En su último libro,
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es contundente: la “tabla de
salvación de México puede ser la honestidad.” Esta sería la medicina
para aliviar nuestra “decadencia” actual. La tesis es optimista y no
sólo eso: es poderosa. Justo hoy, cuando los escándalos de corrupción
del “nuevo PRI” revelan que lo único nuevo del PRI era su disposición a
robar con ánimos renovados y redoblados, la apuesta de AMLO emerge como
una alternativa más que pertinente. De ahí el éxito de su marca, Morena.
Frente al capitalismo corrupto y depredador, AMLO representa un
capitalismo limpio y pujante. El capitalismo mexicano ha sido conducido
por políticos deshonestos, pero ahora podría tener un manager interesado en el bien colectivo, alejado de mezquinos intereses individuales o de mafia. Ha llegado la hora del Peje
y él lo sabe. Por eso mismo, su principal preocupación ya no es obtener
el amplio apoyo de las masas, a quienes considera que ya tiene en el
bolsillo. Ahora lo que más le preocupa es ganarse el apoyo de los corruptos,
esos que podrían obstaculizar su camino a Los Pinos en las elecciones
de 2018. Pero para ellos también tiene propuestas, faltaba más:
“Les decimos a los integrantes del grupo en el poder que, a pesar del
gran daño que le han causado al pueblo y a la nación, no les guardamos
ningún rencor y les aseguramos que, ante su posible derrota, en 2018, no
habrá represalias o persecución para nadie. Declaramos esta amnistía
anticipada, porque lo que se necesita es justicia, no venganza.”
¿Qué es la justicia? En la lógica de AMLO, por lo menos hoy sabemos que
no sería justicia procesar judicialmente a los corruptos. Esta
incoherencia (¿o traición?) ha sido sobradamente señalada por muchos.
Sin embargo, la tesis de AMLO no pierde fuerza por ello. Pues, si al
final México entra en la era de la honestidad a partir de 2018, ¿acaso
no sería un simple mal menor que los antiguos corruptos permanezcan
libres? Que los Duarte o los Yarrington no pisen ninguna cárcel mexicana
sería un defecto minúsculo ante la perspectiva de un Estado renacido,
donde ya no volverá a existir el robo.
Para AMLO, la oleada de
privatizaciones que trajo la ola neoliberal pueden considerarse
claramente robo. El segundo capítulo de su libro justo se titula
“privatizar, sinónimo de robar.” Un ejemplo de esto ha sido la reforma
energética de Peña Nieto, que revirtió décadas de monopolio (y riqueza)
estatal en este sector. Pero AMLO no quiere ser acusado de venganza: por
eso, en vez de decretar la derogación de la reforma de Peña organizará
un plebiscito. Y “si así lo decide la gente”, el saqueo de Pemex se
detendrá.
Pero ojo, las privatizaciones incluyeron la venta de Telmex a Slim, a precio de remate. Incluyó, también, el boom
de las concesiones a la minería, lo cual dio pie a la presencia de las
mineras canadienses que dejan cráteres donde había montañas, además de
elevada contaminación. ¿AMLO expropiará también a Slim? ¿AMLO expulsará a
las mineras canadienses? Quien busque un SÍ a estas preguntas en el
libro de AMLO o algo parecido, buscará en vano.
Aún así podría
decirse: “bueno, si recuperamos el petróleo, es suficiente, no importa
que se hayan llevado todo lo demás.” No hay que ser tan golosos. Además,
si ahora Pemex se manejará con honestidad, ya habrá un gran avance.
Ahora bien, si el Estado que administrará –con honestidad– el Peje será
justo el que han moldeado los neoliberales a placer desde hace 30 años,
¿cómo le hará para que tal Estado produzca resultados distintos? Porque
administrar, con toda la honestidad que queramos, un Estado que da por
buenas las privatizaciones y el despojo –al fin, ya ocurrieron– y que
protege a la oligarquía, esperando algo nuevo, es como suponer que si
colocamos a un monje franciscano al frente de un prostíbulo se terminará
la prostitución.
Esto lo entiende bien un sector de los
empresarios, como Alfonso Romo, creador de los Oxxo y hoy coordinador
del Proyecto de Nación 2018-2024 de AMLO. Romo afirma que “Andrés Manuel no es tan horroroso.”
AMLO no mirará al pasado, sólo al futuro; él no busca venganza, sino
justicia. Él sabe que para salvar a este país de la revolución hay que
pensar en los pobres. Propone, en este sentido, un aumento del salario
mínimo. ¿A cuántos pesos lo elevaría? Su respuesta es clara: este
aumento “deberá evaluarse y pactarse, en su momento, con la
representación laboral y empresarial.” Es decir, justo con las fuerzas
que han llevado el salario mínimo a niveles de risa (o lágrimas).
El libro de AMLO no está desprovisto de poesía del siglo XIX:
“Cuando los millones de parias que hoy vegetan en el hambre y la
desnudez coman menos mal, usen ropa y calzado y dejen de tener petate
por todo ajuar, la demanda de mil géneros, que hoy es insignificante
aumentará en proporciones colosales.” (Género es una palabra que
significaba “tela”.)
El bienestar de los pobres, por lo tanto,
tendría beneficios directos para los empresarios. ¿Por qué México tiene
un empresariado tan poco ilustrado, incapaz de balbuceos estratégicos
como los de AMLO? Tal vez sólo Dios lo sepa. Porque por más precaria que
sea la lógica de Andrés Manuel, logra elevarse por encima de la mirada
de un empresariado que abandonó la tarea de pensar a cambio del amor que
Washington le prometió en 1994, con la entrada en vigor del TLC. Con
Trump, hoy vemos que dicho amor no sería eterno.
¿AMLO está
preparado para conducir a México afuera del TLCAN? La ausencia de este
tema en su libro, parece indicar que no. La relación con Estados Unidos
es uno de los elefantes en la habitación de los que nadie quiere hablar,
pero que todo mundo tiene enfrente. ¿Cómo nos salvará la honestidad de
amenazas como Trump o de la guerra del narco? ¿Está listo AMLO para
legalizar las drogas y regresar a los soldados a sus cuarteles?
Para ilustrar el efecto mágico de la honestidad, López Obrador cita al
general Francisco J. Múgica, precursor del cardenismo, quien afirmó que
el progreso de México sería el producto “de la simple moralidad y de
algunas pequeñas reformas.” Sólo que AMLO promete más moralidad que
reformas, y éstas no serán pequeñas, sino pequeñísimas.
Ramón I. Centeno es coeditor de Carabina 30-30.
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