El movimiento democratizador de 1968 no se acabó con la
represión en la Plaza de las Tres Culturas. Este es el punto de vista
del doctor Gerardo Estrada, quien considera que la lucha de aquellos
jóvenes frente al autoritarismo del presidente Gustavo Díaz Ordaz
influyó en la crisis de un sistema político que no acaba de morir y que
insertó en la agenda ciudadana las demandas de libertad en los ámbitos
político, educativo e incluso sexual.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El tiempo le dio la razón a Gerardo
Estrada Rodríguez, que hace años fue criticado por describir al
movimiento estudiantil de 1968 como una profunda manifestación de la
sociedad civil y una importante revolución cultural.
Ese año, sostiene, hubo en el mundo diversas revoluciones que siguen
influyendo en la sociedad a pesar de que ya pasó medio siglo. Como
ejemplos cita el uso de las pastillas anticonceptivas –que liberó del
yugo biológico a las mujeres–, las revueltas en Estados Unidos contra la
guerra de Vietnam, y en Brasil contra el militarismo, en Francia contra
el autoritarismo y en Checoslovaquia para oponerse a la invasión
soviética.
En México el movimiento fue el inicio o el germen de la sociedad
civil, al manifestarse contra del yugo presidencialista, y el comienzo
de la crisis del sistema político, aunque éste no ha desaparecido.
Sociólogo, investigador y académico de la UNAM, escribió en 2004 el
libro 1968. Estado y Universidad, en el cual hace una revisión de los
movimientos estudiantiles precedentes, señala las causas y las
consecuencias del de 1968 en México y describe los procesos
contestatarios que se generaron en varios países.
La nueva edición de 1968. Estado y Universidad, con prólogo del
politólogo francés Alan Touraine y epílogo de Carlos Monsiváis, da pie a
su autor para reiterar en la entrevista que está cada vez más claro que
el movimiento estudiantil fue un parteaguas en la historia de México,
como lo reconoció por cierto el presidente José López Portillo.
Con estudios de maestría y doctorado en la Escuela de Altos Estudios
en Ciencias Sociales de la Universidad de París, además de exdirector
del Instituto Nacional de Bellas Artes, Estrada destaca que en 1968 hubo
una ruptura del régimen mexicano de partido hegemónico y acendrado
presidencialismo, en el cual el Congreso estaba supeditado al jefe del
Ejecutivo.
“Por primera vez reconocimos la pluralidad, la existencia de otros
mexicanos que pensaban distinto. Ya había habido otros movimientos, como
los realizados por los obreros, por los sindicatos de educación, los
médicos, así como focos de guerrilla, pero por primera vez, de manera
masiva, las clases medias protestaban con causas eminentemente
políticas”, precisa.
Indica que, si vemos en perspectiva las demandas de los estudiantes
(libertad a los presos políticos, castigo a los responsables, la
renuncia del jefe de la policía, la desaparición del delito de
disolución social), se trata de temas que podrían cubrirse con
transparencia y rendición de cuentas.
–Usted menciona la participación de la clase media y el inicio de la
crisis del sistema de partidos, así como de la estructura política. Hoy
vivimos lo mismo de manera más profunda…
–Sí, claro. El movimiento estuvo inspirado en la desconfianza hacia
los partidos, hacia las organizaciones institucionales. Hay gente que
pretende asociar el movimiento estudiantil con los partidos de
izquierda, pero no fue así. Fue un movimiento muy amplio en el que los
estudiantes de ciencias políticas y filosofía tenían más conciencia,
pero el ejemplo del rector Barros Sierra hizo que otros estudiantes, de
medicina, ingeniería, administración pública y otras carreras, se dieran
cuenta de la manera en que procedió el Ejército en la Preparatoria 1 de
San Ildefonso.
“Todos teníamos desconfianza de las organizaciones, de los partidos, y
eso se ha ido acentuando. Tan es así que Morena no es un partido
político, es más un movimiento social que recoge la experiencia del
movimiento del 68. Esa tendencia hacia el asambleísmo, que para bien o
para mal es real aunque políticamente es negativa, es producto de la
desconfianza hacia las organizaciones institucionales. Yo espero que, en
la medida en que pasen los años, el país madure políticamente y los
ciudadanos volvamos a organizarnos, porque la política es organización.”
