Lorenzo Meyer
El viejo PRI vive, el acoso judicial a Sergio Aguayo lo demuestra.
El sexenio apenas despunta, pero las circunstancias de la 4T aconsejan pensar en su “más allá”, en el 2024.
En México, la historia ha dejado bien sentado que la reelección sigue sin ser opción: Francisco I. Madero la condenó, la Constitución de 1917 la prohibió, Álvaro Obregón la reinstaló, pero su asesinato terminó por reafirmarla. Miguel Alemán exploró la posibilidad de cambiar ese principio, pero la reacción en contra lo hizo desistir. Quizá algún mandatario posterior acarició la idea de permanecer, pero ya no pasó a mayores. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha dicho repetidamente que, al terminar su período, en octubre de 2024, él se va. Entonces ¿cómo podría presentarse el futuro para la 4T?
En varias ocasiones, el Presidente ha expresado que su propósito es usar su período para hacer y consolidar un cambio de régimen. Tiene prisa y la vista puesta en el presente y el futuro por lo que no quiere gastar tiempo ni energía en ajustar cuentas con el pasado.
Sin embargo, precisamente por eso, por el futuro, a él y a su partido les conviene reflexionar sobre ciertos eventos del pasado. Me refiero, en particular, a las circunstancias que llevaron a pasar del cardenismo (1934-1940) —una etapa muy valorada por AMLO— a su antítesis: el alemanismo (1946-1952). A partir de Miguel Alemán, la política mexicana dio un vuelco a la derecha hasta desembocar en el desastre que fue el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018).
En 1935 el presidente Cárdenas desató un blitzkrieg político contra el “Jefe Máximo de la Revolución Mexicana” —el expresidente Plutarco Elías Calles— y su grupo. Logró marginar del círculo del poder no sólo a Calles sino a otros expresidentes, a secretarios de Estado, gobernadores, caciques, generales, congresistas y otros, y llevó al país por una ruta de políticas radicales —reparto agrario, expropiación petrolera, revitalización del sindicalismo, educación socialista, política exterior antifascista, reestructuración del partido oficial y más.
Pero al final de tan espectacular sexenio, los afectados reaccionaron y se mostraron dispuestos a llegar incluso a la insurrección para impedir la continuación de ese proyecto. Cárdenas no contó entonces con una organización partidista segura de sus valores y dispuesta a enfrentar a quienes desde dentro y fuera se oponían a continuar por la ruta trazada en 1935. En esa coyuntura, Cárdenas debió dejar una presidencia que él había convertido en la institución más poderosa, en manos de un moderado —Manuel Ávila Camacho— para neutralizar a las derechas encabezadas por Juan Andrew Almazán. El cardenismo no desapareció, pero ya no fue capaz de seguir adelante y mal defendió lo logrado.
AMLO ganó el poder apoyado por un partido recién creado por él, Morena —una mezcla de grupos e intereses que aún no fragua en una estructura sólida— pero también por otras organizaciones y ciudadanos que poco o nada tenían que ver con ese partido, pero que apoyaron a su candidato por su carisma, por el hartazgo con el status quo y por la capacidad de negociación de AMLO con personalidades e intereses poco dados a identificarse con la izquierda. El enorme esfuerzo del Presidente por sostener el contacto con sus bases y responder a sus demandas, mantienen alta la popularidad de AMLO pese a que sus políticas aún son más promesas que realidades.
La rapidez con que en el pasado los adversarios del cardenismo lo desmontaron una vez que el general michoacano dejó la presidencia, debe motivar a AMLO y a Morena a tomar hoy las medidas que eviten que en 2024 la 4T pueda correr la misma suerte que la 3T. Sin embargo, hoy y visto desde fuera, Morena parece más un campo de batalla que una organización cohesionada, capaz y dispuesta a no perder el futuro. Si le va bien a ese partido en las elecciones intermedias, será menos por méritos propios y más por las acciones y carisma del Presidente.
AMLO ha declarado su intención de no meterse en las disputas internas de Morena, pues ya tiene suficiente con sus responsabilidades como jefe del Ejecutivo. Sin embargo, si ese partido no se consolida rápido, no habrá tiempo ni estructura capaz de generar la energía que permita a la 4T resistir el embate de sus adversarios. Quien sea el sucesor de AMLO no puede heredar su carisma y la vigencia de la 4T va a depender de la institucionalización del cambio. Morena debería dejar de ser un actor secundario, como hoy pareciera el caso, para acumular energía propia de cara al inevitable 2024.
agenda_ciudadana@hotmail.com
Agenda ciudadana
No hay comentarios.:
Publicar un comentario