1/16/2017

Dependencia al límite



León Bendesky
La Jornada 
Esta nueva crisis de la economía mexicana tiene sus propias interpretaciones de tipo convencional. Una de ellas parte del impacto de las medidas que el gobierno de Trump aplicará para proteger el mercado y a los trabajadores estadunidenses.
Para conseguirlo, se impondrán severas medidas proteccionistas. Entre ellas ya se ha provocado el retiro de nuevas inversiones en México de empresas como Carrier y Ford, y se extienden al resto de la industria automotriz. Se amenaza con imponer altos impuestos a los productos que crucen la frontera hacia el norte.
Así, se acabará con las ventajas que obtuvo México con el TLCAN y que, por otro lado, significaron la pérdida de empleos y el abandono de zonas industriales. Hacer América grande otra vez fue el repetido lema de campaña y ahora del de gobierno.
A esto debe sumarse, según la visión de Trump, la laxitud de las medidas de control de los flujos migratorios, los que representaron una competencia por los empleos y, además, incrementaban la delincuencia.
La idea del muro es la respuesta a estas condiciones adversas para aquel país. El muro no es solo la idea de una pared para frenar a los migrantes de México y el resto del continente. Representa el conjunto de las pautas proteccionistas que ya se están concretando y que van a ampliarse.
Ante este escenario, la versión convencional se construye de una manera bastante simple y, también, cuestionable. Un ejemplo claro de la lógica de esta versión la ofreció The Wall Street Journal (Inversionistas huyen de México mientras el peso entra en caída libre, 11/01/ 2017).
El argumento va así: Tal huída indica el temor de que las ganancias económicas de México por el TLCAN generadas durante las pasadas dos décadas se reviertan. El Tratado abrió el mercado de consumidores en Estados Unidos a las empresas de México de un modo privilegiado con respecto a otras economías emergentes. La apertura provocó una relativa estabilidad del peso y la entrada de abundantes capitales.
Ahora se ha creado una sensibilidad extrema de las variables financieras (tipo de cambio, tasas de interés, inflación y caída del mercado de valores). Una conclusión que se propone es que la renegociación del TLCAN mataría básicamente el modelo de crecimiento de México.
Todo esto es discutible. Pero la conclusión no es trivial ni errónea, pues afirma que este revés de la fortuna es el precio de la dependencia que existe frente a la economía de Estados Unidos.
El TLCAN cambió la estructura productiva del país. La actividad exportadora se alteró de modo significativo. La industria manufacturera y, en especial, la automotriz fueron casos notorios, pero no únicos. El cambio se operó también en actividades como la agricultura, el sistema financiero, las telecomunicaciones, la minería y el sector energético.
En efecto, el modelo económico cambió, pero no fue un modelo de crecimiento, como se puede desprender de los bajos registros de largo plazo de la expansión del producto, el empleo y los ingresos. No es lo mismo un régimen de crecimiento que un régimen de acumulación. Las finanzas públicas están en un gran desorden y la política monetaria no alcanza para establecer las bases de una expansión duradera.
El TLCAN fue primordialmente un acuerdo de liberalización del flujo de las inversiones, y mientras el mercado mexicano ofrecía rendimientos positivos los capitales fluyeron tanto a la producción como a la deuda pública y el mercado de valores. Las inversiones financieras son por naturaleza flexibles y se mueven con rapidez. Que ahora haya una huída de los capitales está en la naturaleza misma de esos mercados y eso ha ocurrido muchas veces desde 1976. La globalización ha hecho que los movimientos de capitales sean aún más rápidos y sus efectos más sensibles.
Queda el asunto de la dependencia de la economía mexicana frente a Estados Unidos. Esta dependencia no se creó con el TLCAN, es de índole secular. Pero sus mecanismos sí se modificaron. El mercado interno no pudo resistir la competencia y sectores enteros se acabaron o llegaron a la inanición: la petroquímica, la refinación de crudo, la industria textil son casos ilustrativos. Surgieron otras actividades que están estrechamente ligadas al sector exportador como ocurre con las autopartes, que son exportadores indirectos.
El gobierno y un amplio sector de los empresarios han defendido a ultranza el TLCAN y, en general, la globalización. Solo se ha necesitado que llegara al poder en Estados un empresario inmobiliario, que no un político convencional, para que el entramado se esté viniendo a pique.
Pero no es solo el factor externo el que ocasiona esta nueva crisis. Es la propia política interna (la mejor política industrial es que no exista) y la manera en que se preservan los intereses creados en el gobierno y la sociedad. Ese es el elemento clave del lento crecimiento secular, de sus consecuencias y de la fragilidad permanente de la economía. Pemex y la gestión del petróleo son una manifestación cruel de los hechos.
La incapacidad que hoy se advierte para rearmar esta economía y promover la expansión es el asunto clave. Poner, como parece ser la pauta, todo el énfasis en una renegociación del TLCAN, en donde se tenderá a reproducir la gran debilidad con la que se negoció el Tratado original es un error. Las fallas de una visión miope solo se extenderán por mucho tiempo y a un alto costo.

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