Cuidar
es en el momento actual, el verbo más necesario frente al
neoliberalismo patriarcal y la globalización inequitativa. Y, sin
embargo, las sociedades actuales, como muchas del pasado, fragmentan el
cuidado y lo asignan como condición natural a partir de las
organizaciones sociales: la de género, la de clase, la étnica, la
nacional y la regional-local.
Así, son las mujeres quienes
cuidan vitalmente a los otros (hombres, familias, hijas e hijos,
parientes, comunidades, escolares, pacientes, personas enfermas y con
necesidades especiales, al electorado, al medio ambiente y a diversos
sujetos políticos y sus causas). Cuidan su desarrollo, su progreso, su
bienestar, su vida y su muerte. De forma similar, mujeres y hombres
campesinos cuidan la producción y la tierra y las y los obreros la
producción y la industria, la burguesía cuida sus empresas y sus
ganancias, el libre mercado y hasta la democracia exportada a países
ignorantes.
La condición de cuidadoras gratifica a las mujeres
afectiva y simbólicamente en un mundo gobernado por el dinero y la
valoración económica del trabajo y por el poder político. Dinero, valor y
poder son conculcados a las cuidadoras. Los poderes del cuidado,
conceptualizados en conjunto como maternazgo, por estar asociados a la
maternidad, no sirven a las mujeres para su desarrollo individual y
moderno y tampoco pueden ser trasladados del ámbito familiar y doméstico
al ámbito del poder político institucional.
La
fórmula enajenante asocia a las mujeres cuidadoras otra clave política:
el descuido para lograr el cuido. Es decir, el uso del tiempo principal
de las mujeres, de sus mejores energías vitales, sean afectivas,
eróticas, intelectuales o espirituales, y la inversión de sus bienes y
recursos, cuyos principales destinatarios son los otros. Por eso, las
mujeres desarrollamos una subjetividad alerta a las necesidades de los
otros, de ahí la famosa solidaridad femenina y la abnegación relativa de
las mujeres. Para completar el cuadro enajenante, la organización
genérica hace que las mujeres estén políticamente subsumidas y
subordinadas a los otros, y jerárquicamente en posición de inferioridad
en relación a la supremacía de los otros sobre ellas.
Las
transformaciones del siglo XX reforzaron para millones de mujeres en el
mundo un sincretismo de género: cuidar a los otros a la manera
tradicional y, a la vez, lograr su desarrollo individual para formar
parte del mundo moderno, a través del éxito y la competencia. El
resultado son millones de mujeres tradicionales-modernas a la vez.
Mujeres Atrapadas en una relación inequitativa entre cuidar y
desarrollarse. La cultura patriarcal que construye el sincretismo de
género fomenta en las mujeres la satisfacción del deber de cuidar,
convertido en deber ser ahistórico natural de las mujeres y, por tanto,
deseo propio y, al mismo tiempo, la necesidad social y económica de
participar en procesos educativos, laborales y políticos para sobrevivir
en la sociedad patriarcal del capitalismo salvaje.
Así, el deseo de las mujeres es contradictorio: lo configura tal sincretismo.
Los
hombres contemporáneos no han cambiado lo suficiente como para
modificar ni su relación con las mujeres, ni su posicionamiento en los
espacios domésticos, laborales e institucionales. No consideran valioso
cuidar porque, de acuerdo con el modelo predominante, significa
descuidarse: Usar su tiempo en la relación cuerpo a cuerpo, subjetividad
a subjetividad con los otros. Dejar sus intereses, usar sus recursos
subjetivos y bienes y dinero, en los otros y, no aceptan sobretodo dos
cosas: dejar de ser el centro de su vida, ceder ese espacio a los otros y
colocarse en posición subordinada frente a los otros. Todo ello porque
en la organización social hegemónica cuidar es ser inferior.
Algunas tendencias minoritarias se abren paso pero incluso hombres que
se pronuncian por relaciones equitativas están más dispuestos a ser
amables con las mujeres o sumarse al algunas de las causas políticas del
feminismo, que a hacer política feminista.
El
cuidado pues está en el centro de las contradicciones de género entre
mujeres y hombres y, en la sociedad en la organización antagónica entre
sus espacios. El cuidado como deber de género es uno de los mayores
obstáculos en el camino a la igualdad por su inequidad. De ahí que, si
queremos enfrentar el capitalismo salvaje y su patriarcalismo global,
debemos romper con la naturalidad del cuidado por género, etnia, clase,
nación o posición relativa en la globalización.
