El feminismo debe introducir en el debate público los
muchos problemas derivados de nuestra opresión. Rara vez, las cuestiones
específicas de las mujeres entran en una agenda política dominada por
varones burgueses, y la mayoría de medios de comunicación hacen una
bochornosa labor, nada inocente, en relación con las mujeres; por un
lado ignoran las causas de nuestra opresión mientras tratan los
feminicidios con un morbo sensacionalista para ganar audiencia, y por
tanto, dinero; por otro lado, blanquean la violencia machista, invitando
a los abogados de los agresores mientras silencian o denigran a las
víctimas. La prensa trata de ocultar la opresión de las mujeres porque
es imprescindible para que este sistema cruel e inhumano de supremacía
masculina siga dándoles beneficios.
El movimiento feminista ha de actuar para lograr nuestros
objetivos a corto, medio y largo plazo.
Objetivos que han de ser fruto de la reflexión y del trabajo colectivo
del Movimiento de Liberación de las Mujeres, de las feministas de la
cuarta ola. Recordando las palabras de
Catharine A. MacKinnon; "Como
Andrea Dworkin dijo hace bastante tiempo, la situación de las mujeres requiere nuevas formas de pensar, no solo pensar en cosas nuevas".
Si
las feministas hacemos una auténtica revolución en el mundo del
pensamiento y nos situamos en la conciencia de la mujer que desea ser
libre, fuera de la lógica patriarcal, ajenas a su influencia biológica y
mental, apartadas de la ideología de la clase dominante, esas
reivindicaciones y exigencias que han de formar parte de la agenda
feminista caerán por su propio peso.
Las feministas no podemos
escribir con miedo a incomodar; el feminismo que no incomoda, que no
molesta, que deja indiferente, que no inquieta, es un feminismo muerto. Audre Lorde,
una gran feminista, incomprensiblemente olvidada, escribió: "Muchas
veces pienso que tengo que decir las cosas que me resultan más
importantes, verbalizarlas, compartirlas, aún a riesgo de que sean
rechazadas o malentendidas".
No podemos pensar y reflexionar sin
salir de la lógica del varón, de la mentalidad masculina forjada por un
sistema supremacista que ejerce todos los días su violencia contra la
mujer, pero escapar de la telaraña no es tarea sencilla. Desde que
nacemos hemos sido domesticadas por el látigo estructural del
patriarcado, y aunque logremos escapar, tendremos que sobrevivir en una
sociedad dominada por el machismo institucional que quiere impedirnos
abandonar su mundo ideológico. En palabras de Andrea Dworkin: "La mujer
no nace: es hecha. En el proceso, su humanidad es destruida. La mujer se
convierte en símbolo de esto, símbolo de aquello: madre de la tierra,
puta del universo; pero nunca se convierte en sí misma, porque está
prohibido que lo haga".
Las feministas somos mujeres en proceso
de reconstrucción, mujeres que fuimos destruidas, mujeres a las que se
nos inculcó cumplir con el papel predeterminado en el sistema
patriarcal, mujeres que queremos dejar de ser mujeres tal y como nos
enseñaron a serlo. Las feministas, como dijo Dworkin, luchamos
individual y colectivamente para que "cada mujer pueda ser ella misma,
que no tenga que conformarse con la función que le fue dada, con una
definición de su cuerpo, de su valor, que nada tiene que ver con su
personalidad".
No es posible conseguir los objetivos sin
recuperar los lazos y vínculos entre mujeres trabajadoras, pensadoras y
luchadoras. A la hora de elaborar la agenda no podemos olvidar que las
leyes solo nos consideran iguales de una manera formal, pero no
material. Nos encontramos en un sistema de dominación masculina en el
que tratamos de sobrevivir en un permanente estado de excepción. Se nos
han arrebatado derechos tan básicos como poder caminar libremente por
las calles o participar en debates sin que nuestra voz sea socavada por
los enemigos de la liberación femenina, pero está en nuestras manos
estrechar y hacer fructíferas las relaciones con las mujeres en las que
podemos confiar. Audre Lorde relató su propia experiencia: "Cada
palabra que había dicho, cada intento que había hecho de hablar sobre
las verdades que aún persigo, me acercó a otra mujer, y juntas
examinamos las palabras adecuadas para el mundo en que creíamos, más
allá de nuestras diferencias".
