Autor:
Carmen Aída Guerra Miguel
La violencia de género contra las mujeres no tiene justificación. Necesario, romper con los patrones que la alientan o toleran, incluida la indiferencia e indolencia de las autoridades en los tres niveles de gobierno
La problemática de la violencia desde su
perspectiva social y no meramente individual o de corte sicopatológico
tiene que ver con la falta de equidad entre los géneros y la dominación
masculina, raíz de la violencia.
La manera en que las afectadas viven y
afrontan este problema es producto de un proceso social de acción y
comunicación, que es responsable de los modos de comprensión del
fenómeno en general y de la historia biográfica individual.
De esta concepción se deriva que las
denuncias notificadas por las mujeres víctimas de violencia compartan
ciertas representaciones del fenómeno como producto del intercambio
social del que provienen.
Asimismo, hemos de considerar que el
conocimiento social que orienta las prácticas se distribuye de manera
desigual, de acuerdo con la posición que ocupan los individuos en la
sociedad, ya sea en términos de su pertenencia de género, clase, etnia,
etcétera y confiere de manera desigual oportunidades de ejercicio de
poder.
Este breve análisis pone en evidencia
que la violencia del hombre contra la mujer en una relación de
convivencia es un problema que involucra, además del vínculo de pareja,
un conjunto complejo de relaciones con el entorno social que favorecen
la aparición de la violencia y contribuyen a perpetuarla.
La violencia de pareja resulta ser la
manifestación más radical de la inequidad de género y dominación
masculina y se rige o comporta según determinadas orientaciones, valores
y normas, que establecen derechos desiguales para el hombre y la mujer.
Esto se manifiesta no sólo al interior de la relación de pareja, sino
también a través de los agentes sociales del entorno.
En el análisis que recogí revisando
diversas notas en revistas y periódicos, percibí dos aspectos: el
subjetivo, es decir, mujeres hablando de las razones de la violencia
experimentada y los obstáculos para superarla. En relación con este
último aspecto, me fue interesante observar la presencia de redes tanto
informales como formales que colaboran u obstaculizan la trayectoria de
búsqueda de ayuda.
La percepción subjetiva de la mujer
acerca de las razones a las que obedece la violencia que ejerce su
pareja contra su persona está directamente asociada con el modo en que
ella vive este maltrato.
Asimismo, el análisis de las
explicaciones subjetivas que brindan las mujeres víctimas o las
autoridades que presentan “justificaciones” de la violencia se extiende a
la prensa, que registra: la mató porque la encontró con otro individuo,
pensó que le era infiel. De momento no se enteró que se trataba de su
hermano que vivía fuera del país y que llegó al domicilio a saludarla…
Y es que resulta crucial entender las
acciones que se llevan a cabo dando de antemano una “explicación” una
especie de “disculpa” a la violencia masculina, es decir, en la búsqueda
de la interpretación que dan a la violencia masculina.
Las causas
Entre las causas de la violencia hay que
mencionar, en la mayoría de los casos, el machismo reinante en la
sociedad, pero también problemas no resueltos en la infancia del cónyuge
o conflictos con la familia de origen, características sicológicas como
la inseguridad o la necesidad de ser reconocido, y el consumo de
alcohol.
Estas causas asociadas al maltrato
parecen restar responsabilidad a la pareja, quien supuestamente la
maltrata impulsado por cuestiones que van más allá de él. Pero la
realidad es que hay mucho machismo. Y la mentalidad de muchos hombres
redunda en que las mujeres no valemos lo mismo que ellos.
Incluso hay mujeres víctimas de
violencia de su pareja, violaciones y golpes para obligarlas a responder
a estas situaciones no deseadas, que encuentran una disculpa al pensar
que su agresor tiene “justificación” en las normas sociales que pautan
el rol femenino dentro del matrimonio.
Y ese rol es que “la mujer fue hecha para la procreación y por ende debe responder a los requerimientos del esposo”.
La obligación marital de la mujer de
mantener relaciones sexuales con su pareja, independientemente de su
propio deseo, lleva, con frecuencia, a la violencia sexual: “Me quiso
forzar para que tuviera relaciones sexuales con él. Yo le dije que no
quería y me dijo que era mi obligación, que por eso yo me había casado”.
“Tenía relaciones sexuales a fuerza, porque si yo no accedía, era
motivo de que me pegara o también decía: ‘no quieres acostarte conmigo
porque quién sabe con quién te estás acostando. Eres una cualquiera”.
