Para el director teatral Gabriel Figueroa Pacheco es estimulante montar obras de la dramaturgia germana, ya que permite observar que los alemanes corren el riesgo de implementar nuevas formas para narrar historias humanas actuales, “lo que no ocurre aquí, en México, porque somos muy temerosos, nadie quiere perder lo que tiene, ni la fórmula de lo encontrado”.
Gabriel Figueroa, quien dirige la obra Dios es un DJ, del escritor alemán, Falk Richter, en el marco del Ciclo de Teatro Germánico Contemporáneo, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Goethe-Institut Méxiko y las embajadas de Alemania, Suiza y Austria, dijo que en México “Se está produciendo en teatro con las fórmulas de moda, y hay quienes escriben cosas muy raras”.
Añadió que la crisis de identidad de las actuales generaciones de jóvenes es mundial, “tenemos acceso a información y a contenidos globales, donde somos indiferentes unos con otros, existe un valemadrismo y un ensimismamiento, porque perfectamente le puedo partir la madre a otro y no pasa nada. Nada más importa lo que está de moda. El narciso que se prensaba de su reflejo en el río, regresó con mayor fuerza gracias a los medios de comunicación”.
Puntualizó: “En este momento cualquiera puede tener sus 15 minutos de fama, basta con que cuelgue sus videos en You tube, y ni los 15 minutos le bastan, pero la indiferencia de uno por el otro la observamos con la discriminación entre grupos de jóvenes, como es la guerra de tribus urbanas, ejemplificado con el caso de los emos”.
Además, precisó que hay un desencanto social imperante: “Antes sabías que trabajando podías hacer un ahorro, tenías para tu casa, tu coche, los gastos, pero ahora ya no. No hay esperanza. El mundo está desmadrado, es el fin de las ideologías que decían que la posmodernidad ya se acabó. Estamos en la vacuidad, el vacío que nos toca a todo el mundo, donde el problema es tener todavía esperanza”.
Por su parte, Jorge Vargas, director de la obra La mujer de antes, de Roland Schimmelpfenning, expuso que el procedimiento de la dramaturgia que comparten tanto escritores ingleses, franceses, alemanes, suizos y austriacos, tiene que ver con los rasgos de la posmodernidad, “y en la historia, aunque se trabaja el tema de la frustración, se hace énfasis en la indagación de la verdad última de las cosas”.
Para este director teatral, los elementos novedosos del teatro alemán, son la propia arquitectura de la dramaturgia, “la yuxtaposición de diálogos, la elipsis del tiempo, donde da oportunidad al espectador de participar, y el tejido de la trama, a su vez, entrelaza la tragedia, los mitos, la irracionalidad y lo primitivo”.
Por ello, aseguró: “No se puede imaginar que un texto inglés o germano, no tiene nada que ver con nosotros, más en un mundo actual donde las redes de comunicación son cada vez más borrosas e indiferenciadas y el hombre es lo único que queda de esencial”.
Para Jorge Vargas, en esta obra, el autor imprime de manera inteligente dispositivos dramatúrgicos muy complejos, que resultan retadores para todo creador, ya sea el director, adaptador y el mismo actor, “lo preocupante es que ante los problemas abordados, uno continuara con una mirada indiferente”.
Y Luis Rodríguez, curador de esta muestra, opinó que los temas elegidos de este ciclo que se presenta durante mayo en diferentes teatros del Centro Cultural del Bosque, permite acercarse a la dramaturgia de jóvenes alemanes que retrata parajes desoladores, “parecieran escritores mayores y tienen entre 30 y 35 años de edad. Tocan temas a los que no podemos sustraernos, donde los personajes arrastran una existencia oscura y vacua”.
Aseguró que uno de los beneficios de montar obras con textos germanos, radica en la forma de abordar las historias, las técnicas escenográficas y de diálogos “además de que nos acerca a Alemania, nos permite ver de forma renovada nuestros problemas sociales que, pese a la diferencia en las sociedades, son universales”.
En el marco del Ciclo de Teatro Germánico Contemporáneo, además de éstas dos puestas en escena, se presentan seis lecturas dramatizadas a cargo de directores mexicanos (Salvajes, de Hândl Kalus; Negro animal tristeza, de Anja Hilling; Año nuevo, vida nueva, de Sybille Berg; Cabeza muerta, de Gerhild Steinbuch; Inocencia, de Dea Oler; y El autobús, de Lukas Bârfuss (los lunes, martes y miércoles a las 20 horas en el teatro El Granero (Reforma y Campo Marte sin número, colonia Chapultepec Polanco, teléfono 52 80 87 71) y tres talleres, donde participan actores, directores y escritores de México, Alemania, Austria y Suiza.