Conocer y comprender cómo funciona
el sistema patriarcal es imprescindible para diseñar una estrategia
feminista, porque si olvidamos que la dominación también afecta a
nuestras mentes,lo más probable es que contribuyamos a lavar el rostro
violento del poder tiránico de los varones, y esa no es nuestra labor.
La misión del feminismo es liberarnos de toda opresión; sea por sexo,
por clase social o por raza, y romper las cadenas del sometimiento al
varón y al patrón. Si las mujeres pensamos desde la lógica del
patriarcado seremos cómplices de su dominación.
Las feministas
tenemos, no solo que mostrar nuestras opresiones, sino también estar
atentas y saber interpretar las señales de libertad de otras mujeres;
las nuevas compañeras que van sumándose a la lucha o los espacios
liberados desde donde poder potenciar el auge de un movimiento feminista
mundial.
En 'El Segundo Sexo', Simone de Beauvoir explica
con detalle cómo se enseña a la mujer a asumir su condición de
sometimiento y subordinación, alentándonos a su vez a diseñar los
mecanismos necesarios para alcanzar la libertad.
El feminismo
tiene una larga genealogía de pensadoras. Una tradición propia de obra y
de lucha, con su memoria y con sus vínculos, que actúan como velocistas
en una carrera de relevos. Por ejemplo, las reflexiones de Chimamanda Ngozi Adichie
sobre cómo el condicionamiento social histórico afecta a la psicología
de la mujer que, al igual que Beauvoir, y las feministas anteriores a
ella, localiza la solución para romper la cadena de opresión a través de
un nuevo adiestramiento de la mente femenina: "Lo que importa más es
nuestra actitud, es nuestra mentalidad de mujer libre", afirma. A partir
de la idea de que los estereotipos limitan nuestro pensamiento y le dan
forma, Adichie sostiene que el feminismo es un movimiento político que
comienza con un sustrato liberador, desde el Yo Libre al Nosotras en Lucha,
y sobre la cuestión de género, reflexiona: "El problema con el género
es que indica cómo deberíamos ser en lugar de reconocer cómo somos".
La
sumisión y la conformidad no son cualidades del pensamiento
independiente, sino peligrosos presagios del fascismo y del declive
cultural. Las mujeres debemos preguntarnos qué es y qué significa el
feminismo para nosotras en el escenario actual. Necesitamos definir la
acción, para a continuación desarrollar las estrategias.
Hay un
paso esencial en la vida de toda mujer, un paso que marca un antes y un
después, un paso que cambiará tu vida, tu pensamiento y tu acción: el
momento en que sales de la mentalidad masculina que nos impregna y
comienzas a sentir y a pensar desde ti como mujer que desea ser libre,
desde un Nosotras como casta oprimida en lucha por la libertad,
pero este paso puede ser revertido. A nuestro pesar seguimos viviendo en
una sociedad patriarcal que constantemente trata de devolvernos a su
"normalidad", sea mediante amenazas, persecución o asesinatos. Es por
ello que debemos estar alerta y más aún las mujeres lesbianas,
bisexuales o transexuales, o las que luchan activamente contra la
opresión. La dictadura patriarcal y capitalista no tolera ninguna
disidencia. Si queremos vivir con un mínimo de libertad y dignidad,
hemos de estrechar lazos con otras mujeres, especialmente con las de
nuestra clase trabajadora, y luchar juntas por la liberación. A las
mujeres no se nos regala nada; hemos de luchar o morir asesinadas.
