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Ciudad de México.- El 2019 concluyó como uno de los
años más difíciles para las mujeres en México por el recrudecimiento de
la violencia y la descarada revelación de que a la sociedad mexicana le
importan los muros, las estatuas, el silencio antes que la vida de las
mujeres. Y no, no es sorpresa si se toma en cuenta que México es un país
feminicida, infanticida, violento, misógino y otras cosas que nos
obligan a reflexionar sobre las causas estructurales para evitar que
esta violencia continúe.
Los medios, las
redes, los periódicos e incluso las instituciones son el reflejo de lo que está
sucediendo en el país. No es casualidad sino la suma de todas las creencias,
las ideas, los prejuicios y hasta las fobias e incapacidad histórica de
convivir con la diferencia lo que salta en el grave problema de la violencia
estructural contra la mitad de la población: las mujeres.
Las causas se
entrelazan con la expresión más cruda de la misoginia fundada en el machismo de
los mexicanos que no puede hacerse a un lado en lo que hoy día se vive,
menospreciar a las mujeres como personas, el desprecio por la vida, la
dignidad, el cuerpo, despojar a las niñas y a las mujeres de valor como
personas es, todas las sabemos una práctica que estuvo presente en nuevas vidas
y que hoy se traduce en la violencia feminicida.
Es el Estado
menospreciando la vida de las mujeres al no considerarlas como un tema
prioritario en la agenda nacional, es persona servidora pública que ve como una
molestia a la mujer que llega a intentar denunciar que vive violencia, es la o
él policía que desprecia a las feministas que protestan, y por supuesto es el
hombre o mujer que justifica la desaparición, la explotación sexual -porque es
un empleo-, la violencia sexual y el feminicidio.
Todo está
atravesado y relacionado en el desprecio a las personas que nacieron en cuerpo
de mujer o que se ven como mujeres, misoginia fundada en interpretaciones
absurdas que justifican desde lo dogmático y religioso, en la creencia que “la
mujer” existe como cosa definida y determinada desde el mismo sistema social
que le pone tallas, medida, aspecto e incluso conducta, que va más allá y dice
cómo debe pensar y responder.
El resultado es un contexto en el que ser mujer, nacer mujer,
sabernos mujeres nos hace parte de ese 50 por ciento de la población que
se cuestiona a sí misma si es lo que los demás definen o lo que ella
misma encuentra en su construcción genital-social del ser mujer, es
decir de cómo vive en la sociedad a partir de un sexo biológico del
sujeto social llamado mujer, pero que también vive en lo social bajo el
parámetro de una construcción denominada “mujer”.
Es decir, bajo este doble estándar “la mujer” dejó de ser una persona
para ser una “representación simbólica” entre lo material y lo
subjetivo, entre lo real y lo imaginado colectivamente, en el que todos
saben lo que es ser mujer menos la personas en esos cuerpos referidos
históricamente como mujeres, y encontrarse, saberse, escucharse para
entenderse y definirse a sí mismas (salir del laberinto de espejos), es
causa de la violencia externa.
Porque incluso como
“mujer” tienes que aceptar como real la representación simbólica construida que
nos dice qué es lo que disfrutamos, de lo que se goza, de cómo se ama, de como
se aprehende la realidad y por supuesto cómo es ser “mujer”.
Y esto hace que
haya dos sujetos en lucha permanente; por un lado, tenemos “la mujer”
socialmente construida y referida y por otro están “las mujeres” que están
definiéndose a sí misma a partir del cuerpo y deconstruyendo-reconstruyendo lo
que son “las mujeres” sin que el género se diluya, porque borrarnos es también
un propósito en ese desprecio por las mujeres.
Lo cierto es que ya
sea una mujer como representación socialmente construida o las mujeres, viven
la violencia en México porque está desvalorización no separa entre la mujer o
las mujeres, y si algo hay que decir es que las mujeres no acabamos de definir
ni de conceptualizar lo que nos significa ser mujeres en este contexto de
violencia, en las relaciones de pareja, dentro de un sistema que subyuga el
cuerpo penetrable.
El odio está imbricado en todo, el desprecio está latente y se
traduce en el odio es lo que salta en la saña de la extrema violencia
contra las mujeres, un odio que no acabamos de entender aunque vivimos
sus consecuencias en cuanto ponemos distancia para romper con una
histórica normalización de todas las explotaciones del cuerpo de las
mujeres al servicio del patriarcado.
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