Libros
Los espías del Papa. David Rizzio, Roberto Ridolfi, Giulio Guarnieri, Paluzzo Paluzzi, Annibale Albani y Luigi Poggi, según Eric Frattini (autor), son algunos agentes secretos con que el Estado Vaticano ha contado en los últimos 442 años; desde el pontificado de Pío V hasta Benedicto XVI. Este servicio de espionaje conocido como La Santa Alianza y, posteriormente, como La Entidad, defiende los intereses económicos, políticos y religiosos del país más pequeño y uno de los más poderosos, aunque para ello sea necesario asesinar, conspirar, robar, difamar o mentir en nombre de Dios. (Editorial Espasa Calpe, 2008, 350 páginas).
Isabel Moctezuma. Eugenio Aguirre, da voz a una mujer para narrar la conquista de Tenochtitlán. Tecuichpo, hija de Moctezuma, fue esposa de Cuitláhuac y Cuauhtémoc, los dos últimos gobernantes aztecas, pero es tomada como botín de guerra y obligada en tres ocasiones a casarse con tres lugartenientes de Hernán Cortés. Llamada ya Isabel, trata de mantener sus derechos como noble indígena. “La cultura que nos arropaba, que nos daba sentido y pertenencia, fue sepultada… nuestros dioses dejaron de hablar”, afirma el autor. (Editorial Planeta, 2008, 490 páginas).
La historia secreta de Lucifer. Lynn Picknett, analiza la figura de Lucifer, más como una metáfora, para denotar lo peor de lo peor, pues su origen y significado inicial es: “aquel que ilumina, el lucero del alba, el planeta Venus”. Antiguamente, muchas diosas fueron llamadas luciferas o portadoras de luz, “tal honor lo tuvo María Magdalena, quien en verdad fue una sacerdotisa que practicó este culto”; sin embargo, el manejo y sentido dado por la religión a este personaje fue aprovechado. (Editorial Planeta, 2008, 1,384 páginas).
Sexo, religión y democracia. El autor, Roberto Blancarte, advierte la obligación de revisar la manera de gobernar y ser gobernados, civil y eclesiásticamente cuál es el ámbito legítimo de las agrupaciones religiosas y hasta dónde debe el Estado regularlas. Aborda temas como Norberto Rivera Carrera y la pederastia, Paulina, la niña violada en Mexicali y obligada a tener un hijo no deseado; limosnas e impuestos; Iglesia y elecciones, entre otros. (Editorial Planeta, 2008, 263 páginas).
¿Es difícil ser mujer? Cómo saber por qué nos deprimimos, qué hacer, a dónde ir. Aunque este trabajo no es reciente, constituye una herramienta para la mujer actual que vive tiempos de modificación de roles sociales, familias disfuncionales y pérdida de valores e identidad. María Asunción Lara, aborda la depresión con sencillez, el cómo identificar esta enfermedad y afrontarla. (Editorial Pax México, 1997, 183 páginas).
Harén. En el barrio judío de la antigua Persia se desarrolla la vida de tres generaciones de mujeres valientes y astutas: Rebeka, su hija Oro en Polvo y su nieta Azabache, quienes lucharán decididamente por alcanzar sus sueños a pesar de su prohibitiva sociedad. El texto de Dora Levy Mossanen nos lleva por un viaje seductor entre adivinos, eunucos y majestuosos palacios, donde se conspira, complacen sentidos y se entrega todo por amor. (Editorial Diana, 2008, 330 páginas).
El camino hacia la cultura. El bajo nivel del sistema educativo en México, calificado recientemente por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), es un buen motivo para consultar este libro que, desde el punto de vista de César Vidal, recomienda cuáles son las lecturas, obras, películas, piezas musicales, tanto del arte y la cultura, que se deben conocer. Valioso recorrido cultural que va desde Mesopotamia, hasta la hegemonía estadunidense en el cine. (Editorial Planeta, 2008, 551 páginas). HCM.
En cartelera
Dios es un DJ. Basado en el texto del dramaturgo alemán Falk Richter, Gabriel Figueroa Pacheco se arriesga a dirigir este trabajo escénico manejado a manera de un talk show, que muestra la enajenación y la fascinación que ejercen los medios de comunicación en el individuo. Actúan Isabel Piquer y Emilio Savinni. Funciones: lunes a viernes, 20 horas, en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque, ubicado en Reforma y Campo Marte sin número, colonia Chapultepec Polanco, teléfono: 52 80 87 71.