La
base de una agenda feminista es la realidad de la mujer. En palabras de
Andrea Dworkin: "El movimiento de mujeres no es solamente transmitir
una ideología; es crear una ideología, formas de entender el mundo de
las mujeres, la construcción de la masculinidad y la feminidad. El
feminismo son formas de entender qué es el prejuicio como una
construcción social, cómo funciona, cómo se transmite. Formas de
entender cómo es el odio contra las mujeres, por qué existe, cómo se
transmite, qué función tiene en esta sociedad o en cualquier otra".
La
milenaria creencia, transmitida de generación en generación, de que las
mujeres somos inferiores a los varones es la base del sistema
patriarcal en el que vivimos y el principal motivo de nuestro
sufrimiento. Como dijo Dworkin, debemos acabar con todo ese dolor,
porque "si olvidas que hay que acabar con el sufrimiento de innumerables
mujeres no identificadas e invisibles, acabar con los crímenes que son
cometidos contra ellas, probablemente tu feminismo es hueco, no importa,
no cuenta".
El primer paso para acabar con el sufrimiento es que
nuestra integridad física, nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestros
corazones sean respetados siempre y en todo lugar. Las mujeres tenemos
que luchar por nuestra credibilidad, esa que el poder judicial, los
medios, las instituciones o los varones, por defecto, nos niegan. No nos
creen, ni como víctimas ni como testigos, ni en los centros de estudio o
de trabajo. No nos creen cuando ocupamos una posición profesional o
política de relevancia y lo peor es que muchas mujeres, incluso dentro
del feminismo, comparten este pensamiento. No es casualidad; el
patriarcado convierte a las mujeres en seres heridos, lastimados, llenas
de miedo y de culpa, sumisas, masoquistas, adictas a las relaciones
tóxicas, a sobrevivir en una espiral permanente de autocrítica y de
crítica a las demás mujeres, a las que nos enseñan a ver como enemigas y
competidoras. En definitiva, "una mujer es un ser humano destruido",
como decía Dworkin.
Nuestra educación (que es más una
domesticación) hace de nosotras las siervas que el sistema patriarcal y
el capital necesitan para seguir funcionando sin demasiados problemas.
Por dar un solo ejemplo; el capitalismo sería inviable y no sobreviviría
si el trabajo doméstico o de cuidados fuera remunerado. No podría
existir sin la explotación de millones de mujeres. Es una de las pruebas
más evidentes de la alianza criminal entre patriarcado y capitalismo.
El
sistema patriarcal nos convierte en sumisas, dispuestas a trabajar
gratis porque nos hacen creer que es nuestro deber, y el capitalismo nos
explota en casa y en nuestro lugar de trabajo. No hay liberación de la
opresión que sufrimos si no luchamos por destruir los dos miembros
infames de esta alianza misógina contra la mujer: el patriarcado y el
capitalismo.
"No me siento bien conmigo misma". "No me gusto".
"Me siento ahogada". "Tengo miedo". "Me siento culpable". "Me maltrata
pero le quiero". "Debería, pero no puedo dejarle". "Soy horrible". "Me
odio". "Tengo ansiedad". "Me duele todo, hasta el alma". ¿Qué mujer no
ha pronunciado alguna vez estas frases? O peor aún, ¿las ha sentido pero
no ha podido verbalizarlas? Cuanto mayor haya sido su opresión, más
profundas serán las heridas.
Quieren hacernos creer que es parte
de nuestra naturaleza, que somos el negativo del hombre, que ellos
mandan y nosotras obedecemos, que ellos son señores y nosotras sus
criadas, que ellos son seres humanos y nosotras no. Nos quieren hacer
creer que nos gusta ser dominadas, que disfrutamos sufriendo, que
seremos felices con el sometimiento, pero no podemos resignarnos a vivir
en un mundo donde cada día somos la diana de múltiples agresiones. Como
dice Susan Brownmiller en su libro 'Contra nuestra voluntad':
"Un mundo sin violadores sería un mundo en el cual las mujeres se
moverían libremente, sin temor a los hombres. El hecho de que algunos
hombres violen significa una amenaza suficiente como para mantener a las
mujeres en un permanente estado de intimidación".
