Carlos Fazio /VI
En un contexto de grave crisis política e institucional acentuada por las protestas sociales detonadas por el gasolinazo,
y en una coyuntura signada por las promesas de Donald Trump de
renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) e
imponer aranceles a productos manufacturados que ingresen a territorio
estadunidense provenientes de México, a lo que se suma la amenaza de
extender el muro fronterizo y expulsar a 2 millones de indocumentados
con antecedentes penales, Enrique Peña Nieto decidió designar a su
mil usos, Luis Videgaray, como secretario de Relaciones Exteriores.
El enroque político de Videgaray, quien será el tercer canciller en
los cuatro años de gobierno de Peña Nieto (¡todo un récord en la
historia de la Secretaría de Relaciones Exteriores!), viene a confirmar
la arraigada práctica del amiguismo, así como la irresponsabilidad, el
sinsentido y la improvisación en la orientación de la política exterior.
Como se ha señalado en el
círculo rojo(la comentocracia), Videgaray, a quien se atribuyen
poderes hipnóticossobre el hijo predilecto de Atlacomulco −incluso se habló de la
extrema dependencia emocionalde Peña Nieto hacia su influyente consejero y confidente−, nunca se fue tras renunciar a Hacienda y hasta ha sido considerado
un activo del Presidente y del país(sic) a la medida del desafío que encarna Trump.
A sólo 23 meses de que termine el gobierno peñista y tras aclarar que
no sabe nada de diplomacia, Videgaray dijo con falsa humildad:
Vengo a aprender. Responsable del actual desastre económico del país, abriga la esperanza de que debido a su relación de cercanía con el yerno de Trump, Jared Kushner, y sus vínculos personales con el ex jefe de campaña del magnate, Corey Lewandowsky, pueda reposicionarse con vistas a la candidatura presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) para 2018. Tácitamente, los elogios proferidos públicamente por el propio Trump al ahora todopoderoso aprendiz de canciller –es
un hombre maravilloso− podrían interpretarse como un virtual dedazo de quien, desde la Casa Blanca, encarnará a partir de este 20 de enero una nueva fase del capitalismo salvaje con tintes neonazis a escala planetaria.
Si bien en el Instituto Matías Romero se enseña a los alumnos que las
relaciones internacionales se rigen por intereses nacionales y no por
relaciones personales −Estados Unidos no tiene amigos, sólo intereses,
aseveró John Foster Dulles en los años 50−, es evidente que el actual
grupo gobernante, impuesto de manera fraudulenta por los poderes
fácticos −y en cuyo seno a últimas fechas Vidagaray ha oficiado como
gurú−, tiene por patria el capital, y desde sus puestos tecnocráticos en
las estructuras del Estado ha venido impulsando un acelerado proceso de
bananerización con eje en una economía de enclave.
El resultado de ese proceso clasista y de saqueo depredador de la
esfera pública ha sido erigir a México en país maquilador, idea que
sugiere actividades de ensamblaje establecidas por corporaciones
trasnacionales en diversas ramas industriales, en espacios que
reproducen y profundizan la lógica de subalternidad respecto de los
centros de acumulación capitalista a partir de una oferta de trabajo
barata, flexible, adaptable y a veces calificada, y con incentivos que
otorgan excepciones aduaneras y fiscales, y cuya producción se rexporta
al país de origen de la empresa que lo realiza o a terceros mercados, lo
que incluye la repatriación de capitales.
La función de país maquilador ha significado el
desdibujamiento del concepto clásico de frontera nacional y el avance
del dominio del poder del capital sobre el
Estado nacióndenominado formalmente México. Como diría Bourdieu, el dominio del Estado ha quedado reducido al ámbito de la producción simbólica; con la paradoja de que es el propio Estado el que se niega a sí mismo, que manifiesta de manera expresa su incapacidad de promover el
desarrolloy que, alternativamente, ese papel corresponde al capital, aunque el Estado es clave en la protección de la propiedad privada y la ejecución de los contratos.
Se trata de un proceso dinámico y no exento de conflictos entre grupos de poder y diversos agentes que se disputan el
botín(Wallerstein), lo que en la coyuntura, ante el riesgo de una guerra comercial con Estados Unidos a partir de la asunción del ultraproteccionista Trump, ha llevado a decir a Jaime Serra Puche que se podría entrar en
un esquema de ojo por ojo, lo que afectaría a México porque sería como
darse un tiro en el pie.
En ese sentido, es evidente que los dislates retóricos del autócrata Peña Nieto sobre la defensa de
los intereses del país y la dignidad de los mexicanosson pura demagogia para consumo interno. Por su cabeza no pasa operar los resortes del
poder blandoy los instrumentos de una política exterior de Estado como la que impulsó en su época otro nativo de Atlacomulco, Isidro Fabela −uno de los fundadores del pensamiento internacionalista mexicano, artífice de la Doctrina Carranza y crítico del imperialismo estadunidense y su democracia de fachada como señuelo para manejar gobiernos títeres a su antojo (ver Radiografía del imperio: Estados Unidos contra la libertad)−, sino el arreglo en lo oscurito entre plutócratas y sus operadores.
De allí que alista como embajador en Washington a Gerónimo Gutiérrez,
ex subsecretario de la SRE en tiempos de Vicente Fox y actual director
del Banco de Desarrollo de América del Norte (creado para atender
temas del TLCAN, con sede en Texas), quien junto con su amigo Luis
Videgaray deberá coordinar al puñado de
asesorescolaboracionistas conformado por Jaime Zabludovsky, Herminio Blanco, Luis de la Calle, Armando Garza Sada, Claudio X. González, Valentín Diez Morodo y Alejandro Ramírez en la renegociación de un tratado comercial que, dada la abismal asimetría entre las partes, agudizará la dependencia de México.
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