Amaia Nausia Pimoulier analiza en ‘Ni casadas ni sepultadas.
Las viudas: una historia de resistencia’ cientos de documentos
históricos con los que demuestra que las viudas son, desde el siglo XVI,
una figura que causa pavor.
Amaia Nausia Pimoulier. | Foto: Irati Aizpurua
Sometidas al escarnio público y a la voluntad de la Iglesia católica,
las viudas navarras encontraron las grietas para saltarse el refrán que
decía eso de “viudas lozanas, casadas o sepultadas”. En Ni casadas ni
sepultadas. Las viudas: una historia de resistencia (Editorial
Txalaparta), la historiadora Amaia Nausia Pimoulier (1892, Iruñea)
explica cuáles fueron sus estrategias de resistencia y a qué peligros se
expusieron las que se empeñaron en vivir en libertad. Muchas de ellas
fueron acusadas de brujería, sí, pero otras muchas se empeñaron en
defender su honor y su nombre en los Tribunales. La configuración
gubernamental navarra les permitía controlar los bienes del difunto en
usufructo y, muchas de ellas, encontraron así la manera de salir
adelante sin necesidad de volver a casarse ni de congregarse.
¿Por qué te decides a estudiar la viudedad?
Siempre digo que las viudas me encontraron a mí. Tenía claro que
quería hacer una tesis sobre los siglos XVII y XVII, la Historia
Moderna, porque me parece una época fundamental para entender conceptos,
instituciones… que llegan hasta nuestros días. Me lo propuso mi
director de tesis, creo que porque es hijo de viuda y seguramente
tendría ahí algo con este tema. No se había hecho nada a nivel general
sobre la viudas y me gustó la figura. Me apasiona la historia porque me
sirve para entenderme a mí misma y para entender qué pasa alrededor.
Las colocas en un lugar de disidencia aunque, en principio, la viudedad no se elige.
Son las dos caras de una misma moneda. Ninguna elige ser viuda aunque
alguna se hubiera cargado al marido a gusto y se habría liberado, como
decían los moralistas de la época, de la servidumbre del matrimonio.
Para la mayoría, la viudedad equivalía al empobrecimiento, daba igual a
qué clase social pertenecieras. Para una mujer era una putada enviudar
en términos materiales y, para muchas, seguramente también en términos
emocionales. Era algo sobrevenido, pero en cómo ejercían o cómo estaban
en este estado de viudedad, sí que creo que ahí hay una elección. Muchas
se vuelven a casar como estrategia de supervivencia, pero muchas otras
deciden mantenerse viudas también en un ejercicio de autonomía. No de
libertad, que me parece una palabra muy grande. Muchas veces
enfrentándose a cómo se suponía que deberían ser: mujeres sumisas que se
quedan en casa cuidando a los hijos y orando. La realidad muchas veces
chocaba con el ideal y nos encontramos a mujeres que pleitean, que
luchan, que permanecen viudas por decisión propia. Más que en la
disidencia las coloco en los márgenes de la historia porque permanecen
en el límite de qué es correcto e incorrecto.
Hablas de la viudedad como un suceso y una construcción.
A las mujeres, en el pasado y en la actualidad, se nos definía en
relación a la relación que tuviéramos con el hombre más cercano. En las
fuentes que he estudiado de los procesos judiciales del pasado aparecen
como hijas de, mujeres de, viudas de. A los hombres no se les define
así. A ellos se les define en relación a su oficio o su estatus social.
Es, por eso, una categoría femenina que se va construyendo. Me
preguntaba: ¿qué es una viuda?, ¿es para siempre?, ¿una mujer que
enviudó hace 20 años sigue siendo viuda? Me encontré que sí, que es como
si el hombre le pusiera un sello de pertenencia que le acompaña durante
toda la vida. En algunas fuentes salen como la viuda de incluso
omitiendo su nombre propio. Cuando se vuelven a casar siguen siendo
viuda de tal y esposa de cual. Además, es una figura que se construye en
función de los acontecimientos de la vida. No es lo mismo ser una viuda
joven o sin hijos, que ahí es cuando normalmente las presiones sociales
y eclesiásticas les empujan a casarse nuevamente, que una viuda mayor o
con hijos, que van a tener más difícil encontrar marido porque el
mercado matrimonial las va a rechazar al ser percibidas como una carga.
Etimológicamente, la palabra viudad, de origen indoeuropeo, hace
referencia a la que le falta algo, en femenino. En este caso, el marido.
En euskera, aunque no tenga género, también he encontrado que”alargun”,
a quien le falta el amigo o amiga, normalmente se usa en femenino.
Explicas también que la viudedad es un mecanismo de control de la sexualidad de las mujeres.