Agrega que, como se demostró en la reciente elección presidencial,
“Morena le ha apostado más a la espontaneidad social que a la
organización política. Si bien detrás hay un aparato, lo cierto es que
la gente se entusiasma porque siente que no hay ataduras, no se
compromete con una ideología en particular, sino con ciertas demandas y
principios, pero tampoco siente que este señor (López Obrador) la vaya a
traicionar.
“En cambio, vemos muy desgastados a todos los partidos que acabaron
por traicionar sus principios y sus ideales. La gente se apuntaba al PAN
porque representaba ciertos valores, y de repente se convirtió, al
llegar al poder, en una olla de grillos al igual que el PRD. El
escepticismo ha ido creciendo, pero espero, por el bien del país, que no
siga aumentando.”
Otro elemento de paralelismo histórico es el uso de la fuerza militar
por el gobierno, que desde entonces ha recurrido a ella para tratar de
resolver situaciones difíciles, especialmente conflictos sociales.
“Es difícil entender esto, porque el poder tiene una lógica y es algo
que descubrimos en 1968. La respuesta tan violenta y brutal del
gobierno el 2 de octubre, la toma de la UNAM y del Politécnico, no
fueron más que la expresión de la lógica del poder, y no había manera de
enfrentarlo. Si bien se trataba de un régimen autoritario y si bien es
cierto que el presidente Díaz Ordaz tenía una personalidad paranoica y
que se vio con el tema de las Olimpiadas, creo que en el fondo había esa
lógica del poder que no iba a permitir que se le cuestionara, y
nosotros estábamos cuestionando al poder, que hasta entonces había sido
intocable.”
A su parecer, eso lo plasma muy bien Octavio paz en Posdata, cuando
habla del gran Tlatoani y señala que nadie más podía ascender la
pirámide del poder porque en seis años él era el punto más alto.
“En eso es en lo que ahora debemos estar alerta –dice– porque la
historia no camina en un solo sentido, se puede repetir otra vez y
podemos volver a cometer los mismos errores. Una experiencia que nos
dejó el 68 a algunos de nosotros es cierto escepticismo, fuimos muy
ingenuos y creíamos que podíamos hacer más de lo que debíamos.”
–El 68 es el fin de la inocencia.
–Exactamente, es el fin de la inocencia política. Vivíamos en el
llamado “milagro mexicano”, el desarrollo estabilizador, pero detrás de
eso había mentiras muy grandes. La corrupción era siniestra porque ya
había muchos ejemplos y no se hacía nada. La historia se repite de
maneras muy curiosas, pero en el caso de Díaz Ordaz no lo podemos acusar
de corrupto; más bien de autoritario e intransigente. Pero eso es tan
malo como ser corrupto, porque es muy negativo y tiene consecuencias muy
graves.”
Contra todo eso, destaca, el movimiento del 68 desembocó en muchas libertades, como la de prensa:
“Un ejemplo es el caso de Julio Scherer, que llega a la dirección de
Excélsior en julio del 68 y da una batalla muy grande que termina con el
golpe del gobierno de Luis Echeverría. Pero Scherer y todo su equipo
hicieron mucho por apoyar al movimiento el tiempo que pudieron, como fue
el cartón de Abel Quezada en negro y la pregunta: ¿Por qué? Eso fue
conmovedor.
“El golpe gubernamental contra Scherer derivó en el surgimiento de
otros medios, como Proceso, UnomásUno y La Jornada, mientras que en la
radio se fueron abriendo espacios poco a poco, hasta llegar al trabajo
de José Gutiérrez Vivó.
“Otra de las herencias del movimiento de 68 es la libertad de
expresión en el ámbito cultural. En esa época había una fuerte censura
del gobierno y, por citar ejemplos, estaban prohibidas películas como La
batalla de Argel y la Sombra del caudillo.