Unos varones
nos violan, y todos los demás se benefician de ello. No debemos tolerar
que la violación sea definida desde la perspectiva del varón: "Para una
mujer, la definición de violación es una invasión sexual del cuerpo
mediante la fuerza, una intrusión dentro del espacio interior, privado y
personal, sin consentimiento, y constituye una violación de la
integridad emocional, física y racional, un acto de violencia hostil".
Brownmiller nos recordaba la relación entre la prostitución, su
regulación y la violación: "La perpetuación del concepto de que el
poderoso impulso masculino debe ser satisfecho de inmediato por una
clase cooperante de mujeres, apartadas y autorizadas a hacerlo, es parte
de la psicología de masas de la violación".
Las mujeres no
podemos aceptar una sociedad donde las chicas son agredidas antes de
alcanzar la mayoría de edad, una sociedad donde con 17 años la
pornografía es infantil, pero con 18 está comúnmente aceptada, una
sociedad que ha normalizado la prostitución y el acoso.
Las
mujeres libres no queremos ser aquello que otros han hecho de nosotras,
no queremos autodestruirnos, queremos reconstruirnos y ser las personas
libres que nunca pudimos ser. Y hemos de lograrlo juntas, mediante la
creación de espacios seguros donde poder hablar y escuchar, intercambiar
ideas y experiencias para desarrollar la teoría feminista y la práctica
política y económica, pero también para estrechar nuestras relaciones
como mujeres.
No podemos elaborar una agenda feminista sin
recordar cada día que ser feminista es continuar una larga historia de
luchas, con victorias y derrotas, conocer su teoría, estudiar los libros
de las mujeres brillantes y valientes que entendieron que la fuerza
vital de la lucha de las mujeres tiene que empezar de manera individual y
accionarse en forma colectiva. Ser feminista es crear y reforzar los
lazos y vínculos entre las mujeres, sin olvidar que, como dijo la
chilena Andrea Franulic, "los lazos entre las mujeres han sido
intervenidos culturalmente. Nacer mujer en el patriarcado conlleva una
connotación de inferioridad, desprecio y desconfianza. En este sentido,
la misoginia, que es el odio contra las mujeres, no solo se expresa en
los hombres hacia las mujeres, sino también en las mujeres consigo
mismas y con sus congéneres".
El movimiento feminista ha
descubierto un saber silenciado, oculto, que no se encuentra en la
familia, en el sistema educativo o en la televisión. Un hilo violeta que
hay que conocer y que incluye a las feministas lesbianas, bisexuales,
transexuales, negras, chicanas, gitanas, mayores o jóvenes, fallecidas u
olvidadas. ¿Se puede ser feminista sin conocer a fondo la historia de
las Panteras Negras? Estudiándolas sin prejuicios, se aprende sobre su
experiencia como mujeres libres, sobre sus postulados acerca del
marxismo, el anarquismo, el antirracismo o el anticolonialismo. Nuestra
relación con el conocimiento implica la búsqueda de los saberes
perdidos, de las aportaciones que las mujeres han hecho al mundo de la
cultura y que a menudo han sido sepultadas por los varones. El feminismo
es una búsqueda individual y colaborativa de corrientes subterráneas:
averiguar cuáles son nuestras propias preguntas y nuestras propias
respuestas, más allá de todo el aparataje patriarcal y liberal. El
movimiento de mujeres no puede sobrevivir a menos de que las feministas
mantengamos este compromiso: hacer preguntas e intentar encontrar las
respuestas más allá de la lógica perversa del sistema patriarcal.
Lo
erótico experimentado desde la mujer libre no queda fuera de la lucha
feminista. "Lo personal es político", ¿recuerdan a Audre Lorde?: "Si
comenzamos a vivir desde dentro hacia fuera, en contacto con el poder de
lo erótico que hay en nosotras, y permitimos que ese poder informe e
ilumine nuestra forma de actuar en relación con el mundo que nos rodea,
entonces comenzamos a ser responsables de nosotras mismas en el sentido
más profundo".