El
feminismo del siglo XX ha realizado la crítica del modelo “superwoman” y
ha denunciado la explotación de las mujeres a través del trabajo
invisible y de la desvalorización de muchas de sus actividades, incluso
del trabajo asalariado, de la relativa exclusión de la política y de la
ampliación de una cultura misógina simbólica e imaginaria. Ha logrado
llevar a la agenda de las necesidades sociales, la violencia contra las
mujeres y ha realizado pequeñas modificaciones jurídicas y legislativas
en el Estado.
Algunas corrientes contemporáneas ya no reiteran
la desigualdad ni la violencia de género y, en cambio acuerdan con la
igualdad entre mujeres y hombres y por un mundo equitativo.
Sin embargo, nos queda por desmontar el deber ser, el deber ser
cuidadoras de las mujeres, la doble jornada y la doble vida resultante. Y
eso significa realizar cambios profundas en la organización
socioeconómica: en la división del trabajo, en la división de los
espacios, en el monopolio masculino del dinero, los bienes económicos, y
en la organización de la economía, de la sociedad y del Estado. El
panorama se vuelve complejo si se traslada el análisis con perspectiva
de género a las relaciones entre clases sociales y entre países, por
ejemplo entre países del norte y del sur, entre los 21 y los otros,
etcétera.
Se requieren a la vez, cambios profundos
en las mentalidades. Es extraordinario observar cómo la mayoría de las
mujeres, aún las escolarizadas y modernas, las políticas y
participativas, las mujeres que generan ingresos o tienen poderes
sociales diversos, aceptan como un destino, con sus modalidades, la
superwomen– empresarial, indígena, migrante, trabajadora, obrera-.Con
esa subjetividad de las mujeres subordinada a la organización social, a
las instituciones como la familia, la iglesia y el Estado, y a los
hombres, no estaremos en condiciones de desmontar la estructura
sincrética de la condición de la mujer, imprescindible para eliminar las
causas de la enajenación cuidadora y dar paso a las gratificaciones
posibles del cuidado.
La vía imaginada por las feministas y
las socialistas utópicas desde el siglo XIX y puesta en marcha
parcialmente en algunas sociedades tanto capitalistas como socialistas y
tanto en países del primer y del tercer mundo, ha sido la socialización
de los cuidados, conceptualizada como la socialización del trabajo
doméstico y de la transformación de algunas actividades domésticas,
familiares y privadas en públicas. Haberlo hecho ha significado mejoría
para la vida de las mujeres, liberación de tiempo para el desarrollo
personal, la formación, el arte, el amor y las pasiones, la amistad, la
política, el ocio, la diversión, el deporte y el autocuidado, incluso,
una mejoría en la calidad de vida y en la autoestima. Es evidente el
desarrollo social, cultural y político de las sociedades que así se han
estructurado.
Una de las mayores pérdidas de las
mujeres de los países que antes fueron socialistas y se han convertido
de manera drástica al capitalismo en tiempos neoliberales ha sido la de
el sustento social que significaba el Estado social para sus vidas. En
la actualidad han vuelto a ser su responsabilidad un conjunto de
actividades que la transformación socioeconómica ha tornado domésticas,
privadas y femeninas. Y lo mismo está sucediendo aún en países
capitalistas de alto y medio desarrollo en los cuales se ha adelgazado
al Estado de una manera violatoria de los derechos sociales construidos
con muchos esfuerzos en gran medida por los movimientos socialistas,
obrero y feminista.
La alternativa feminista
contemporánea que se abre paso en gran parte del mundo en el siglo XXI
tiene sus ojos puestos en la crítica política de la globalización
dominada por el neoliberalismo patriarcal de base capitalista
depredadora. La opción que busca avanzar en el desarrollo de un nuevo
paradigma histórico cuya base sea un tejido social y un modelo económico
que sustente el bienestar de las mayorías, hoy excluidas, marginadas,
expropiadas, explotadas y violentadas.
Pensamos que
sólo una alternativa de este tipo será benéfica para la mayoría de las
mujeres, sus otros próximos, sus comunidades y las regiones y los países
en que viven.