Se consideraba que a la viuda había que tratarla como si el marido
viviese. Hasta tal punto que en la legislación aparece que si una viuda
tiene relaciones sexuales, sin volver a casarse, es adulterio. Es una
manera de controlar la sexualidad. Primero, imponiendo el año de luto,
que viene de la época romana. Tienen que estar entre 9 y 14 meses de
luto. ¿Por qué algo tan establecido? Porque, en realidad, aunque te lo
venden como un luto riguroso para expresar el dolor por la muerte
cercana del difunto, lo que buscan es garantizar la paternidad del
marido. Si la viuda está embarazada, el luto garantiza que el padre, que
el dueño de esas criaturas, es el marido. Los mecanismos son
patrimoniales. En Navarra, en el Pirineo en general, las viudas tienen
derecho a administrar los bienes del marido a traves del usufructo, pero
pueden perderlo si dejan de ser viudas, y dejan de ser viudas si tienen
relaciones sexuales. La sexualidad de las viudas, mujeres que tienen
experiencia sexual probada, preocupa porque preocupa que pervierta al
resto de mujeres. En Italia, cuando entra una viuda a un convento, las
llevan a un ala especial para que no contaminen a las vírgenes. Además,
dicen que son más propensas a enfermar de histeria porque acumulan la
semilla de la procreación en su vientre y como no le pueden dar salida,
enloquecen de lujuria.
¿Las segundas nupcias no estaban bien aceptadas en ningún caso?
Hay un debate eclesiástico que dura siglos y de ahí viene el título
del libro. Juan de Espinosa, en el siglo XVI, dice que a las viudas
jóvenes les aconseja volverse a casar conforme el refrán que dice “viuda
lozada, casa o sepultada”. Como las mujeres son de tendencia lujuriosa,
pasional, irracional… siempre es mejor que tengan un hombre a su lado
que las controle. No podemos controlar nuestra sexualidad y si los
hombres pecan es por nuestra culpa. Para controlar esa tendencia a la
lujuria, una viuda joven es mejor que se vuelva a casar. Si no tienen
hijos lo va a tener más fácil. Una viuda mayor, si se quiere casar es
solo por vicio y lujuria. Eso está muy mal visto. En el caso de los
hombres, si tienen hijos, la búsqueda de esposa es inmediata. Incluso
antes del año de luto porque es una lacra social que un hombre con hijos
no tenga una sirvienta que cuide de la casa y de los hijos. Encontramos
hombres muy mayores casándose sin problema. Por otro lado, es verdad
que también resultan atractivas para casarse con ellas. Las que tienen
recursos económicos, en el mercado matrimonial resultan atractivas
depende de qué status tengan.
Cuentas también que la vida religiosa, los conventos, fueron una salida para muchas.
Algunas de ellas deciden renunciar al usufructo, recuperar su dote y
pagar el ingreso al monasterio para retirarse así. Encuentro también las
que se meten a seroras, mujeres que optan por una vida religiosa no
sometida a jerarquías. A veces viven en comunidades muy pequeñas de
mujeres. Se encargan de limpiar las iglesias, por ejemplo.
Insistes en que la viudedad era un estado, a pesar de las dificultades económicas y sociales, de cierta libertad.
Las dos caras de la misma moneda: autonomía derivada de la pérdida.
En el siglo XVI y XVII hay un fuerte ataque del sistema patriarcal para
expulsar a las mujeres de la esfera pública. La Edad Moderna fue una
época de grandes retrocesos para las mujeres. Las viudas resisten porque
tienen derecho a mantener la tienda o el taller abierto de su marido
durante el año de luto. Ellas luchan por mantenerlo abierto aunque el
gremio lo prohiba. En el ámbito de la medicina encontré también
bastantes viudas ejerciendo trabajos de parteras, de sanadoras, en un
momento de fuerte ataque de la medicina institucional.
¿Viudas acusadas de brujería?
A nivel Europeo, los estudios calculan que entre el 70 y 90 por
ciento de las personas acusadas de brujería eran mujeres. La caza de
brujas fue un fenómeno femenino. En las catas que he podido hacer en el
Archivo General de Navarra encuentro que hasta un 30, casi 40 por ciento
de las mujeres acusadas de brujería eran viudas. Si pensamos en el
estereotipo que ha llegado hasta en la actualidad de las brujas, esa
bruja vieja, fea, que vive en el bosque, sola, que hace pócimas en el
bosque… se parece bastante al de las viudas. Las viudas aúnan varios
factores peligrosos. Son mujeres y, en general, somos tentadoras y
peligrosas para el sistema. Si no acatamos el gran rol de la maternidad,
el de los cuidados, el sistema arremete contra nosotras. En este
momento el Estado está fundamentando su construcción sobre la familia y
entiende que cada familia es un pequeño estado. Si los pequeños estados
funcionan, el Estado grande funcionará bien. Las viudas son mujeres
solas, sin un hombre a su lado, con experiencia sexual, muchas de ellas
con acceso a recursos económicos, viejas. Según vamos avanzando en la
franja de edad, más viudas encontramos y, por eso, muchas veces se hace
esa asociación entre brujas y viudas viejas. La vejez femenina tiene una
noción muy, muy negativa. Hay acusaciones contra viudas, sí. A veces,
como estrategia familiar para quitarle de medio. Tiene el usufructo de
los bienes del marido, pero no es la heredera. Los herederos son los
hijos o hijas o, a veces, cuando no los hay, cuñados, por ejemplo. Las
acusan también porque están alterando el orden natural de las cosas. Hay
una viuda de la que hablo, que ahora no recuerdo el nombre, a la que
acusan de ser la cabecilla de una especie de banda que tiene a una chica
soltera a la que tiene subyugada. Es una mujer sola, ingobernable, que
escapa de la autoridad y preocupa.
