Nunca antes decir lo que pienso y lo que creo se había vuelto tan
difícil como ahora cuando se tiende una capa ¡qué digo una capa! ¡un
techo de acero! para normalizar la explotación más antigua de las
mujeres: la prostitución.
Cuando las voces que más se escuchan en los medios son éstas, las que
hablan de las “bondades” de la legalización de la prostitución como el
gran avance de la humanidad y de la democracia.
Yo no sé ustedes, pero yo no deseo que las niñas crezcan convencidas de
que su cuerpo es una mercancía que se puede vender y comprar.
En 1996, cuando era reportera de Doblejornada y Cimacnoticias conocí la
prostitución en los rincones más oscuros de la zona de la Merced. La
disputa por la calle entre grupos y “organizaciones sociales” estaba a
todo, pero la calle no era el motivo de la disputa sino las mujeres que
ocupaban esas calles todo el día a lo largo del año, entre otros
negocios.
La disputa por el control de la calle ya había dejado a varias mujeres
en situación de prostitución asesinadas de uno y otro lado. Como en
cualquier guerra, las mujeres y sus cuerpos son transformados en campos
de batalla.
Ya en varias ocasiones había entrevistado a la directiva de Brigada
Callejera, organización que trabaja con mujeres en prostitución, incluso
había acudido a sus oficinas dentro de la iglesia de la Soledad, ahí,
en el centro de la zona de la Merced, que en más de un sentido hace
honor a su nombre, Soledad.
Brigada Callejera ya me había invitado a talleres donde las mujeres en
situación de prostitución recibían información sobre el VIH y cómo
prevenirlo con el uso correcto del condón. Información más que necesaria
cuando el VIH era el enemigo a vencer. Tras el éxito, desarrollaron su
propia marca de condones “Encanto”, que venden entre las mujeres en
situación de prostitución.
Me adentré a ese mundo a conocer a las mujeres de carne y hueso, que día
a día ocupan las calles que controlan otros. Conocí los hoteles donde
ellas viven, como el Madrid, confiscado en 2009 por trata de personas,
según el acuerdo A/005/09 publicado en la Gaceta Oficial del Distrito
Federal. Un hotel propiedad de un ciudadano español, con un patio
interior enorme rodeado de cuartos para la prostitución, o lo que sea.
Tres pisos dedicados a ello, con barandales pintados de azul estridente;
el cuarto piso estaba reservado para las mujeres en prostitución y sus
niñas y niños.
Como en cualquier vecindad, la ropa lavada colgaba de los barandales, el
llanto de bebés reventaba el silencio de la noche, voces de niñas y
niños, la televisión a todo volumen; todo se mezclaba mientras subía por
la escalera al primer piso, donde una mujer me esperaba en una de las
habitaciones, recostada en la cama matrimonial, con cabecera de madera y
el olor a creolina.
No era una mujer débil ni mucho menos, era una mujer atlética, con los
músculos marcados producto de la disciplina del gimnasio. Su sueño era
destacar en la Triple A como luchadora técnica, pero la mala paga la
llevó a las calles de la merced a prostituirse.
Con el rostro color morado, sus brazos hablaban de una lucha, pero no en
el ring. Dos semanas antes, el bando contrario a Brigada Callejera la
había atacado a patadas en la calle hasta dejarla inconsciente y casi
muerta.
Producto de la tremenda paliza, se le habían “volteado los intestinos” y los tenía en una bolsa, fuera de su vientre.
Después recorrí las calles vacías, oscuras, donde las loncherías de
noche con las cortinas cerradas, dejaban escapar la música de la rocola.
Ahí la prostitución seguía, sobre todo la explotación sexual infantil.
Las narraciones de lo que ahí sucedía parecían de otro mundo. Cada
quincena, o los días de raya, se solía rifar a una joven virgen; “el
gran evento” en todas las loncherías que en el día venden quesadillas o
comida corrida y en la noche ofrecen a mujeres y niñas a la carta.
Repito: corría el año 1996, cuando ya las mafias tenían el poder.
Por ello, el control de las calles de la Merced es fundamental en el
negocio de la prostitución, quien controla las calles controla a las
mujeres que ahí son explotadas.
Durante horas escuché las narraciones de Jaime sobre las atrocidades que
viven las mujeres en prostitución del “otro bando”, cómo eran
controladas y obligadas a trabajar en las peores condiciones, el
comercio con la cartilla de sanidad, las formas en que eran revisadas
para garantizar que no trabajaran menstruando, violadas por el dedo que
un señor introducía en sus vaginas, el riguroso vigía del periodo de
cada una.