Vivimos en una sociedad pornificada, en la
banalización del amor y de la experiencia erótica, donde la sexualidad
de la mujer y del varón están influidas de un modo devastador por las
prácticas de un porno cada vez más humillante y agresivo, al que además
hay que sumar la aparición del poliamor como nueva forma de denominar al
desamor y al abuso sobre la mujer. Conviene no olvidar algo que nos
recordaba Lorde: "Compartir el poder de los sentimientos con los demás
no es lo mismo que emplear los sentimientos ajenos como si fueran un
pañuelo de usar y tirar".
La experiencia erótica de la mujer no
puede estar al servicio del varón ni destinada a imitarle. "Cuando no
prestamos atención a nuestras experiencias, eróticas o de otro tipo, más
que compartir estamos utilizando los sentimientos de quienes participan
con nosotras en la experiencia y utilizar a alguien sin su
consentimiento es un abuso". Quedan muchas preguntas sobre la
experiencia sexual de las mujeres.
En 1983, Andrea Dworkin escribió:
"El Movimiento de Mujeres en general, con sus excepciones, con sus
fracasos, con sus imperfecciones y sus fallos, se ha dedicado a este
proceso de formular preguntas. Muchas de las preguntas son consideradas
inconfesables. No se pueden decir. No se pueden hacer. Y cuando se
hacen, la mujeres que preguntan son respondidas con una hostilidad
extraordinaria. Si no puedes hacer las preguntas necesarias nunca serás
lo suficientemente valiente. No lo pospongan nunca".
Estamos
acabando 2018 y esa hostilidad continúa reproduciéndose igual que en
1983. El mandato sigue siendo el mismo: "No cuestiones el orden
patriarcal. No hagas preguntas incómodas. Obedece y calla, o de lo
contrario... loca, puta, feminazi, atente a las consecuencias". Manadas
de varones te acosarán, no solo como una amenaza concreta, sino como un
aviso a navegantes: "Si no eres buena, si no eres obediente y te callas,
si declaras ser feminista, mirad, vais a acabar así: poniendo en riesgo
tu trabajo, siendo el pim-pam-pum de los medios de comunicación y
atacadas por hordas de acosadores".
Una agenda feminista tiene
que oponerse a este mandato patriarcal, con la palabra, con la acción, y
nunca con la omisión. Las mujeres tenemos que romper el silencio al que
hemos sido obligadas durante milenios, hablando con otras mujeres y
tomando conciencia como mujer individual y mujer colectiva, para más
tarde hablar con los varones y decirles que hasta aquí hemos llegado.
Tenemos que dejar de actuar como princesitas y no hemos de callar nunca
ante la injusticia institucional, ante la violencia patriarcal,
especialmente la que procede de un poder judicial misógino, que tiene la
potestad de encarcelarnos.
En la actualidad, hay mujeres
condenadas injustamente por haberse defendido dando muerte a un violador
o a un maltratador ¿Por qué en la mayoría de los casos esas mujeres no
reciben la solidaridad del movimiento feminista? ¿Porque se avergüenzan
de mujeres que cumplen largas condenas de cárcel sin que a veces
conozcamos ni sus nombres? ¿Por ser una mujer prostituida anónima que
acabó con la vida del putero que estaba estrangulándola?, ¿por ser de
otra raza que la blanca?, ¿por ser extranjera? ¿Por qué el movimiento
feminista no pide el indulto de estas mujeres? ¿Por qué no se discuten
los derechos de los presos varones, que ponen en peligro a las mujeres?
