Antes de ser presidenta del Instituto de Género Sapa Kippa y
reconocerse activista abolicionista, Alika Kinán fue víctima de trata
con fines de explotación sexual. La historia de vida de una mujer que
atravesó un largo camino de violencias hasta reconocerse como víctima y
protagonizar un caso inédito: demandar a un estado provincial por su
ineficacia en la lucha contra la trata de personas.
COMUNICAR IGUALDAD- La noche que allanaron la
whiskería, Alika Kinán no podía dormir. El trabajo nocturno había
trastocado sus hábitos y veía tele con una compañera cordobesa mientras
pensaba qué somnífero tomar. La vivienda quedaba justo encima del
local, por eso cuando la música paró de repente supieron que algo
andaba mal. Al comienzo creyeron que se trataba de un robo o un control
municipal pero, al mirar por la ventana, vieron camionetas de
gendarmería y, por un minuto, planearon saltar por la ventana. Sentían que estaban cometiendo un delito, nunca pensaron que se trataba de un rescate.
Cuando abrieron la puerta, las dos mujeres ya estaban vestidas y fueron llevadas a declarar.
-¡Ustedes cerraron mi negocio, no tengo nada que decir!- protestó Alika
No quería que su nombre apareciera en la lista de víctimas porque no se consideraba de esa forma, lxs tratantes eran personas buenas que habían cuidado de ella durante mucho tiempo. Ellxs ponían el local y ella el cuerpo.
La secretaria del fiscal le explicó que se trataba de trata de
personas con fines de explotación sexual y le aconsejó volver a casa
con sus hijas.
Por primera vez entendió que durante muchos años había
estado en una situación de vulnerabilidad de la que otros habían sacado
excesivo rédito explotándola sexualmente.
Por primera vez pudo recapitular toda su historia y supo que no quería el mismo destino para sus hijas.
Algo en su interior se agitaba con fuerza.
El inicio
Cuando llegó al aeropuerto de Tierra del Fuego, antes de cumplir 20
años, le dijeron que debía cambiar su nombre, y esa misma mañana la
llevaron a la policía donde le hicieron la apertura de legajo.
Rápidamente, fue registrada con una cédula provincial y averiguaron sus
antecedentes. Cuando le preguntaron cuál era el motivo de su viaje,
contestó lo que le habían indicado lxs tratantes: “vengo de alternadora”,
es decir, alguien que se sienta a alternar unas copas o una
conversación a cambio de un pago. Después de la apertura de legajo, la llevaron a la Municipalidad, le hicieron una libreta sanitaria y le tomaron exámenes clínicos para certificar que no tuviera ninguna enfermedad de contagio sexual. Las autoridades protegían a los clientes.
La explotaron tres meses seguidos sin ningún tipo de
descanso, canceló el pasaje y el dinero que le dieron para maquillaje,
ropa y peluquería.
“Yo era muy chica y no manejaba muchas cosas, la dueña me tiraba las orejas y decía: ‘no tenés que tomar tanto, tenés que sacarles el pase e irte más rápido; en media hora ya estás con otro’”. Pero Alika prefería hacer cinco copas y no llevarlos a la pieza. “A
veces me quedaba en una silla y no me quería levantar, ella golpeaba la
barra y me decía: ‘Pónete a trabajar nena, anda tráeme plata’”.
Ser rubia, voluptuosa y de tez blanca le dio ciertos privilegios que
no tenían las chicas morenas venidas del norte. Pero sobre todo era una
mina de oro: la buscaban políticos y empresarios que pagaban muy bien,
estaba acostumbrada al alcohol y generaba mucho dinero para la casa.
Las otras mujeres no disfrutaban de las mimas condiciones, tenían que
entregarse al primero que viniera, en las circunstancias que fuera.
“Yo pensaba que, dentro de todo, contaba con la
posibilidad de elegir… Después supe que era un producto para otro tipo
de consumidor, si eligieras algo no estarías allí.”
Durante mucho tiempo consideró a lxs tratantes como una familia,
acataba todas las órdenes y creía que la cuidaban por tratarse de un
trabajo de riesgo. “Después supe que no me estaban cuidando. Si te
enfermaste o te golpearon, si no te aprueban la libreta sanitaria
porque te diagnosticaron Sida… ¡Sos descartable! Estás expuesta a situaciones de mucho riesgo: robos, golpes, violaciones y no podés hacer nada porque no tenés credibilidad.”
