 mujeres fueron elegidas para la Cámara
de los Comunes en 2015, la cifra más alta de la historia. Y Christy
Clark, Rachel Notley y Kathleen Wynne son primeras ministras
respectivamente de British Columbia, Alberta y Ontario, tres de las
provincias más poderosas y pobladas de un país con una amplia
descentralización. Wynne además es la primera política que ha reconocido
abiertamente su homosexualidad, normalizando una situación que ya no es
motivo de debate en el país.
Las canadienses disfrutan de un
generoso permiso de maternidad que alcanza los 12 meses, en la mayoría
de las casos remunerados. "Muchas cosas han cambiado en las últimas dos o
tres décadas. Hoy, las mujeres constituyen la mitad de la fuerza de
trabajo y se gradúan en la universidad más que los hombres", sostiene la
periodista Marina Jiménez, de padre español.
La nueva realidad en
los campus no se ha traducido, sin embargo, en una transformación del
mercado laboral, que sigue teniendo una marcada influencia masculina.
"Esto tiene que ver con los diferentes ámbitos de poder y privilegio que
todavía permanecen en función del origen de la mujer", señala la
abogada de origen colombiano Paola Gómez, reconocida activista en favor
de los derechos humanos.
Únicamente tres de los cien CEOs más
importantes del país son mujeres y la brecha salarial en el mercado
laboral marca barreras todavía insalvables: ganan un 28% menos que los
hombres. Tanya Van Biesen, responsable máxima de Catalyst, una
organización sin ánimo de lucro que promueve el progreso de ellas a
través de su inclusión en el ámbito laboral, prefiere destacar que la
representación de las mujeres en los consejos de las cien empresas
mayores ha crecido del 15% al 25% entre 2011 y 2016. "Las compañías
canadienses están comprobando las ventajas de tener a mujeres en cargos
ejecutivos", señala.
Foto: Archivo AmecoPress.