El niño y la bruja. Como parte de la Segunda Temporada de Teatro para Niños y Jóvenes, el Instituto Nacional de Bellas Artes presenta un cuento africano, escrito y dirigido por Luis Rodríguez, quien aborda el miedo en la niñez, y la manera de enfrentarlo. Actúan Susana Ugalde, Flor Sandoval, Talina Hernández, Marco Antonio Argueta y Alicia Lara. Funciones: sábados y domingos a las 12 horas en el teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque, ubicado en Reforma y Campo Marte sin número, colonia Chapultepec Polanco, teléfono: 52 80 87 71.
No vayas a llorar.
Boris Villar, director, aborda el tema de la migración en un lugar de Florida, Estados Unidos, donde deambulan balseros cubanos, haitianos y dominicanos que, al igual que muchos mexicanos, padecen la separación de sus seres queridos en la búsqueda de una mejor forma de vida. La obra se presenta en el Centro Cultural el Foco (Tlacotalpan 16, colonia Roma, los viernes a las 20:30 horas, teléfono: 55 74 90 11).
En el mismo barco. Con una dirección colectiva, integrada por jóvenes de la compañía teatral Lagartijas tiradas al sol, presentan en el Foro de las Artes, del Centro Nacional de las Artes (Río Churubusco 79, Colonia Country Club, informes en el 41 55 00 00, extensión 1035 ) los jueves y viernes a las 20 horas, sábados a las 19 horas y domingos a las 18 horas, un trabajo donde seis jóvenes tratan de cambiar su realidad, que los lastima, pero para ello, deben confesar sus sueños y sus miedos. (HCM).
Periodismo y literatura
Teresa Gil*
holbein@prodigy.net.mx
Uno podría pensar, con ironía, que el tránsito del periodismo a la literatura, se hace por comodidad. Imagínense lo que debe pensar un periodista después de largas faenas en la calle, pesquisas, guardias y horarios ante la máquina, creyendo que los escritores se la pasan zumbonamente en un escritorio.
Luego viene el problema de los géneros, en los que el periodista está obligado a ser exacto, manejar datos concretos y conseguirse una fuente, mientras imagina a un literato rascándole a la fantasía y saboreando la ficción como si fuera pan comido.
Suele decirse, además, que es fácil y común pasar del periodismo a la literatura y se pone como ejemplo a grandes escritores que incluso han arribado al premio Nobel. Para otros, más terrenales, la cosa puede ser al revés. Yo recuerdo como pasé de la literatura al periodismo, con sólo cambiar de página. Escribía por ese tiempo, hablo de 1958, en las páginas culturales de El Diario del Yaqui. Y aunque apenas rebasaba la adolescencia, ya era común mi firma en cuentos, relatos y poemas, lo que me convertía en una escritora precoz, a la que muchos auguraban un futuro literario. Falaz pronóstico. En eso estaba cuando alguien me invitó a integrarme a la redacción del periódico y tuvieron que pasar 50 años, para que me diera cuenta de que nunca me fui de las primeras páginas que había ocupado. Y es que frente a todas las teorías, la cosa es más simple: cada periodista es escritor aunque no lo diga y tratar de darle vueltas o hablar de una fase superior de la escritura, es una torpeza. Cuando se escribe, se escribe. Sea bien o sea mal.
Claro que hay ciertos bemoles que hay que tomar en cuenta y uno de ellos es la deformación del lenguaje en el periodismo y la reiteración del pasado perfecto que tan irónicamente acuñó Hemingway: dijo, apuntó, habló, mencionó, repitió, etcétera.
También esa reiteración en la que hacían hincapié los jefes de información al exigir fuente, eliminar adjetivos y circunscribirse al hecho. Menos mal que para escribir un cuento o una novela, no se necesita nada de eso, ni siquiera de una historia, que puede ser borrada de un plumazo.
El periodismo estadunidense del que se nutrió el mexicano, fijaba reglas pero luego las violaba en aras de la elasticidad en el comportamiento informativo. El nuestro era más esquemático y más cerrado. La fuente tenía que aparecer lloviera o tronara. Y tenían que usarse ciertas reglas gramaticales, aunque la lógica o la estética marcaran lo contrario. Recuerdo como se molestaba José Alberto Healy, director de El Imparcial de Hermosillo en los años 60, porque yo abría guiones cuando hacía entrevistas, en vez de poner comillas en los diálogos. O el rechazo de una entrevista que yo le había hecho a un general del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, de parte de Manuel Becerra Acosta, en
Unomásuno de principios de los 80. En lugar de la descripción literaria que yo hacía del portero que me había recibido en el local del partido y que también era general, Becerra Acosta quería unas simples declaraciones entrecomilladas. Eso le quitaba todo el valor literario a la información. ¡Imagínense a un general de portero!