Fiolo
En la whiskería conoció a Miguel, un español que pagaba trecientos dólares a la casa por pasar toda la noche con ella. Le
propuso matrimonio y viajaron a Europa. No estaba enamorada pero tenía
esperanza de llegar a estarlo, pensó que su vida podía cambiar y le
gustaba mucho la idea de vivir en un lugar donde nadie la conociera.
Nada más alejado de lo que pasó.
Durante nueve años fue propiedad de un hombre consumidor de
cocaína, jugador, golpeador, mujeriego y vividor. Sus ahorros se
esfumaron rápidamente y terminó dejándose explotar en un cabaret;
Miguel la llevaba y la traía, renunció cuando quedó embarazada de su
primera hija: Alika, con K. Después le dieron un puesto en la empresa
de la familia y trabajó de encargada en una juguetería; hacía
turnos de doce horas, él manejaba el dinero y le robaba las
recaudaciones del almacén. Nunca reclamó nada, era una mujer fácil de engañar, estaba acostumbrada a ser explotada.
A pesar de no querer tener más hijos, dio a luz dos veces más; la
primera coaccionada por chantajes emocionales y la segunda por una
relación sexual no consentida. Cuando su hija tenía ocho años Miguel
la golpeó y Alika supo que tenían que escapar. Entonces contactó a la
encargada de la whiskería.
“¿Cómo estás físicamente?”, preguntó la mujer, y le aseguró que podía regresar.
Viajaron a Argentina, y una vez allí, escapó. Dejó a sus hijas en
Córdoba con su hermana y viajó a Ushuaia, lxs tratantes pagaron el
pasaje de regreso.
“Sobreviví como pude, sabía que Miguel era un hombre violento y
no me mandaría plata, dejé a mis hijas lejos para que no vieran a la
madre que tenían, me comunicaba periódicamente y enviaba dinero para
sus gastos.”
Otro inicio
De nuevo en la whiskería, Alika conoció a Alfredo, su actual marido y compañero de lucha,
un militar de la marina que vivía en Mar del Plata y viajaba
frecuentemente a Ushuaia. A pesar de estar atravesando un momento muy
difícil, por primera vez se sentía amada y apoyada; decidieron casarse para que las niñas tuvieran beneficios sociales y cobertura médica. La nueva familia se radicó en Mar del Plata.
Pero Alika siempre volvía a Ushuaia, donde creía que estaba su destino…y continuó siendo explotada hasta el día del allanamiento.
Después del rescate, se fue para un hotel mientras acomodaba su
cabeza, la palabra víctima le había quedado dando vueltas. Trabajó unos
días en otro lugar y decidió seguir el consejo de la secretaria del
fiscal.
Cuando volvió a Mar del Plata, Alfredo la esperaba con una demanda de divorcio.
“Estaba cansado de mí, de que me escapara por las
noches, de asumir la responsabilidad de los chicos y todas las
situaciones violentas que caracterizaban mi pasado.”
La pareja sobrepasó el conflicto y Alfredo decidió
acompañarla en el proceso de cambio, renunció a la marina y regresaron
todxs juntxs a Ushuaia.
Fueron días de sufrimiento e incertidumbre, no sabían lo que les
deparaba el destino: una larga disputa para que los dictámenes de la
ley en materia de asistencia a víctimas de trata de personas con fines
de explotación sexual, se materialicen en la vida de las víctimas.
Comenzar por sus derechos fue un detonante.
Actualmente tiene treinta y ocho años y cursa estudios de sociología. Sus
reclamos están siendo escuchados por la Municipalidad de Ushuaia,
dispuesta a brindar apoyo para la materialización de un sueño que
comenzó a latir durante su proceso de empoderamiento: la construcción
de un Instituto de Género para asistir a las personas víctimas de trata
con fines de explotación sexual y prevenir el abuso sexual infantil; dos temas relacionados porque muchas mujeres explotadas sexualmente han sido violadas durante la niñez y adolescencia.
El Instituto de Género Sapa Kippa, que en lengua originaria de las comunidades que habitaron Tierra del Fuego significa “sangre de mujer”, busca tener un terreno propio para acoger a las víctimas.
“Quiero construir un refugio donde las mujeres se sientan seguras y puedan quedarse con sus hijos el tiempo que sea necesario.
La idea es ofrecer talleres a los chicos y apoyar a las mujeres de
manera integral. A futuro, me gustaría articular la construcción de
viviendas sociales para que las mujeres puedan contar con una casa
propia.”
Alika sabe que el empoderamiento va de la mano con el reconocimiento
y la restitución de los derechos. Por eso seguirá luchando para que su
rescate y el de todas las mujeres víctimas de trata, sean ciertos.