"Escribir fue mi vida, ¿alguien vivía por mí mientras escribía? ¿La vida era eso: solo escribir? ¿Descuidé a mis hijos
por escribir? Escribo obsesa, me arden los ojos, ya perdí el ojo
izquierdo de tanto exigirle... ¿Escribir es hacer algo por alguien?".
¿Hacer
algo por alguien? Pregunta justo ella, la que nos ha regalado toda una
manera de detenerse y escuchar al mundo. A la munda. Quisiera encontrar
las palabras para hablar de Elena Poniatowska, ser capaz de una escritura
que la abrace, que la honre, que pueda murmurarle lo que significa y ha
significado para tantas personas. Para tantas mujeres. Nuestra
gratitud. Quisiera decirle cuánto la hemos amado a través de sus libros y
el casi síncope que fue descubrirla un viernes (hace ya veinte años)
del otro lado de una mesa. Con su sonrisa tímida y dulce. ¡Era ella! No
su foto en la contraportada de sus libros, a la que yo atesoraba casi
como a una estampita. ¡Era ella! (Quizá me hicieron el milagro El Santo
Niño de Atocha y San Martín de Porres y sus animalitos; a mí también me
educaron las monjas).
Quisiera decirle cómo sus palabras –las
de esa niñita que comenzó su vida en francés con su gorro y sus
guantecitos– nos hicieron amar más a un México que ella indaga. Con los
ojos pelones. Así como escribe, entre los grandes acontecimientos de La
Historia y el panadero que hace equilibrios en su bicicleta "sin que se
le caiga ni un solo bolillo". La rebanada de pan con tomate y ajo, que
le ofrece el jardinero. La infancia con esos vientos: "El Mistral que
viene del norte y el Siroco que viene del sur". El liberum veto
que "impedía el progreso de Polonia". El "¡Esquina bajan!" Frente a la
escuela de taquimecanografía en San Juan de Letrán. Las intrigas en las
cortes de Polonia, Francia y Rusia.
Ese vaivén me recuerda a
Stefan Zweig en su fascinante manera de pasar de lo macro a lo micro, de
la historia de los pueblos con sus tintes épicos, a las complicaciones
cotidianas de María Antonieta para vestirse –sus amplísimos miriñaques
que le hacían caer desde el piso de arriba– y para caber en su carruaje.
La princesita polaca lee "Los Miserables" y se identifica con
Cosette, la que, escribe Víctor Hugo, "se veía en el espejo, pero no se
miraba". Hasta el día que –con sorpresa– Cosette aprendió a mirarse.
Si bien toda obra es un legado, por deseo de la autora/el autor, o a pesar suyo, "El amante polaco" es el legado
de Elena específica y conscientemente elegido. La sorpresa de mirar
hacia atrás. Elena narra un paseo por el Parque de la Bombilla con su
nietecito Nicolás: "Al ver que no podía correr como él, me preguntó: ´Tu es très, très, très, très vieille?"
(´¿Eres muy, muy, muy, muy vieja?´) y le respondí que sí, pero no tanto
como para no querer contarle esa larga travesía que cubre más de dos
siglos".
Suceden cantidades de cosas en "El amante polaco". En su estructura de tiempos e historias que corren paralelas construida a través de la memoria individual y la investigación histórica.
"En 1795, Polonia, borrada del mapa de Europa, desapareció de la faz de
la tierra durante 123 años". La borradura. Otorgarles un sitio a esas
memorias de los otros y a la memoria que nos habita.
La vida de Stanislaw Poniatowski,
primer rey de Polonia y la de sus descendientes mexicanos: "´Han pasado
más de doscientos cincuenta años del nacimiento de Stanislaw Poniatowski
y sus descendientes se encuentran en Francia, Estados Unidos y México´,
refiere Adam Zamoyski. Al leer la palabra México pensé que tal vez
tenía yo una estafeta que entregar de un siglo a otro, de un continente a
otro, de un tiempo pasado a uno actual".
