Miguel Lorente Acosta
Identificar a una persona
parece algo sencillo, basta con describir cómo es su aspecto, el color
de sus ojos, cómo tiene el pelo, la forma de su nariz… para llegar a
saber quién es. Pero cuando todo eso es falso o puede ser escondido tras
características que no se corresponden con la realidad, entonces hay
que irse a elementos profundos y ocultos a las miradas para saber de
quién se trata. Así ocurre cuando los acontecimientos han hecho
desaparecer esos elementos externos o cuando se ocultan detrás de
disfraces preparados para la ocasión, y tenemos que acudir a una referencia inamovible como puede ser analizar el esqueleto,
bien de forma directa o por medio de radiografías que lleven la mirada
detrás de las barreras intercambiables. Es desde esa referencia estable
desde la que luego se puede reconstruir la identidad de la persona
estudiada.
Pero la identidad no sólo es el soporte biológico que individualiza a la persona del resto del grupo, la vida en sociedad también aporta un componente cultural y relacional a la identidad
que permite conocer su vinculación a las referencias que esa sociedad
ha establecido para las personas que la forman. Y del mismo modo que
existe una parte variable que se puede adaptar a las circunstancias,
también hay elementos que forman parte estructural de su esencia que sostienen la identidad social y cultural,
una especie de esqueleto sobre el que descansan los elementos que le
hacen sentirse parte del grupo y ser reconocido como tal por el resto.
El documental de Isabel de Ocampo, “Serás hombre”, nos muestra parte de ese esqueleto de la identidad social de los hombres.
Isabel de Ocampo ha sabido prescindir de lo superficial, de aquello
que es fácil de disimular, esconder y negar, y ha diseccionado la
masculinidad hasta llegar a esos “huesos” que sostienen la construcción de la identidad de los hombres. Una identidad que, bajo sus redes, ha
llevado a prostituir a las mujeres a lo largo de toda la historia, y a
ofrecérselas a otros hombres para que hagan uso de ellas para
reforzar su hombría en gestos que van desde el padre o el familiar que
lleva a su hijo a “acostarse con una puta” para que “se haga hombre”, hasta aquel otro hombre que acude a ella para sentir el poder de una identidad levantada sobre el sometimiento de las mujeres.
El documental nos da tres claves para entender que “serás hombre o no serás nadie”, que en un mundo de hombres es mucho peor que no ser nada.
La primera clave se centra en mostrar la identidad masculina que se revela en el consumo de prostitución. Isabel de Ocampo establece un diálogo entre dos hombres,
uno de ellos un antiguo putero o “prostituyente”, y otro el hijo de una
prostituta que quedó embarazada de un cliente del que nunca supo nada
más, y al que busca para intentar encontrarse a sí mismo.
Es un diálogo al que se incorporan otras voces de hombres como si fueran un coro,
y que muestran diferentes elementos de una vida en la que los hombres
se desenvuelven sin problemas a pesar de todas las contradicciones del
día a día gracias a la “coherencia” de su identidad. Es un diálogo muy
de hombres, de sus complicidades, sus jerarquías y su poder, que
comienza de forma muy gráfica cuando el putero acude a su antiguo club y
otro hombre se dirige a él como “Don Rafael”.
Otro de los pilares de ese diálogo y del documental es el uso de un lenguaje que representa una realidad “normalizada” gracias al camuflaje de las palabras,
capaz de esconder significados y revelar consecuencias de todo tipo,
desde ese respeto tan masculino que se guardan entre sí los hombres
hasta las amenazas implícitas, desde las eufemismos que llevan a
presentarse como “empresario de la noche” hasta la crítica a las mujeres al hacerlas responsables de su situación y afirmar que hay que “putearlas”… Putear a las putas.
La segunda clave es el modelo de sociedad y cultura que da sentido a esa masculinidad putera y “prostituyente” capaz de esclavizar a las mujeres para empoderar aún más a los hombres. Las “mujeres son billetes”, afirma
el protagonista en un momento del documental, expresión que refleja a
la perfección la doble condición que le otorgan a las mujeres: la de objeto y la de mercancía.
Son personas que pueden ser usadas y explotadas para obtener
beneficios, tanto materiales con el dinero que obtienen a través de su
esclavización, como personales en el reconocimiento que nace del
ejercicio de la masculinidad. Porque el poder no lo da el escenario, sino la escenificación de la identidad.
Bajo esa idea, el protagonista comenta que las mujeres son las
primeras interesadas en la prostitución y que los hombres acuden como el
que va a un cepillo y echa una limosna. Todo forma parte del juego de la normalidad
que impide que los hombres se cuestionen nada que pueda hacerlos dudar
de su masculinidad, ni de un modelo de sociedad tan rentable para ellos,
aunque luego tengan que colorear la realidad en blanco y negro con
luces de neón. Es lo que un día me comentó el poeta Luis García Montero cuando hablábamos de cómo los jóvenes ahora prefieren irse de putas porque “ahorran dinero”,Luis me dijo, “ahorran dinero y ahorran sentimientos”.Y esa es otra parte esencial de esta masculinidad machista que desvincula a los hombres de las emociones: alejarlos de los sentimientos y esconder la injusticia y todo el daño que produce bajo la normalidad y la teórica libertad de las mujeres.
Es lo que lleva al otro protagonista, a pesar de toda su rabia, a “respetar” al putero, porque al final hay algo que hace sentir que es más importante ser hombre ante otros hombres, que ser hijo, o padre, o hermano, o amigo…
Y la tercera clave que nos aporta Isabel de Ocampo es la representación de las mujeres que hace la cultura machista a través de la prostitución.
Las mujeres son creadas, definidas y utilizadas por los hombres,
su voz sale del silencio y lo hace para volver a él a través de la
asunción de su realidad. Y mientras que los hombres aparecen presentados bajo diferentes formas de entender la masculinidad,
planteando una distinción y una graduación antitética que lleva a
entender que lo malo y lo negativo no es consecuencia de los hombres,
sino de determinadas circunstancias, las mujeres son presentadas
por la cultura como una misma realidad y condición que luego se
manifiesta de forma diferente en cada una de ellas. Y es desde
esa condición desde la que se decide ser puta o “decente”, esposa o
amante, pecadora o santa… pero siempre como mujeres que deciden ser de
una forma u otra porque todas están en ellas.
El documental nos lleva por esas noches de neón que iluminan las
mañanas de cada día, y en las que los hombres se visten de empresarios,
de amigos, de hijos o de padres, en busca de mujeres a las que poder
someter bajo precio para que otros hombres vean lo hombres que son al hacerlo, y así todos juntos sostener el modelo que les da la identidad y el poder.
Isabel de Ocampo lo ha reflejado a la perfección: “o serás hombre… o no serás”.