León Bendesky
Esta nueva crisis de la
economía mexicana tiene sus propias interpretaciones de tipo
convencional. Una de ellas parte del impacto de las medidas que el
gobierno de Trump aplicará para proteger el mercado y a los trabajadores
estadunidenses.
Para conseguirlo, se impondrán severas medidas proteccionistas. Entre
ellas ya se ha provocado el retiro de nuevas inversiones en México de
empresas como Carrier y Ford, y se extienden al resto de la industria
automotriz. Se amenaza con imponer altos impuestos a los productos que
crucen la frontera hacia el norte.
Así, se acabará con las ventajas que obtuvo México con el TLCAN y
que, por otro lado, significaron la pérdida de empleos y el abandono de
zonas industriales. Hacer América grande otra vez fue el repetido lema
de campaña y ahora del de gobierno.
A esto debe sumarse, según la visión de Trump, la laxitud de las
medidas de control de los flujos migratorios, los que representaron una
competencia por los empleos y, además, incrementaban la delincuencia.
La idea del muro es la respuesta a estas condiciones adversas para
aquel país. El muro no es solo la idea de una pared para frenar a los
migrantes de México y el resto del continente. Representa el conjunto de
las pautas proteccionistas que ya se están concretando y que van a
ampliarse.
Ante este escenario, la versión convencional se construye de una
manera bastante simple y, también, cuestionable. Un ejemplo claro de la
lógica de esta versión la ofreció The Wall Street Journal (
Inversionistas huyen de México mientras el peso entra en caída libre, 11/01/ 2017).
El argumento va así: Tal huída indica el temor de que las ganancias
económicas de México por el TLCAN generadas durante las pasadas dos
décadas se reviertan. El Tratado abrió el mercado de consumidores en
Estados Unidos a las empresas de México de un modo privilegiado con
respecto a otras economías emergentes. La apertura provocó una relativa
estabilidad del peso y la entrada de abundantes capitales.
Ahora se ha creado una sensibilidad extrema de las variables
financieras (tipo de cambio, tasas de interés, inflación y caída del
mercado de valores). Una conclusión que se propone es que
la renegociación del TLCAN mataría básicamente el modelo de crecimiento de México.
Todo esto es discutible. Pero la conclusión no es trivial ni errónea,
pues afirma que este revés de la fortuna es el precio de la dependencia
que existe frente a la economía de Estados Unidos.
El TLCAN cambió la estructura productiva del país. La actividad
exportadora se alteró de modo significativo. La industria manufacturera
y, en especial, la automotriz fueron casos notorios, pero no únicos. El
cambio se operó también en actividades como la agricultura, el sistema
financiero, las telecomunicaciones, la minería y el sector energético.
En efecto, el modelo económico cambió, pero no fue un modelo
de crecimiento, como se puede desprender de los bajos registros de largo
plazo de la expansión del producto, el empleo y los ingresos. No es lo
mismo un régimen de crecimiento que un régimen de acumulación. Las
finanzas públicas están en un gran desorden y la política monetaria no
alcanza para establecer las bases de una expansión duradera.
El TLCAN fue primordialmente un acuerdo de liberalización del flujo
de las inversiones, y mientras el mercado mexicano ofrecía rendimientos
positivos los capitales fluyeron tanto a la producción como a la deuda
pública y el mercado de valores. Las inversiones financieras son por
naturaleza flexibles y se mueven con rapidez. Que ahora haya una huída
de los capitales está en la naturaleza misma de esos mercados y eso ha
ocurrido muchas veces desde 1976. La globalización ha hecho que los
movimientos de capitales sean aún más rápidos y sus efectos más
sensibles.
Queda el asunto de la dependencia de la economía mexicana frente a
Estados Unidos. Esta dependencia no se creó con el TLCAN, es de índole
secular. Pero sus mecanismos sí se modificaron. El mercado interno no
pudo resistir la competencia y sectores enteros se acabaron o llegaron a
la inanición: la petroquímica, la refinación de crudo, la industria
textil son casos ilustrativos. Surgieron otras actividades que están
estrechamente ligadas al sector exportador como ocurre con las
autopartes, que son exportadores indirectos.
El gobierno y un amplio sector de los empresarios han defendido a
ultranza el TLCAN y, en general, la globalización. Solo se ha necesitado
que llegara al poder en Estados un empresario inmobiliario, que no un
político convencional, para que el entramado se esté viniendo a pique.
Pero no es solo el factor externo el que ocasiona esta nueva crisis.
Es la propia política interna (la mejor política industrial es que no
exista) y la manera en que se preservan los intereses creados en el
gobierno y la sociedad. Ese es el elemento clave del lento crecimiento
secular, de sus consecuencias y de la fragilidad permanente de la
economía. Pemex y la gestión del petróleo son una manifestación cruel de
los hechos.
La incapacidad que hoy se advierte para rearmar esta economía y
promover la expansión es el asunto clave. Poner, como parece ser la
pauta, todo el énfasis en una renegociación del TLCAN, en donde se
tenderá a reproducir la gran debilidad con la que se negoció el Tratado
original es un error. Las fallas de una visión miope solo se extenderán
por mucho tiempo y a un alto costo.
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