3/27/2019

Los perdones por hechos pretéritos



Llevamos ya varias décadas desde que se comenzaron a pedir y a otorgar perdones por hechos pretéritos, en los que tanto los pecadores como ultrajados originales han muerto. A veces esos rituales de absolución parecen algo estrambótico. En 1998, por ejemplo, un grupo de 2 mil cristianos realizó una caminata en la ruta de las cruzadas, pidiendo perdón a diestra y siniestra por las salvajadas perpetuadas por sus ancestros hacía 900 años. Resulta difícil saber si los turcos y sirios a los que les pedían tantos perdones se sentían o no herederos de las víctimas, pero el ejercicio tuvo sentido para los peregrinos.
El papa Juan Pablo II pidió más de 100 diferentes perdones a nombre de la Iglesia: con los protestantes por las Guerras de Religión del siglo XVII; por haber justificado teológicamente la trata de esclavos africanos; a los judíos por el papel pasivo o colaboracionista de algunas jerarquías eclesiales durante el holocausto; por la iniquidad de la Santa Inquisición; y por la quema de Galileo. Tanto el gobierno australiano como el canadiense han hecho lo propio con los aborígenes de sus territorios.
No siempre resulta fácil entender el sentido de estos actos. Se trata, finalmente, de heridas históricas cuyos efectos en el presente requieren de una interpretación, y cuyos herederos necesitan ser definidos en un proceso de deliberación. El perdón extemporáneo resulta valioso sólo cuando ayuda a cambiar alguna práctica que sigue vigente y cuando no son distracción política. Los peregrinos, aquellos que pidieron mil perdones por las cruzadas buscaban un acercamiento entre cristianos y musulmanes en un momento en que había resurgido la guerra. Los perdones pedidos por Juan Pablo II tuvieron sentido porque trazaban la postura oficial de la Iglesia frente a males que seguían teniendo actualidad entre sus feligreses: la sorna contra el protestantismo, por ejemplo. Aquellos actos de arrepentimiento han servido para orientar a los católicos respecto de prejuicios ancestrales, pero vigentes (el antisemitismo, el racismo contra los negros, la hostilidad hacia la ciencia, etcétera).
Dado todo esto, ¿cómo valorar el llamado de Andrés Manuel López Obrador al rey de España y al Papa a que pidan perdón por la Conquista?
Ese proceso fue una hecatombe, aún cuando muchos de sus estragos hayan sido involuntarios (la transmisión de enfermedades contagiosas, por ejemplo). La violencia de la guerra (y de la paz que le siguió), los trabajos forzados, la imposición de tributos... todo aquello ha tenido efectos duraderos, transgeneracionales. De eso no cabe duda, y por esa parte quizá AMLO haya hecho bien en hacer un llamado a la contrición por los males de la Conquista.
Sin embargo, hay aspectos problemáticos en su llamado. El primero es que, en lugar de pedir perdón, AMLO haya comenzado pidiendo una disculpa. Ningún Presidente de México tiene autoridad moral para erigirse en sujeto de los agravios de los indios, porque el Estado nacional es heredero tanto de los conquistadores como de los conquistados. José María Morelos emancipó a los esclavos y acabó con el tributo indígena, cierto, pero la nación que quizo forjar también hizo suya la misión "civilizatoria" del imperio, con todo y su ideología de "salvación del indio". No es casualidad que Hidalgo y Morelos hayan sido curas, y no marakames.
En su misiva al rey de España, AMLO reconoció algo de esto y dijo que en algún momento él también pedirá sus perdones a los indios por el papel que tuvo el Estado mexicano en las guerras de exterminio contra los yaquis y los mayas. Pero al citar casos de genocidio como los hechos que merecen su contrición, López Obrador separa implícitamente al Estado mexicano de su nexo íntimo con el imperio del que nació. ¿Acaso los proyectos de desarrollo como la termoeléctrica de Huexca no son herederos de las reformas modernizadoras de los borbones en el siglo XVIII? ¿Acaso esa clase de proyecto no merece también un acto de contrición en el presente?
Resulta problemático imaginar "la Conquista" como un proceso externo a la nación cuando es un hecho interno a ella. No es sólo cuestión de que conquista y colonización hayan sido realizados con aliados indígenas (que es, también, un hecho importante), sino que el liderazgo político, económico, y cultural del país se construyó en una relación dialéctica con el orden de dominación del régimen colonial, y es por eso también su extensión. Imaginar al colonizador como un extraño no lleva a ninguna parte, porque la colonización está en el cuerpo mismo del Estado y la sociedad.
Los indios de México merecen reparaciones por las injusticias seculares de las que son herederos. En eso tiene razón el jefe del Ejecutivo. Pero hubiera sido más justo hacer un llamado al rey para que los herederos de la Conquista juntos –el rey de España y el Presidente de México– pidieran perdón a nombre de los Estados que representan, y se entregaran desde ahí a un proceso genuino de sanación.

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