Ahí conocí a Rubí, una mujer culta, proveniente de la clase alta de
nuestra ciudad, quien había llegado a la Merced - después de pasar por
la Zona Rosa y Sullivan- para sacar adelante a sus hijos, para mantener
el nivel de vida que solían tener antes que ella enfrentara a su marido
violento e infiel, próspero ingeniero civil constructor de las
carreteras del norte de nuestro país.
Enfrentar al ingeniero le valió a Rubí quedarse en la calle, con dos
hijos inscritos en colegios particulares, acostumbrados a vacacionar
cada año en Europa y a usar ropa de marca. La culpa de que sus hijos
“perdieran todo” la llevó a la prostitución, porque ella quería que sus
hijos no pasaran carencias.
Y muchas más mujeres que llegaron a las calles de la Merced bajo la
fuerza del hambre, de la miseria de sus vidas y la urgencia de que su
prole tuviera algo mejor. Siguiendo sueños, como la luchadora, que
mientras conseguía la fama, tenía que comer, pagar gimnasio, entrenador y
todo lo que ello le implicaba.
Mujeres que creyeron que con tres meses prostituyéndose obtendrían lo
que debían pero se quedaron atrapadas, endeudadas, en las redes de la
prostitución donde la calle es el gran negocio de los señores que les
cobran por todo, donde los hoteleros se hacen ricos con la renta de los
cuartos tanto para la prostitución como por vivir.
De estas mujeres se habla, de las que no contaron con opciones reales
para elegir. Todas tenían sueños distintos a lo que estaban viviendo,
todas preferían salir de “eso”, como le llaman. Ninguna se sentía
orgullosa de ser prostituta, ni deseaba que sus hijas lo fueran, aunque
algunas estaban resignadas en que ahí terminarían porque ese es el
ambiente en el que viven (o la “opción” que les da su país).
Todas le pagaban a alguien para poder pararse en una esquina, para poder
usar el hotel, para estar en la lonchería, para que el poli no se las
llevara; todas eran explotadas por todos los negocios alrededor de
ellas.
Sobre estas mujeres están hablando otras, que dicen que “ellas” -las
mujeres en situación de prostitución- optaron libremente por ello.
Académicas, legisladoras acompañadas por hombres llamados
“progresistas”, colocadas en los medios de comunicación con sus voces
hablando de las “bondades” de la prostitución como trabajo.
¿Qué significa eso? ¿que dentro de la orientación vocacional la
prostitución será una opción para las jóvenes? ¿crecerán las academias
que profesionalizarán a las mujeres para que sean las mejores
prostitutas de la historia? Como el nuevo modelo de negocio, las
academias de “Pole Dance”, que no son otra cosa que el entrenamiento
para los Table Dance, o para el placer sexual de los hombres.
De qué estamos hablando, me pregunto. Sé que esto no gusta a las
personalidades que tienen el poder para susurrarle al oído al jefe de
gobierno que esto es lo de hoy, y que ha ganado muchas y muchos adeptos.
La investigadora Ana de Miguel ya decía en su conferencia en el CEIICH
sobre Neoliberalismo Sexual “lo que nos estamos jugando es el concepto
de humanidad”, y en especial de la humanidad de las mujeres. Si la
dignidad humana es el principio básico de los Derechos Humanos, ¿dónde
subsisten los derechos de las mujeres?
¿Por qué buscan legalizar la prostitución y no empujar con todo el poder
que ellas tienen, mejoras en las condiciones laborales de todas las
mujeres? para que todas ingresen a las escuelas, para que sean grandes
científicas, legisladoras, gobernantas con trabajos bien remunerados.
Sí, me han dicho que mi argumentación es moralina, porque lo mismo da
trabajar con las manos que con la vagina. Nada tiene de comparación.
Hoy, los mismos países que legalizaron la prostitución no vieron el
desarrollo de las mujeres y sí de los señores de la pornografía, los
dueños de los bares y prostíbulos, donde se ofrece a las mujeres.
En estas semanas se decidirá el futuro real de la vida de las mujeres y
de las niñas, las niñas de 10 años que el Fondo de Población de las
Naciones Unidas ha elegido como el indicador humano para la medición
del éxito de los Objetivos de Desarrollo. La decisión final será tomada
el 10 de diciembre, fecha emblemática para los Derechos Humanos.
Normalizar la compra y venta de seres humanos nunca ha sido el camino
del progreso ni de la democracia; los años de historia nos lo han
demostrado más de una vez.
Las mujeres en situación de prostitución merecen opciones reales de desarrollo, no la cadena que las eternice en ella.
*Periodista y feminista, Directora General de CIMAC
Twitter: @lagunes28