¿Por qué un violador tiene derecho a permisos penitenciarios y no las
mujeres derecho a no correr ese riesgo? ¿Por qué no se reconoce el
derecho de las mujeres a la defensa propia cuando es víctima de
agresiones y violaciones continuadas? ¿Por qué una mujer tiene que
esperar a ser nuevamente atacada para defenderse de su agresor? ¿Por qué
insisten en la posibilidad de la rehabilitación de los presos cuando el
Estado no hace nada y hay criminales psicópatas irrecuperables? ¿Por
qué se tolera hablar siquiera en el sistema judicial del inexistente
síndrome de alienación parental?
Un movimiento feminista timorato no
derribará jamás al patriarcado. Un movimiento feminista que cuestione
las nociones establecidas, que no busque la aprobación y la validación
del varón, que asuste a nuestros opresores y al sistema patriarcal, que
sea decidido, atrevido y valiente tiene una oportunidad de vencer.
El
feminismo que castiga a las mujeres que se atreven a salir del mundo
físico y mental del varón es un feminismo falso, una herramienta más del
patriarcado. El feminismo somos mujeres, mujeres de carne y hueso, no
una abstracción. El feminismo, insisto, trata de recuperar los lazos
entre mujeres que estamos en proceso de reconstrucción, que rechazamos
la mujer que hizo de nosotras el patriarcado.
Una agenda
feminista no puede dejar de hacer preguntas incómodas a la sociedad, a
los varones, a las mujeres y al propio feminismo.
¿Por qué
olvidamos a nuestras niñas y a nuestros niños ante el peligro de los
depredadores sexuales?, ¿por qué permitimos que sean abusados
sexualmente por sus padres, padrastros, sacerdotes, educadores o
entrenadores, sin que una lacra tan ignominiosa entre jamás en la agenda
política? ¿Por qué no se habla del incesto, que afecta a cerca de la
cuarta parte de nuestras menores? ¿Por qué no se estremece la columna
vertebral de una sociedad cuando sabemos que una de cada cuatro niñas y
uno de cada siete niños sufren abusos sexuales en la infancia? ¿Por qué
no reaccionamos tras saber que una sociedad donde el 15% de los varones y
el 23% de las mujeres han sufrido abusos sexuales antes de cumplir 17
años?
¿Por qué?
¿Por qué no se habla de la
violación dentro de la pareja o en encuentros casuales, cuando es
rutinaria y epidémica? ¿Por qué la sociedad no acepta que presionar a
una mujer dentro de la pareja para tener sexo es una violación? ¿Por qué
no se acepta que las mujeres vivimos rodeadas de potenciales
violadores? ¿Por qué llamamos putero al violador? ¿Por qué el putero no
sufre el rechazo social que sí soporta un agresor sexual? ¿Por qué
aceptamos que una mujer violada sea de nueva agredida por el sistema
judicial? ¿Por qué las mujeres y niñas violadas no reciben la protección
y reparación de la sociedad?
¿Por qué?
¿Por qué
aceptamos la violencia contra la mujer durante el embarazo y el parto?
¿Porque permitimos que haya profesionales de la salud misóginos, sin
ninguna empatía hacia la mujer, que convierten el hecho de ser madre en
una experiencia terrorífica y traumática? ¿Por qué toleramos en la
sanidad pública y privada el trato inhumano y las prácticas invasivas,
como la episiotomía (incisión quirúrgica en la vulva para facilitar la
salida del feto y evitar desgarros en el perineo) o la maniobra de
Hamilton (tacto vaginal con movimiento circular del dedo, que produce
dolor y puede acarrear sangrados)? ¿Por qué aceptamos que en pleno siglo
XXI la mala atención en partos provoque discapacidades en las recién
nacidas y nacidos?
¿Por qué?
¿Por qué permitimos
que haya menos investigación para las enfermedades propias de la mujer
¿Por qué no hay buenos tratamiento para la fibromialgia, endometriosis,
dismenorrea, síndrome premenstrual, preeclampsia, amenorrea o diabetes
gestacional? ¿Por qué aceptamos que el dolor físico y psíquico de la
menstruación y la menopausia sean una realidad cotidiana para millones
de mujeres?
¿Por qué?