Estas transformaciones de género
están circunscritas e íntimamente ligadas a transformaciones equitativas
de clase, étnicas y nacionales, enmarcadas en la construcción de
naciones con derecho al desarrollo sustentable y en una globalización
solidaria y democrática. De no articularse las transformaciones de
género con estas últimas pueden observarse distorsiones significativas
como las que se dan en la actualidad: mujeres dotadas de recursos y
derechos de género que son ciudadanas de naciones hegemónicas,
militaristas y depredadoras de otras naciones y pueblos donde habitan
mujeres con las que se identifican en la construcción de sus derechos y
oportunidades.
También hay hombres cuya identidad es
la de ser avanzados, democráticos y progresistas que no consideran
importante la emancipación de las mujeres. Estados que colocan a las
mujeres entre los grupos vulnerables y no las miran como sujetos
políticos. Países en los que, a través de las acciones afirmativas, por
ejemplo las cuotas, todavía negociamos el grado de exclusión política de
las mujeres, y se consideran democráticos. Mujeres que piensan que ya
lograron todas las metas de transformación de género y no se percatan
que “el género” es su categoría social y a ella pertenece la mayoría
pobre y cuidadora del mundo: las mujeres.
Por eso, la otra
dimensión de esta alternativa feminista es el empoderamiento de las
mujeres como producto de la construcción de un nuevo paradigma
histórico. El empoderamiento es el conjunto de cambios de las mujeres en
pos de la eliminación de las causas de la opresión, tanto en la
sociedad como, sobre todo, en sus propias vidas.
Dichos cambios que
abarcan desde la subjetividad y la conciencia, hasta el ingreso y la
salud, la ciudadanía y los derechos humanos, generan poderes positivos,
poderes personales y colectivos. Se trata de poderes vitales que
permiten a las mujeres hacer uso de los bienes y recursos de la
modernidad indispensables para el desarrollo personal y colectivo de
género en el siglo XXI.
Todos esos poderes se
originan en el acceso a oportunidades, a recursos y bienes que mejoran
la calidad de vida de las mujeres, conducen al despliegue de sus
libertades y se acompañan de la solidaridad social con las mujeres. La
participación directa de las mujeres en la transformación de su mundo y
de sus vidas es fundamental y conduce también a la construcción de un
mayor poder político y cultural de las mujeres que crean vías
democratizadoras para la convivencia social. El cuidado, ha dejado de
ser para otros y se ha centrado en las mujeres mismas. La sociedad, en
un compromiso inédito cuida a las mujeres, es decir, impulsa su
desarrollo y acepta y protege su autonomía y sus libertades vitales. En
ellas va incluida la libertad de elecciones vitales, de actividades,
dedicación e identidad: Es el fin del cuidado como deber ser, como
identidad.
En el siglo XXI ha de cambiar el sentido
del cuidado. Hemos afirmado muchas veces que se trata de maternizar a la
sociedad y desmaternizar a las mujeres. Pero ese cambio no significará
casi nada si no se apoya en la transformación política más profunda: la
eliminación de los poderes de dominio de los hombres sobre las mujeres y
de la violencia de género, así como de la subordinación de las mujeres a
los hombres y a las instituciones. Es decir, el empoderamiento de las
mujeres es un mecanismo de equidad que debe acompañarse con la
eliminación de la supremacía de género de los hombres, la construcción
de la equidad social y la transformación democrática del Estado con
perspectiva de género.
Para la mayor parte de las
corrientes feministas contemporáneas la articulación de lo personal con
lo social, lo local y lo global conforma la complejidad de nuestro
esfuerzo.
La idea fuerza en torno al cuidado es la
valoración de la dimensión empática y solidaria del cuidado que no
conduce al descuido ni está articulado a la opresión.
De
ahí la contribución de las feministas: primero, al visibilizar y
valorar el aporte del cuidado de las mujeres al desarrollo y el
bienestar de los otros; segundo, con la propuesta del reparto equitativo
del cuidado en la comunidad, en particular entre mujeres y hombres, y
entre sociedad y Estado. Y, tercero, la resignificación del contenido
del cuidado como el conjunto de actividades y el uso de recursos para
lograr que la vida de cada persona, de cada mujer, esté basada en la
vigencia de sus derechos humanos. En primer término, el derecho a la
vida en primera persona.