“El Estado nos trataba como menores de edad. En la universidad (UNAM)
sí había libertad; en sus cineclubes se podían ver las películas que no
podían ver el resto de los mexicanos. Hoy podemos ver en la televisión
programas en los que se cuestiona el papel del Ejército en la
desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, lo que hace 40 años era
imposible. Todas estas son herencias del 68 que nos hacen más
ciudadanos, más libres. En este sentido, el movimiento está vigente
porque estamos viviendo ahora esos cambios que provocó.”
–Decía que la historia se repite y que hay una lógica del poder que
hace 50 años se manifestó en el uso de la fuerza militar. Hoy, con la
lucha contra el narcotráfico, sigue la misma lógica del uso de la fuerza
militar para enfrentar al crimen organizado y para reprimir movimientos
sociales –plantea el reportero.
–Sí, aunque ha disminuido sigue presente. Debemos tener claro que lo
peligroso de que (el gobierno federal) haya acudido al Ejército para
resolver el problema del narcotráfico sin haber funcionado, refleja que
tarde o temprano el gobierno va cediendo poder y parte de sus
facultades, y va recurriendo más al brazo armado del Estado para usarlo
contra los ciudadanos.
Subraya que, si el Estado usa a los militares para todo, sólo muestra
su incapacidad para resolver los problemas por la vía del diálogo y de
la negociación. Recuerda que el primer acto de violencia en el 68 fue el
bazucazo de los militares contra el portón de la preparatoria de San
Ildefonso.
“Nunca antes habíamos visto una bazuca o metralletas más que en el
desfile militar del 16 de septiembre; de repente ya estaban en las
calles. Cuando el rector Javier Barros Sierra marchó en defensa de la
autonomía de la UNAM hasta la calle Félix Cuevas, a un costado del
Parque Hundido, estaban las tanquetas y ametralladoras apuntando hacia
nosotros. El gobierno pensaba que esa era la manera de resolver el
problema, lo cual era terrible y ridículo. Desde entonces debimos ver lo
que pasaría el 2 de octubre. El que ahora se recurra tanto al Ejército
tiene ese peligro, en esa misma lógica del poder.”
–¿Esa es una enseñanza del 68?
–Así es, la debilidad o la inmadurez del Estado provoca que se acuda a
la fuerza militar. Ahora hablamos de una debilidad del Estado, pero en
el 68 era muy fuerte, y sin embargo la paranoia, el miedo que tenía el
grupo gobernante, sobre todo la gente que estaba alrededor del
presidente Díaz Ordaz, provocó todo eso.
Al preguntarle cuáles enseñanzas de aquel movimiento se deberían
tomar en cuenta en víspera de que López Obrador asuma la Presidencia,
Estrada es cauteloso: “Espero que estén vacunados contra los delirios
del poder… no hay que creer que ese poder es para siempre y para hacer
lo que uno quiera. Espero que se hayan aprendido las enseñanzas del 68,
aunque tengo mis dudas. Le decía que nos hemos vuelto un poco
escépticos.”
Precisa que el 1 de julio la gente votó en su mayoría por la única
alternativa política que falta experimentar, con la esperanza de que
ahora sí haya un cambio. Pero le preocupa gravemente que en Morena haya
algunos personajes que en el 68 se opusieron al movimiento
democratizador.
–Si partimos de que en 1968 se perdió la inocencia, ¿qué ha pasado en estos 50 años?
–Los jóvenes de hoy no son lo que dice mucha gente: apáticos e
indolentes, que nada les importa más que estar metidos en sus teléfonos
celulares. Es una visión equivocada y lo acaban de demostrar en el sismo
de 2017, cuando salieron a ayudar a los damnificados como se hizo en
1985. Hace cuatro años, cuando ocurrió la desaparición de los
estudiantes de Ayotzinapa, también salieron a manifestarse, indignados.
Ahora, con el ataque de los porros, salieron a la calle jovencitos de 16
y 17 años, molestos por la violencia en contra de sus compañeros.
–En conclusión, ¿qué representa el movimiento del 68 medio siglo después?
–Para mí ha sido una brisa libertaria que invadió a los jóvenes de
todas partes del mundo. Es una antorcha permanentemente encendida,
porque siguen vigentes sus ideales libertarios. Creo que siempre habrá
jóvenes que tienen esa necesidad de expresarse libremente. Eso es para
mí el movimiento del 68.
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