¿Por qué aceptamos que las
mujeres tengan salarios más bajos? ¿ Por qué las profesiones feminizadas
son menos valoradas social y económicamente? ¿Por qué aceptamos que las
mujeres trabajadoras y racializadas sean doblemente explotadas?
¿Por qué?
Un
feminismo que no discute todo lo que se da por sentado en una sociedad
patriarcal es un feminismo inofensivo, y un feminismo donde no se
sienten representadas todas las mujeres es un feminismo repugnante. Es
una vergüenza y una ofensa a nuestras hermanas que existan sectores del
feminismo que descalifiquen a otras mujeres por el simple hecho de ser
bisexuales, lesbianas, transexuales o heteros. Por ser madres, mayores,
jóvenes o putas. Por estar enfermas. Por ser blancas, gitanas, latinas,
negras, árabes... Por ser "demasiado agresivas", por ser "violentas",
por defenderse de las agresiones machistas verbales o físicas, por no
ser aceptables socialmente, por salirse de los estereotipos de la
dictadura sobre la mujer o por abandonar el redil del orden patriarcal.
Cualquier
forma de lucha feminista tiene utilidad para las mujeres, ayuda y
multiplica, todo lo contrario que la crítica destructiva desde un
pseudofeminismo liberal, alicorto y misógino.
Hay mujeres
luchando en todos los frentes, incluso en las entrañas del territorio
enemigo: en el poder judicial, en los centros de enseñanza, en la
Academia, en los medios de comunicación o en la industria del
entretenimiento.
La esencia del ser feminista no es el
maquillaje ni la maternidad ni la orientación sexual ni la raza ni la
edad. El corazón de la conciencia feminista es la lucha por abandonar la
lógica patriarcal, con palabras y con acciones.
"Tienen razón feministas como Juana Gil
cuando afirman que esto no es una ola nueva, sino el reclamo de que se
hagan efectivas las conquistas pendientes. En efecto, tras la posmoderna
y a veces reaccionaria tercera ola, las feministas volvemos a hablar de
'mujeres' y de 'nosotras', hemos vuelto a dar sustrato material al
movimiento: hablamos de los problemas que nos afectan en el día a día y
traemos de vuelta nociones imprescindibles como 'patriarcado' (sin
adjetivar). Estamos recuperando una agenda olvidada y a unas teóricas
injustamente minusvaloradas", asegura Tasia Aránguez Sánchez.
No
olvidemos las palabras de Andrea Dworkin, una de esas teóricas
injustamente minusvaloradas, escritas en 1983 que siguen vigentes 35
años después: "Represento el lado oscuro del Movimiento de Mujeres. Me
encargo de la mierda, la mierda seria. Es un trabajo atroz. Me ocupo de
lo que le pasa a las mujeres en el curso normal de sus vidas en todo el
planeta. Me ocupo de lo normal y lo normal es abusivo, criminal,
violador. Es tan sistemático que parece que las mujeres no son abusadas
cuando estas cosas normales les ocurren".
Las feministas no
podemos dejar de denunciar las conductas que se consideran normales en
una sociedad patriarcal, ni tampoco hemos de olvidar nunca, al elaborar
nuestra agenda, el origen de la opresión. "El feminismo es como un grupo
de pie frente a un maremoto con una mano diciendo 'deténganse'. La
gente dice: 'es inútil', 'así es la vida'. La postura feminista es que
no es la vida, es política, es historia, es poder, es economía, son
modos institucionales de organización social".
Las mujeres
tenemos que presentar batalla contra la explotación laboral, por eso el
feminismo debe ser anticapitalista, y contra la explotación sexual, por
eso debemos ser también abolicionistas. Las mujeres hemos empezado a
tomar conciencia de que tenemos que escapar de una serie de creencias
que nos son ajenas, gracias a esas compañeras mayores a las que debemos
reconocer, valorar y cuidar, aunque no estemos de acuerdo con algunos de
sus planteamientos. No hay feminismo sin respeto a nuestras mejores
guerreras: las que han estado en el frente feminista durante toda su
vida adulta, o las que han enfermado, enloquecido o muerto en la lucha.