Lo anterior porque el hombre no
considera relevante a la mujer. Muchas madres pasan la noche en vela por
cuidar a su hijo o hija enfermo; madrugan para preparar el desayuno;
atienden a los pequeños que van a la escuela: revisan que lleven sus
tareas; asean la casa.
No pocas mujeres desempeñan roles de
enfermera, empleada doméstica, cuidadora, asesora, chofer. Algunas de
ellas, además, trabajan. Otras atienden tareas del hogar, pagan luz,
agua, llevan al médico al hijo o hija, van a la farmacia, llevan la ropa
a la tintorería, lavan, planchan en casa, etcétera.
Violencia de género
No sólo la mujer es invisible, la violencia de género también lo es, no sólo para la sociedad sino también para las autoridades.
Cuando se lee en los diarios respecto de
los crímenes cometidos contra la mujer –tanto feminicidios como
denuncias de maltrato– no siempre tenemos la suficiente consciencia de
que se trata de víctimas de violencia de género.
En el caso de las autoridades, en la
mayoría de los casos se resisten a calificar de feminicidios estos
crímenes. Y hasta los llegan a justificar: la pareja, en un arranque de
celos o por cualquiera otra situación, la asesina; pero “no pensaba
matarla, solamente corregirla”.
No reconocer esta violencia mortal como
feminicida se refleja en estadísticas maquilladas, como ocurre en el
Estado de México donde se presentan los más altos índices, lo mismo en
Ciudad Juárez, Chihuahua.
Lo social
Mantenerse fiel al marido es otra
“obligación” de la mujer, pautada por los valores y normas sociales que
orientan los modos de relación entre los cónyuges. La violencia
masculina originada en la sospecha de infidelidad ocupa un lugar central
entre los motivos percibidos.
Algunas mujeres suelen interpretar este
tipo de violencia como expresión de celos de parte de su pareja. Sin
embargo, una mirada más atenta permite advertir que el tema de la
infidelidad no debe situarse necesariamente en el ámbito de los
sentimientos de ambos cónyuges, sino en el de los intereses que la unión
conyugal representa para cada uno: se trata de que ella no transgreda
una norma que lo colocaría a él en una situación de poca hombría y de
dignidad manchada.
En el caso de la mujer, la amenaza de
que él le sea infiel conlleva el riesgo de perder eventualmente la
manutención para ella y sus hijos y/o el estatus social que le confiere
tener una pareja estable.
Con frecuencia, se observa la firme
creencia de que una pareja es exitosa mientras permanezca unida,
independientemente de la existencia de violencia. El riesgo de que la
infidelidad del hombre se transforme en abandono, sin embargo, favorece
durante largos periodos la tolerancia a la violencia.
El análisis de noticias al respecto me
permitió observar que las normas sociales que gobiernan la relación
conyugal se hacen explícitas a través de los argumentos del conflicto y
éstas se expresan, en términos generales, como un ejercicio irrestricto
de la voluntad del hombre y un control sobre el comportamiento de la
mujer.
Asimismo, estas normas establecen la
distribución de responsabilidades y obligaciones de cada uno de los
cónyuges y ponen en evidencia la relación de profunda inequidad
existente entre la mujer y el hombre.
En este contexto se ubican los motivos
de la violencia masculina como intención consciente de castigo del
hombre por el incumplimiento de las expectativas de rol de género
femenino. Algunas mujeres se sienten en falta y aquejadas de
sentimientos de culpa cuando el hombre justifica su maltrato por el
incumplimiento de sus obligaciones domésticas.
Dado que parece incuestionable que el
ámbito doméstico es exclusiva responsabilidad de la mujer, las
expectativas de comportamiento femenino no cumplidas convierten la
violencia en un castigo “merecido”:
“Me echa la culpa a mí: ‘es que tú no atiendes a los niños, es que tú no limpias la casa, es que la comida se echa a perder’”.
Además, el sentimiento de desconcierto
vinculado a la violencia como castigo inmerecido hace evidente que la
relación de pareja establece las pautas de lo que sí puede ser castigado
en caso de incumplimiento.
No pocas veces leemos que los vecinos
se solidarizan con la mujer golpeada y dice lo siguiente al golpeador:
“La trae como su sirvienta y no como su esposa, y ahora usted le pegó
muy feo sin que se lo mereciera”. “Ella no andaba haciendo nada malo, ya
veíamos venir que un día la iba a matar”.