Entre todo lo que
sucede, sí, también, Elena habla de la traición. Un entrecruzamiento de
traiciones. La dolorosa traición de Catalina de Rusia a Poniatowski
a quien abandona sin demasiadas explicaciones (capítulo polaco), la
dolorosa traición –¿cómo va ahora a mirarse en el espejo, Cosette?
¿Cómo? – del Maestro a su pupila (capítulo mexicano). Pero Elena habla
–sobre todo– de su apasionado encuentro con su hijo mayor. Quien
"inspira" la historia.
La descripción de un país y tal vez de alguien más
(Una no lo sabe de cierto. Sólo supone. Intuye. Solo eso). Elena escribió: "El diario de Poniatowski:
La autodefensa del último rey de Polonia frente a déspotas cínicos
(Catalina, quien fue su amante; Federico, el filósofo guerrero, y María
Teresa de Austria, la piadosa) es un alegato en contra de la opresión y
una acusación contra el lobo que se abalanza sobre el cordero y lo
destaza a lo largo de cientos de años. Polonia... fue un cordero pascual
durante los años cruciales de su formación. Lo fue por su fe en la
bondad humana, su catolicismo de Agnus Dei y porque no supo preservarse del cuchillo del depredador, sino hasta que la sacrificaron".
El movimiento pendular
Es
la guerra y la madre en París conduce una ambulancia. En 1942, en el
barco Márquez de Comillas viajan Elena niña y su hermana, junto a su
madre mexicana, rumbo a México. "No sabía que mamá era mexicana". Su
padre alcanza a De Gaulle en África. Se reúne con ellas cuatro años
después. Su hermanito Jan (al que le gustaba admirar la constelación de
"las siete cabrillas". Así, como el título de aquel libro de Elena),
nació en México. "Jan, nuestro hermano, nace el 9 de marzo de 1947 a las
doce del día. Jamás creímos tener un niño tan hermoso. Es un rayo de
sol en la casa... Podría ser mi hijo, le llevo casi quince años". En la
historia paralela Poniatowski visita el salón de Madame Geoffrin "la anfitriona del Siglo de las Luces", pasea Versalles al lado de Madame de Pompadour.
"Europa entera pende de la opinión de Voltaire". Carito Amor funda la Galería de Arte Mexicano. Poniatowski,
conoce a la Gran duquesa Catalina, el zarévich Iván ´se pudre en un
calabozo´; en México, la "polaquita" guarda los papelitos ocultos en las
galletas chinas de la suerte. Los amores clandestinos a voces de Poniatowski
y Catalina: "El amor del polaco por Catalina es parte de la vida
política de la corte rusa". Elena y sus anhelos: "Nunca ha habido un
campus más bello que el de la UNAM... De todos mis deseos, el principal
es estudiar Medicina". El brillante.
Los padres de Elena leen el periódico Le Figaro, la pasión de la tan joven Elena por Ana Karenina. Konstancja, la madre de Poniatowski
escandalizada por la relación "ilícita" de su hijo con una mujer
casada. Elena en Eden Hall, un convento del Sagrado Corazón en Estados
Unidos: "A las jóvenes alumnas hay que abrirles los ojos, no solo
hincarlas a rezar y a pedir perdón... lo que más anhelé es ir a la UNAM y
no tuve la energía para lograrlo", para entonces ya no quería estudiar
medicina, sino entrar a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales o a
la de Filosofía y Letras. Poniatowski se ve obligado a
regresar a Polonia por presiones familiares. Las clases de Derecho
Internacional en la Secretaría de Relaciones Exteriores en la época de
José Gorostiza, Elena habla de "reparto de tierras", su madre teme lo
peor: "¿No te habrás vuelto bolchevique?"
Los valses y las polkas
que baila con Carlos Fuentes quien "escribe a máquina con un solo dedo".