Las
mujeres no podemos permitirnos estar limitadas por el miedo: "En aras
del silencio, cada una de nosotras desvía la mirada de sus propios
miedos -miedo al desprecio, a la censura, a la condena, o al
reconocimiento, al desafío, al aniquilamiento-", como dijo Audre Lorde, o
como escribió Karl Marx a Arnold Ruge: "Si construir el
futuro y asentar todo definitivamente no es nuestro asunto, es más claro
aún lo que al presente debemos llevar a cabo: me refiero a la crítica
despiadada de todo lo existente, despiadada tanto en el sentido de no
temer los resultados a los que conduzca como en el de no temerle al
conflicto con aquellos que detentan el poder".
El feminismo no
puede ser complaciente, amable ni servicial, porque nos están
asesinando, porque nos están violando, porque nos están maltratando,
porque nos están prostituyendo, porque nos están torturando, porque nos
están traficando, porque están convirtiéndonos en esclavas sexuales.
Las
mujeres debemos ayudarnos entre nosotras ya que la mayoría de varones,
incluidos nuestros supuestos compañeros y camaradas, ya han demostrado
sobradamente que son indiferentes ante nuestro dolor. Somos mayoría y no
vamos a dejar que nos pisoteen más. Esta es la Cuarta Ola del
feminismo, la revolución en marcha, y quien no lo comprenda, irá al
vertedero de la historia.
No es una carrera de 100 metros lisos,
estamos en una larga maratón de lucha sin descanso por nuestra libertad.
Tardaremos años en vencer, sufriremos y caeremos luchando. pero les
infligiremos derrotas decisivas. Las mujeres venceremos y seremos
libres.
Luisa Posada Kubissa escribió este mismo año: "De
lo que se trata es de crear en todos ellos no sólo rechazo, sino
también conciencia crítica: es decir, que no se queden sólo en condenar
los efectos más cruentos de esa violencia, como los asesinatos de
mujeres, sino que tomen conciencia de que se trata de un poder
sexualmente expresado de muy diversas maneras y que es estructural al
sistema patriarcal".
Las feministas no podemos tener una agenda
que no incluya transformar radicalmente una sociedad que nos humilla,
nos maltrata, nos explota, nos viola y nos asesina. Decía Audre Lorde:
"Hemos sido educadas para respetar más al miedo que a nuestra necesidad
de lenguaje y definición, pero si esperamos en silencio a que llegue la
valentía, el peso del silencio nos ahogará". El futuro de las mujeres,
de nosotras, de nuestras hijas y nietas, depende de lo que hagamos
ahora.
"No hay nada que las feministas deseen más que volverse
innecesarias. Queremos el fin de la explotación de las mujeres, pero
mientras haya violaciones y asesinatos no habrá paz ni justicia ni
igualdad ni libertad. Mi agenda es todo lo que puedo pensar, todo lo que
pienso hacer, todo el tiempo: movilizarnos, movilizarnos,
confrontaciones físicas e intelectuales y políticas con el poder. Tienen
que escribir carteles, marchar, gritar, gritar, escribir. Es vuestra
responsabilidad ante vosotras y ante todas las mujeres. En lo que más
creo es en la visión de tener claro qué debe hacerse, sin olvidar por un
minuto el mundo en el que realmente quieres vivir, cómo quieres vivir
en él y qué significa para ti, y cuánto te importa lo que quieres para
ti misma y para toda la gente que amas. En todas partes se le dice al
pueblo que el cambio es imposible. El cambio no es imposible. No es
imposible. Tenemos que cambiar muchas cosas en el mundo. Ahora es el
momento para cambiar la condición de las mujeres, por fin, y de forma
absoluta y para siempre. Esta es mi agenda, y te agradezco que hayas
escuchado". Andrea Dworkin.