¿Has encontrado similitudes en otros territorios?
Hay un tema pendiente de estudiar. La caza de brujas se da solo en el
Pirineo: Euskal Herria, Aragón, Catalunya. Ahí las mujeres comparten a
nivel jurídico el usufructo. las viudas tienen este derecho en todo el
Pirineo porque nuestro sistema es troncal y yo creo que ahí hay algo,
características similares. Desde el feminismo, y estoy muy de acuerdo,
hace falta hacer una lectura de género, pero eso no quiere decir que no
haya otros factores que lo expliquen: lengua, descentralización…
Divides a las viudas en descarriadas, desamparadas, virtuosas. ¿Sigue vigente hoy esa categorización?
Es más empírico que un estudio académico, pero las mujeres que han
enviudado a mi alrededor no vuelven a buscar pareja. Hay cierto ideal
sobre cómo tienen que comportarse las mujeres que han enviudado y no
tanto respecto al hombre. Creo que todo eso, que enraiza en el siglo XVI
y XVII, llega hasta hoy. Lo veo en el día a día, pero hoy no sé si
serían solo las viudas: las divorciadas, las que permanecen solteras,
las que deciden no ser madres, las bolleras.
Has analizado tanta documentación que será complicado,pero
¿has encontrado alguna historia que te haya llamado especialmente la
atención?
Sí, hay dos que para mí son paradigmáticas de lo que era la viudedad.
Una sería la viuda que hace de su capa un sayo y, por ser viuda, es
consciente de su autonomía y de su cierto poder o status. Recuerdo a una
que en las fiestas de San Fermin, que antes se celebraba en octubre, se
enfrenta a un mozo soltero que estaba intentando timar a las cartas a
un campesino que había llegado a Iruña. Entonces había muchas jerarquías
y la viuda era más importante que el soltero. Discutieron y ella le
dice: “Si yo fuera hombre como vos y, si tuviera la ventaja que vos me
tenés, de la boca os haría cagar”. Me gustó mucho cómo se enfrenta.
La otra es la Quiteria, una viuda de Estella. Es un caso muy
paradigmático de cómo actuaba la comunidad ante el comportamiento sexual
inadecuado de una viuda. Ella se enamora de Domingo, un hombre casado,
tiene una relación que toda Estella conoce porque le veía salir de su
casa por el tejado. Entre los dos intentan asesinar a la mujer de
Domingo. Él se va hasta Logroño a comprar un veneno que le echan en la
sopa a la mujer pero no la consiguen matar. El caso es que la reacción
de la comunidad es decir que Domingo es una víctima, que ella le hacía
hechizos para tenerle enamorado, que le daba a comer una sopa que hacía
con la sangre de su dedo o de su menstruación. Él es una pobre víctima y
ella una hechicera. La sometieron a la vergüenza pública que era
pasarla por unas calles que estaban establecidas para pasear a las
pecadoras. La sentaron sobre un burro desnuda de cintura para arriba con
un capirote y le iban azotando mientras el pregonero pregonaba su
delito para que sirviera de ejemplo a otras mujeres. El castigo tenía
que ser ejemplar para que otras mujeres no se atrevieran a hacer lo que
ella había hecho.
Te he dicho dos, pero van a ser tres.
Este ejemplifica también cómo se construía el ideal de viudedad.
Tienen claro cómo tienen que vestir, pero también cómo tienen que
sentir. Hoy también se fiscalizan las emociones. Dieron con una viuda
que no hacía los sollozos y lamentos propios de una buena mujer que ha
perdido a su marido, que se mostraba fría, así que la acusaron de
haberlo asesinado. Le abrieron un proceso judicial que me recordaba
mucho a un caso de Australia en los años 80. Una madre denunció que
estaba de acampada con los críos y desapareció un bebé. Ella dijo que un
dingo, un perro salvaje, se lo había llevado, pero como en el relato
siempre se mostraba coherente, tranquila, fría… un Tribunal popular
acabó condenada a cadena perpetua considerándola culpable del
asesinarto. Unos excursionistas encontraron la chaquetita del crío en
una cueva de dingos.