Los problemas del padre con los negocios. "Mis padres todo el día le
ofrecen la otra mejilla a la vida". Elena se llama a sí misma "procastinadora". "Procastinar es inventarse una vida de mentiras para no vivir la propia". Comienza entonces a considerar hacer entrevistas y escribir crónicas. Le llama a Alfonso Reyes, Dolores del Río y Diego Rivera. Aceptan. Sus padres le recuerdan que el nombre de una mujer en Le Figaro, "aparece solo con un entrefilet,
apenas en una línea: una cuando nace, otra cuando se casa y la última
cuando muere". Ella anota y anota en su libreta Scribe. Diego Rivera la
recibe: "´A ver, criaturita, ¿para qué soy bueno?´ Pregunto si sus
dientes son de leche y me dice que sí, y que con ellos se come a las
polaquitas".
La traición
Lo humano, tan dolorosamente humano que se repite. Stanislaw Poniatowski
no logra aprehender las dimensiones de su desgracia: Catalina lo
abandona. No lo cree. Se somete a años de espera, imagina que regresará
junto a él. La nueva Emperatriz de Todas las Rusias y su rey polaco.
Catalina ya es aparentemente feliz entre otras sábanas con su nuevo
amante. Quizá no tan delicado, ni tan culto, pero bastante menos
ingenuo, más beligerante y eficaz. Poniatowski dice
refiriéndose a Catalina: "´Me ordenó que esperara... A la noche
siguiente, Adam vuelve a tocar el tema. ´¿Hasta cuándo vas a cultivar tu
delirio?´. ´Todos tenemos derecho a nuestros sueños, Adam´. ´Sí, pero
el tuyo ya pasó´".
Una muchacha católica y sus sueños suben unas
escaleras hasta una habitación en la azotea. Es la "elegida" del Maestro
para acompañarlo en esas salidas que se le dificultan. Ella le agradece
a Dios, a las cortes celestiales, a las Guides de France por
el tan inmerecido milagro. "Ahora que soy vieja me doy cuenta que era
una hoja de papel de China en una azotea". Un día "el lobo se abalanza",
como escribió Stanislaw Poniatowski al describir
Polonia. Una muchacha invadida y negada. "Y pago por subir las escaleras
con tanta premura, pago por ´Las cuatro estaciones´ de Vivaldi que
giran ahora su invierno para amortajarme y por cada escalón por el que
ahora desciendo a toda velocidad hacia la puerta de salida y ya en la
calle no entiendo, solo sé que, así como él, la azotea con su sábana
tendida me ha dado una bofetada". Vuelve a ver al Maestro. Ella está
completamente sola. A él todos lo abrazan. "¿Es esto el amor?". "Estoy
sola. No sé lo que es el amor. Lo que me ha sucedido, el catre, la
amenaza, el ataque nada tiene que ver con lo que leí en los libros y vi
en la pantalla del cine Vanguardias".
Sin auto-compasiones y sin
excesos, habla del dolor. Aquel dolor. Con una suavidad y una prudencia
infinitas. ¿Después Elena –desde el convento en Roma al que fue enviada
para "ocultar" su embarazo– escribió alguna carta (con su habitual
gentileza) dirigida al Maestro? "Señor Don Lobo..." ¿Por qué no lo
habría hecho? ¿no está en toda la "lógica" de la negación y el "perdón"?
Agnus Dei. Pero y, sobre todo: Cuando escribió existía ya ese bebé tan elegido y amado.
No
estaba en Elena negarle al padre biológico de su hijo que algún día lo
conociera. Elena tenía ya alguien mucho más importante a quien mirar:
"Siento una fuerza enorme, una fuerza como jamás he tenido, la de diez
mil caballos, la de diez mil dragones, yo misma echo lumbre, podría
salir en camisón a la Plaza de San Pedro con mi hijo en brazos y
anunciar su advenimiento a los cuatro vientos". El padre de Elena no
sabe del bebé. Deciden entregarlo en adopción a su tía. Con ella y su
esposo tendrá una vida comme il faut. Elena se queda sola en el
convento en Roma. Se lo arrancaron. Se fueron con él en brazos hacia
México. La leche de su hijo está allí, sin destinatario.
