Utopía
Eduardo Ibarra Aguirre
Las 13 reformas estructurales –al decir de Luis Videgaray–, 11 de acuerdo con Aurelio Nuño –el tan devaluado titular de Educación Pública que se refugia en actos escolares con el Ejército–, “serán recordadas en los libro de historia de México”, así como 2013, “como el año de las grandes transformaciones, el de las grandes reformas que encabezó el presidente Enrique Peña Nieto”.
“Histórico” es un adjetivo del que se abusa
tanto que convertido en lugar común no tiene su significado original
(“digno de figurar en la historia”), y conforme baja la aprobación del
presidente al 23 por ciento, la menor desde 1995 y con 74 por ciento de
los encuestados en desaprobación de su trabajo (El Economista, 11-VIII),
sus colaboradores se empeñan en ensalzarlo con cualquier motivo. El
lisonjero que despacha en la Secretaría del Trabajo le endilgó a Peña la
autoría de la reforma a la Ley de Federal del Trabajo cuando es del
dominio público que es obra de Felipe Calderón, cierto que en
coordinación con el mexiquense de Atlacomulco.
El porcentaje de
aprobación del mexicano no está mucho mejor del que reúne Nicolás Maduro
en Venezuela, con la pequeña diferencia de que el sucesor de Hugo
Rafael Chávez tiene a todo el aparato mediático trasnacional en su
contra, por buenas y malas razones, más por las segundas.
No está
mal que en tiempos de serias dificultades políticas y económicas, de
creciente desesperanza y hartazgo por la corrupción a la orden del día,
pero también de mayor capacidad para transformar el malestar popular en
movimiento, los secretarios de Peña Nieto le demuestren lealtad, sobre
todo cuando la puja por ser el inquilino de Los Pinos se torna más aguda
y puede ser cruenta, como lo indica la matanza de Nochixtlán, Oaxaca.
La
frase del secretario de Hacienda podría significar (deseo equivocarme)
que “el nuevo modelo educativo” contempla la actualización de los libros
de texto gratuitos, sobre todo el de Historia, para empatarlos con las
ansias de trascender de los que dicen “Mover a México” y desde ahora,
como en los tiempos del hoy empleado de Iberdrola, a la que favoreció
desde la Presidencia, Felipe Calderón prometía que en ¡2040! México será
la quinta economía global.
Durante el proceso de negociación de
las reformas, con los hombres y mujeres de la partidocracia que
suplantaron al Poder Legislativo, Luis Videgaray buscaba sumar adeptos
con la pertinente explicación del “crecimiento mediocre de la economía”
en las últimas tres décadas. Y juraba que el proceso reformador
permitiría un mayor crecimiento del producto interno bruto.
Los
tercos hechos evidencian, por desgracia, que la economía persiste en la
mediocridad y pretenden atribuirla, como Calderón en 2008, a “la crisis
que viene de fuera”, y ahora a “la volatilidad de los mercados” y “el
entorno internacional”. Ah, pero México y su economía “crecen más que
ningún país latinoamericano”. ¡Mal de muchos, consuelo de tontos!
Y
la propuesta discursiva varió para postular que “los grandes”
resultados del proceso reformista los verán los mexicanos cuando ya no
tengan la dicha de ser gobernados por el grupo de mexiquenses en alianza
con hidalguenses. Igualito que las “ventas de futuro” del esposo de
Margarita Zavala o el ingreso al primer mundo prometido por Carlos
Salinas, ejemplo insuperable de cómo llevar a los familiares, amigos y
socios a las ligas mayores de los negocios y el enriquecimiento
desmedidos.
Utopía 1714,.12-VIII-16
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