Tipos de violencia
El control que el hombre ejerce sobre el
comportamiento de la mujer también se hace evidente fuera del ámbito
doméstico y se observa en la imposición y reglamentación de los modos de
vestir, en la prohibición de relacionarse con vecinas o con su misma
familia, padres, hermanos, y en la prohibición de trabajar aun a
sabiendas de que el salario que él gana es insuficiente.
Así, la violencia masculina de tipo
físico, emocional, sexual y económico sigue el patrón de reencauzar la
conducta femenina y restablecer tanto las reglas del poder que el hombre
detenta como la sumisión de la mujer.
Este tipo de explicaciones subjetivas
permiten observar una clara atribución de responsabilidad del maltrato
al hombre abusador, como también un umbral de tolerancia a la violencia
menor.
Asimismo, se hace evidente que, debido a
la precariedad emocional que caracteriza a las mujeres violentadas
resulta de fundamental importancia contar con la presencia de redes de
apoyo que faciliten la ayuda necesaria para salir de este círculo de
violencia.
En general, las mujeres toleran
diferentes formas de violencia durante mucho tiempo y sólo con el
transcurso de los años y con ayuda de otros, aprenden a visualizar el
maltrato y cuestionan ese modelo aprendido del “hombre que manda”.
Empero, cabe señalar que la sola
presencia de redes sociales no siempre resulta una fuente de apoyo. Aquí
interesa, en particular, mostrar el tipo de reacción y argumentos que
ofrecen las personas del entorno de la mujer ante el fenómeno de la
violencia, para dejar en evidencia los aspectos negativos de cierto tipo
de vínculos.
Los valores y normas sociales que
establecen las pautas de comportamiento femenino, y que se reproducen y
transmiten en el ámbito familiar (entre otros), imponen a la mujer un
imperativo de sometimiento a la violencia que se expresa de dos modos:
como justificación al considerarse como un castigo merecido por el
incumplimiento del rol de género prescrito y/o como tolerancia hacia el
maltrato por aceptación de un destino natural de toda mujer.
Indiferencia, otro obstáculo
Cuando acuden por lesiones o malestares
causados por la violencia de género, muchas víctimas constatan que los
médicos se muestran indiferentes. En contraste, las sicólogas o las
trabajadoras sociales que laboran en los mismos servicios les merecen
más confianza, en especial porque muestran un mayor interés o voluntad
de ayudar:
En el proceso de búsqueda de ayuda, las
mujeres suelen acudir directamente al ministerio público para levantar
un acta de denuncia. Los funcionarios de estas instancias suelen
responder con todas las representaciones rígidas de género que
contribuyen a la violencia.
Incluso a quienes acuden al ministerio
público heridas, sangrando, les restan importancia: las tratan con
indiferencia, con indolencia. Para algunos funcionarios, se trata de
problemas familiares normales. Así que no les importa.
De ahí que solamente un número
infinitamente menor acudan a presentar denuncias contra su pareja,
debido a que experimentan desaliento por el mismo procedimiento al que
deben someterse, combinado con la falta de voluntad del personal que no
les evita molestias o humillaciones y que las mujeres interpretan como
intentos de disuasión por parte de las instituciones.
Cuando levantan un acta por lesiones,
generalmente se les pide la constatación de las lesiones por parte de un
médico que muchas veces no se encuentra presente. Por lo que es
frecuente que se les pida regresar otro día, y solicitar otra cita.
Para entonces puede ser que las lesiones
ya no sean visibles, en cuyo caso se envía a la mujer de nuevo a su
casa sin ninguna solución. En otras ocasiones, la misma espera hace que
la propia mujer se arrepienta y abandone el proceso.
Algunas instituciones, incluso, alientan
a la mujer a “no deshacer la familia”. Se les aconseja dialogar y
recomponer la situación “por el bien de los hijos”.
Ayuda necesaria
En contraste con estas reacciones de
parte de funcionarios públicos, existen experiencias muy positivas en
los centros de atención a mujeres víctimas de violencia.
Las mujeres que tienen la posibilidad de
recurrir a centros de asistencia sicológica y orientación
especializadas, muestran signos claros de empoderamiento y la
posibilidad de obtener ayuda institucional.
Para entender la situación actual a la
que estamos llamadas las comunicadoras, periodistas y escritoras, a
presentar nuestros análisis para que la mujer ocupe el lugar que le
corresponde, ni atrás ni adelante del hombre, siempre juntos para
resolver los graves problemas que reinan en el país, de pobreza extrema,
de corrupción, de antivalores.
Carmen Aída Guerra Miguel*
[ANÁLISIS SOCIAL]