Miguel Lorente Acosta
Pensar
que la historia se repite es un exceso, casi una visión romántica de
una realidad caracterizada por lo contrario, por una continuidad
invariable que nos hace creer que cuando el problema no se manifiesta en
toda su intensidad ha desaparecido. Pero en verdad está ahí, continúa
porque las circunstancias que dan lugar a él permanecen, y lo único que
cambia es su grado de expresión. Por eso
la historia no se repite, simplemente no cambia.
Y eso es lo que ahora demuestran los
argumentos que utiliza el posmachismo para atacar a las mujeres e intentar demostrar su inferioridad.
El posmachismo no sólo continúa con la versión más tradicional del
machismo exhibicionista con hombres como Donald Trump, el eurodiputado
polaco, Janusz Korwin-Mikke, los empresarios de Chile y su muñeca
hinchable, o muchos hombres anónimos cada día… sino que recupera ideas
tradicionales con un argumento actual. Viene a ser lo que Claude
Levi-Strauss llamaba la reactualización del mito, pero en este caso
elevado a toda su potencia en lo que supone una
“reactualización del machismo”.
La idea de base sobre la que se levanta toda esta argumentación es la
sempiterna inferioridad de las mujeres y su dependencia de los hombres,
hoy recuperada sobre referencias concretas alrededor de la
“debilidad física”, la “menor inteligencia” y la “incapacidad personal”
para asumir ciertas responsabilidades. Ante este planteamiento la
conclusión que utilizan para justificar su machismo no sólo insiste en
la inferioridad de las mujeres, sino que tratan de
destacar su maldad comparándolas con los peores hombres,
y dicen que si las mujeres no maltratan más es porque tienen menos
fuerza física, si no ocupan puestos de mayor responsabilidad y decisión
se debe a que son menos inteligentes, y por tanto, si no se ven
envueltas en temas de corrupción, no es porque entiendan el ejercicio
del poder de otra manera, sino porque no están en las posiciones desde
las que actuar de modo similar a los hombres. Y para demostrar su
argumentación recurren a los típicos casos aislados para generalizarlos y
dar por cerrada su argumentación teórico-práctica sobre la inferioridad
y maldad de las mujeres.
El razonamiento es sencillo y
sintónico con las ideas, valores y creencias tradicionales de la cultura machista, con lo cual aparecen cargados de razón y sentido, y a penas generan crítica y rechazo. Todo parte de
tomar al hombre como referencia y de asignarle una serie de valores positivos a su condición,
de manera que desde el bueno de Adán hasta el último hombre “denunciado
falsamente” por violencia de género, la historia siempre ha sido así y
con una mala mujer cerca para explicarla.
Bajo esa idea, como
los hombres son fuertes, inteligentes y capaces, además de buenos, y las mujeres no son hombres, pues se toma como referencia el elemento que da objetividad al argumento, es decir,
la fuerza física a partir del elemento biológico dado por el sexo, y se da por buena toda la argumentación en lo
físico (hombres fuertes, mujeres débiles), en los
psicológico (hombres más inteligentes, mujeres menos inteligentes), y en lo
conductual
(hombres capaces, mujeres incapaces). Y además, se le añade el otro
argumento también por comparación, de manera que como el hombre es
bueno, de hecho sólo hay que ver cómo el Derecho ha utilizado
históricamente la figura del “buen padre de familia” para decidir sobre
la conducta en términos de justicia, pues las mujeres que no llegan a lo
de los hombres son malas, y además, perversas en su razonamiento.
Al final todo queda explicado bajo esa construcción y todo tiene
sentido en esta sociedad para ocultar la desigualdad y su significado, y
reducirlo todo a las consecuencias de la condición propia de hombres y
mujeres o a determinadas circunstancias. Bajo esa idea no hay
desigualdad ni machismo,
sólo que los hombres son más fuertes,
más inteligentes, más capaces y más buenos, y por tanto, las mujeres más
débiles, menos inteligentes, más malas y menos capaces. Nada nuevo en el fondo, pues hasta la violencia de género la explican bajo la idea de que
“algo habrá hecho la mujer (mala) para que el hombre (bueno)” le
“haya tenido que pegar”.
Ya
Sigmund Freud, a principios del siglo XX, lo explicó y le dio trascendencia psicodinámica al hablar de
“complejo de castración” y de la “
envidia de pene”, y
tomar el falo como referencia
y, en consecuencia, a los hombres como portadores de esa referencia de
personalidad e identidad, y a las mujeres como unas eternas aspirantes
en su frustrada búsqueda. De ese modo,
las mujeres siempre estarán limitadas por ser “hombres incompletos”, y los
hombres siempre están en riesgo ante esa “castración social” a la que puede llevar no ser hombre según el modelo tradicional, por lo que la
Igualdad es presentada como la cuchilla afilada dispuesta a llevar a cabo esa “amputación social” de los hombres.
Que hoy, en pleno siglo XXI, todavía haya hombres y una cultura que
considere que las mujeres son “hombres incompletos” y, por tanto,
inferiores, débiles e incapaces, no demuestra ignorancia, sino cómo
el conocimiento está sometido a la ideología de quienes prefieren mantener las posiciones de poder, antes que enfrentarse a su propia y limitada realidad, no como pérdida, sino como enriquecimiento para convivir en paz.
La única castración que existe es en los derechos de las mujeres
y, por tanto, en la justicia social; por eso muchos hombres tienen
miedo a la Igualdad, porque saben que el machismo, o sea, nuestra
cultura, es una construcción levantada sobre el abuso y el poder,
y no quieren perder sus privilegios en esa especie de “falocracia cultural y social” en la que viven.
fuente ; https://miguelorenteautopsia.wordpress.com/2017/04/17/hombres-incompletos/