Miguel Lorente Acosta
La violencia de género es el resultado de todo lo que no se puede negar ni ocultar,
aquello que no queda más remedio que admitir ante la evidencia de los
hechos y la tozuda objetividad de la realidad, porque si hay opción para
esconder algunas de sus manifestaciones, sin duda se hará.
Es lo que comprobamos cuando los datos sobre los homicidios por violencia de género de la Fiscalía General del Estado
no coinciden y son más altos que los del Ministerio de Sanidad,
Servicios Sociales e Igualdad, una situación similar a lo que ocurre con
las estadísticas de las organizaciones de mujeres. También sucede cuando el año termina con una serie de casos oficiales en investigación que de pronto “desaparecen”
y no se vuelve a saber nada más de ellos, o lo que ha pasado ante
determinados homicidios de mujeres con indicios objetivos de haber sido
cometidos en un contexto de violencia de género, pero ni siquiera fueron
considerados “en investigación”. Esta situación no es ajena a
la actitud adoptada la pasada semana por el Ministro del Interior, Juan
Ignacio Zoido, ante el caso de la mujer atropellada en la A-5. No le
faltó tiempo para decir que la era víctima de un accidente de tráfico,
cuando todo apuntaba por las declaraciones de las personas que
presenciaron los hechos, que se trataba de un homicidio por violencia de
género. Ni siquiera dijo lo de “no se descarta ninguna hipótesis”.
Como se puede ver, hay prisa para descartar la violencia de género y mucha lentitud para confirmarla.
Esta misma actitud también se aprecia con las personas del entorno de las mujeres que son asesinadas como consecuencia de la violencia de género. Ha ocurrido estos días en Castellón
cuando el maltratador se ha dirigido a la casa de los padres de su
expareja al no poder localizarla ella por estar en un centro de acogida,
y ha asesinado al padre de la mujer. Pero sucedió también en Medina del Campo
el pasado diciembre cuando su nueva pareja acompañó a la mujer al
domicilio para recoger a la hija y fue asesinado. O como pasó en Cuenca con Laura del Hoyo,
amiga de Marina Okarynska expareja de Sergio Morate, asesinada junto a
ella al acompañarla a casa, sin embargo, nunca fue considerada víctima
de la violencia de género, como si su homicidio hubiera sido
consecuencia de un robo o por narcotráfico.
La fragmentación de la violencia de género es consecuencia de esa necesidad de restarle trascendencia para tranquilizar sobre las consecuencias,
y pensar que no es una situación tan grave ni, sobre todo, producto de
una decisión meditada y planificada por el agresor. De ese modo se hace
valer el mito que la presenta como situaciones puntales producto de una “pérdida de control” propiciada por el alcohol, las drogas, la alteración psicológica o el resultado de una “fuerte discusión”.
Y de alguna manera se logra ese efecto cuando los Barómetros del CIS
recogen que sólo alrededor del 1% de la población considera esta
violencia, con sus 60 homicidios de media al año, como un problema
grave.
Y todo eso tiene sus consecuencias en el día a día,
pues cuando la violencia de género se presenta como producto de las
circunstancias, bien por el contexto de la relación o bien por las
características del agresor, y se divide y separa entre cada uno de esos
elementos, la respuesta se elabora sobre esos estereotipos que le restan gravedad y trascendencia.
Es lo que sucedió con Andrea, asesinada en Benicàssim tras múltiples
situaciones que reflejaban la grave violencia que sufría, y lo vemos
cuando con frecuencia la primera referencia que se utiliza para ver lo
ocurrido ante una denuncia es la sospecha. Se sospecha
de la denuncia que hacen las mujeres y luego, cuando “aparecen muertas”,
se llega a sospechar de que hayan sido asesinadas por violencia de
género.
Y claro, si la situación es así con las mujeres que sufren esta violencia, con las personas de su entorno es mucho más grave.
¿Se imaginan que no se hubieran considerado víctimas de terrorismo de
ETA a las personas civiles que murieron en atentados con coche bomba
dirigidos a acabar con la vida de un militar o de un miembro de las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado? Nadie lo habría aceptado, es
más, a nadie se le habría ocurrido hacerlo, como tampoco se dudó en
considerar a los padres y madres de los asesinados por ETA como víctimas
del terrorismo, mientras que en violencia de género las madres y padres
de las víctimas han pasado a considerarse como tales en el reciente
Pacto de Estado que aún no se aplica.
Una de las características diferenciales de la violencia de género
respeto a otras violencias interpersonales es que se trata de una “violencia extendida”,
es decir, que el agresor utiliza de manera estructural la violencia
contra otras personas para dañar a la mujer y facilitar su control y
sometimiento. Y lo hacen durante la relación de forma habitual, y lo pueden hacer con el homicidio. Es lo que en algunas legislaciones latinoamericanas, de las que tenemos mucho que aprender, se denomina “femicidio vinculado” o “femicidio ampliado”
para referirse al homicidio de personas relacionadas con las mujeres
que sufren la violencia de género, a quienes el agresor asesina bajo una
doble referencia y buscando dos objetivos.
Las referencias que utilizan para llevar a cabo este
“femicidio vinculado” son, por un lado, el lazo afectivo con la mujer, y
por otro considerar que la “han ayudado” o “han intervenido” en el
proceso de separación desde el ejercicio profesional o como apoyo
emocional o material. Y el objetivo también es doble,
por una parte, dañar a la mujer por la pérdida de ese ser querido y
hacerla responsable de su muerte, y por otra, lanzar el mensaje de que
las personas que “ayuden” o “intervengan” ante la violencia de género
pueden ser también víctimas de ella.
Son homicidios que forman parte estructural de la violencia
de género y, por tanto, deben ser considerados como parte de esta
violencia, tanto por justicia como por el significado de una
violencia que va dirigida contra las mujeres y su mundo. Y del mismo
modo que esta violencia se inicia atacando ese mundo y rompiendo sus elementos de identidad y sus fuentes de apoyo externo (familia, amistades y trabajo), puede terminar acabando con esas otras vidas que toda persona vive junto a sus seres queridos. No son homicidios ajenos a la violencia de género, y en el momento actual
son una posibilidad aún más cercana ante el cambio adoptado por los
agresores para herir a las mujeres bajo estas nuevas referencias de extender la violencia asesina a otras personas de su entorno.
En violencia de género duelen más las cicatrices que los golpes, los maltratadores lo saben, el resto no podemos ignorarlo ni permitir que desde el machismo se continúe fragmentando y ocultando esta violencia.