Elena
escribió: "El príncipe idiota de Dostoyevski me deja una huella profunda
porque en ese momento en el que el tímido Mishkin, epiléptico, entra al
salón de baile y ve un valioso florero que aguarda sobre una mesa,
tiene la absoluta certeza de que por más lejos que se mantenga de él, va
a romperlo. También yo tengo la certeza de que voy a romper algo, pero
no sé lo que es". Con el apoyo de su abuela materna, Elena recuperó a su
hijo. Elena rompió ese "valioso florero" que estaba destinada a ser.
Rompió con casi todo. A la "Letra escarlata" que marcaba a las mujeres
"indignas", opuso sus letras. Cuenta la historia porque es la de ellos
dos, la de la madre y la del hijo. Tan conmovedora y tan única.
Esa
descubierta de la maternidad. Ese diálogo secreto entre la madre y el
niño por llegar. En aquellas circunstancias, fue un: "tú y yo", si no,
"contra el mundo", sí un "tú y yo" con la intensidad que el aislamiento
confiere. Ellos en su isla que mira hacia las calles de Roma. Elena supo
acompañar –en su hijo– a un ser bellísimo, al que le brillan el corazón
y las neuronas. Un científico con un sentido del humor exquisito. Todo
un hijo de su madre y de su padre astrónomo. El hermano mayor de su
hermana y de su hermano. ¿Qué le podría una decir a aquel Maestro
invasor? Nos ahorramos los adjetivos. Qué difícil debió ser separar.
Hacer un corte en el cómo, y su luminosa y elegida consecuencia. Elena
quiso y pudo hacerlo.
Se calló por más de sesenta años. Ya fue hora, para ella, de mirar hacia los últimos casi trescientos años de su pasado. El legado para sus hijos y sus nietos.
Y, de golpe se desatan esas otras vertientes: la de quienes llaman a la
maledicencia, cuando ella ya dijo lo que necesitaba decir. Punto.
Léanla. Y la de un testimonio que se convierte en Acto político. En un
entrañable #MeToo. Sucede a pesar suyo. Está bien que así sea.
"¿Escribir es hacer algo por alguien?" Sí. Una vez más, la voz de Elena
es la voz de tantas mujeres. Es una figura icónica y lo sabe, pero nunca
lo va a saber. Elena no cree en esas cosas.
Puede tardarse dos
horas en salir de un evento porque en el camino la detienen para
conversar, pedirle una dedicatoria, tomarse una foto. Ella se detiene y
da las gracias. Elena da muchísimo las gracias. No solo porque es tan
bien educada. Las da porque en algún lugar, tan misterioso, la sorprende
saberse amada. Como si lo descubriera cada vez. Me hubiera gustado que
los capítulos de la vida de la descendiente mexicana de Poniatowski duraran más, mucho más. Elena prepara ya la segunda parte de "El amante polaco", "haz dos libros", le recomendó Marta Lamas, en medio de la desesperación y el "enredo" en el que Elena sentía que se hallaba.
Deseo que las Cortes celestiales, las Guides de France,
gatito Monsi, gatita Váis la lleven a que abunde en su historia (la
mera suya) para el próximo tomo. Una carcajada me llega con la última
frase, la de su hijo. Tan igualito a él mismo. "Para Mane escuchar las
teclas de la máquina de escribir y su ring-ring cada vez que llego al
final de una línea es su canción de cuna. Lo que más le enferma es que
le diga: ´Ya acabé, vamos a salir´ y siga tecleando. "Mamá, ¿vas a
hacerme eso toda la vida?".