Pedro Miguel
La llamada reforma
educativa, que fue en realidad un intento del régimen por abrir la
puerta a la privatización del sistema de enseñanza pública y por
desarticular las expresiones sindicales del magisterio no sometidas al
régimen, está muerta. Ha terminado por hacerse evidente que ese paquete
de modificaciones legales era un engendro espurio, ideado en organismos
internacionales e impulsado por grupos de interés que pretendían tomar
por asalto el ámbito educativo; más allá de elementos discursivos y
propagandísticos y de disposiciones punitivas y de control laboral, no
había en él gran cosa pedagógica, ni nada que lo convirtiera en un
factor para la dignificación de la enseñanza que es sin duda urgente.
Como queda claro en forma retrospectiva, los funcionarios que se
empeñaron durante meses en aplicar esas disposiciones no tenían ni idea
de la conformación del país en el que viven. Supusieron que la
disidencia magisterial podría ser doblegada con una combinación de
publicidad difamatoria, desgaste, represión y sanciones. No se dieron
cuenta de que el agravio no sólo afectaba a los maestros democráticos
movilizados sino que tocaba también el corazón de una sociedad que ha
sufrido demasiados despojos. Acaso imaginaron que el provocar una
carnicería en un bloqueo de Oaxaca aterrorizaría a los movilizados pero
sucedió algo distinto: reafirmó su convicción de lucha, la extendió a
otros sectores y colocó al gobierno ante un nuevo problema. Tal vez
pensaron que el sindicato oficial y su cúpula charra sería
capaz de neutralizar a la CNTE y sucedió que muchos miles de profesores
adscritos al SNTE se sumaron a las acciones de resistencia. Seguramente
jamás imaginaron que los padres de familia, en vez de rechazar el paro,
lo apoyarían.
Con todo y sus simulaciones el gobierno federal ha reconocido de
varias maneras –todas ellas implícitas, sí– que su reforma no sirve
porque tiene dientes pero no contenidos; que no tiene margen para
emprender una represión masiva en contra del magisterio democrático y
que el diálogo y la negociación son la única vía practicable para
destrabar el conflicto. Ciertamente, le falta admitir lo principal: que
no es posible mejorar el nivel educativo en un país en el que los niños
van a la escuela sin comer y asisten a clases en aulas con piso de
tierra mientras sus funcionarios pasean por el mundo en aviones de miles
de millones de pesos. Por lo pronto, la
reforma educativa, ese engendro oligárquico y tecnocrático al que no se le iba a cambiar ni una coma, ha muerto.
Los funcionarios federales tienen trabajo por delante: ahora
deben sosegar a los iracundos líderes de la Coparmex, la Concanaco y la
Concamin que exigen vengar con sangre la afrenta de una rebelión de
pobres que ha derrotado al poder público y que, bien capitalizada por
sus protagonistas, puede sentar un precedente para empezar a echar abajo
el conjunto de las reformas estructurales del peñato. Más allá del
estridente chantaje empresarial y de los ejercicios oficiales de
simulación para encubrir el tamaño de la derrota (como el
modelo educativoque la SEP se sacó del sombrero hace unos días), ahora el magisterio democrático tiene ante sí la tarea de convertir en una victoria gremial y social el fracaso del régimen.
Cabe esperar que las movilizaciones, las mesas de diálogo (en las que
cabe sospechar toda clase de trampas, dilaciones y distorsiones por la
parte oficial) y los foros públicos se extiendan ahora al Congreso a fin
de que ocurra allí el régimen no ha querido hacer en casi cuatro años:
escuchar a los maestros del país y tomarlos en cuenta. La resistencia
magisterial –esa que según sus linchadores mediáticos sólo busca
perjudicar el tránsito y el comercio, huevonear y heredar plazas– no
sólo tiene una vastísima experiencia pedagógica y social, sino también
un enorme trabajo de reflexión, análisis e investigación sobre los
problemas y las miserias del sistema de educación pública y sus posibles
soluciones. La sociedad y las instituciones deben darse la oportunidad
de conocerlo. Si ello sucede, será posible construir y aprobar un
conjunto de iniciativas que realmente merezcan el nombre de reforma
educativa y socializar así la victoria que los maestros han ido
construyendo con lucidez, tesón y abnegación admirables.
Twitter: @Navegaciones
No hay comentarios.:
Publicar un comentario