Cuando digo que esos periodismos eran, es porque en estos momentos las cosas han cambiado. A partir de los 90 –aunque ya había expresiones muy abiertas desde fines de los 70–, el periodismo mexicano se hizo más ligero, más complaciente y conste que no me estoy refiriendo a los cambios generados por las nuevas tecnologías. Éstas abrieron tales espacios, que las dimensiones se han perdido. Me refiero a la experimentación en otro tipo de redacción, en una creatividad que rompe los esquemas de las notas informativas cerradas y que aun guardando las normas de los géneros, nos acerca a algo más literario, más libre. Claro que no sucede eso en todos los medios, ni lo hacen todos los periodistas. Y no pretendo, tampoco, meterme con los contenidos, que en lo que a mi percepción se refiere, han dado un giro negativo en los últimos tiempos. Lo que sí es cierto y lo vivimos todos los días, es que frente a la discusión que existe sobre qué prevalece, el periodismo o la literatura, hay que tomar en cuenta el vehículo directo y rápido que suele ser el periodismo para dar a conocer todo lo que es informativo. Y de que manera la gran mayoría nos hemos enterado de la existencia de escritores, de sus libros, a través de los medios de comunicación.
Ello también tiene mucho que ver con esa polémica en torno al arte y la cultura de masas, respecto a la cual queda claro que ésta, entre la que se encuentra el periodismo, se ha impuesto sobre el primero. El periodismo, además, pese a los augurios permanentes sobre la desaparición de la letra impresa y el avasallamiento que ejercen los medios electrónicos sobre la distorsión informativa y cultural, en cierto sentido ha hecho dependientes a la literatura y otras formas del arte, ante la necesidad de éstas de llegar al público. Los mismos medios, sobre todo los escritos, han creado desde hace décadas las páginas de cultura y los suplementos culturales, gracias a los cuales nos enteramos de que tal o cual escritor publicó un libro, de sus ideas y pensamientos y de la librería de la esquina donde podemos encontrar su obra. Aunque el Premio Cervantes recientemente fallecido Francisco Umbral, dijo que la literatura no se hace en esos suplementos y páginas, sino en el ejercicio diario del periodismo. Las cosas han llegado a tal grado, que las propias empresas editoras de medios importantes editan libros y tienen librerías propias. O sea, tienen en sus manos, alguna porción de la obra y la fama de algún literato. Los mismos medios televisivos, como Televisa, llegan a controlar el más importante mercado de revistas en Latinoamérica, formas de periodismo de distracción, salud o cocina, que rebasan en mucho la venta de periódicos, ya no digamos de libros. Para algunos, el interés del periodismo para dar a conocer las formas del arte, no es sino por su función de divulgación. Lo que nos lleva a lo mismo. El que escribe literatura, aunque haya excepciones, ¿no lo hace para divulgar lo que ha escrito?
Al señalar los cambios que capto en el periodismo mexicano, quiero hacer énfasis en el acercamiento de los géneros tanto periodísticos como literarios y en el rompimiento de una barrera que algunos utilizaron en el pasado para decir que un periodista subía de categoría si se metía de lleno a la literatura. El problema ya no existe ni siquiera en la ficción, con obras literarias basadas en hechos reales o con novela histórica, empatadas con los reportajes o entrevistas que más bien parecen géneros novelados. ¿En qué momento, pues, el periodista deja de serlo para convertirse en un escritor que se adentra a los géneros literarios tradicionales, para crear otro tipo de materiales? Hemingway dijo en una entrevista que no es el periodismo el que mata a un escritor, sino todo lo contrario, siempre, claro, que aquél se deje a tiempo.
El prologuista de los trabajos periodísticos de García Márquez, Jacques Gilard, al analizarlos, sostiene que llegó un momento, en que aquél, deslindado de las faenas de la investigación periodística porque otros lo hacían por él, ya se pudo dedicar más a la ficción, aunque en algunos de sus trabajos periodísticos ya se capta la introducción de ésta en ciertas descripciones. O sea, que en su viejo periodismo ya teníamos a la mano los géneros literarios en los que después se adentró. Gilard se pregunta si algunas de las famosas notas periodísticas que escribió García Márquez no eran sino ficción completa. Voladuras, pues, como se llama en la jerga del periodismo. Quizá por ello el escritor colombiano fue muy comprensivo cuando se descubrió que una periodista que había ganado el Pulitzer había inventado la nota ganadora. Dedíquese a la literatura, le aconsejó. Entonces ¿qué tanta ficción usamos los periodistas y qué tanta realidad introducen los literatos apoyados, fatalmente, en la autobiografía?
* Primera parte de la ponencia presentada el 10 de abril de 2008 en las XVII Jornadas Binacionales de Literatura Abigael Bohórquez, en San Luis Río Colorado, Sonora.