n western macabro. Desde finales del siglo XIX, la llamada nación Osage, una comunidad nativo-americana del estado de Oklahoma, había padecido desplazamientos continuos, inseguridad y penuria, sin derecho a una tierra propia. Finalmente, hacia inicios de los años 20 de un nuevo siglo se les permitió asentarse en un territorio inhóspito y seco del que se pensaba nada bueno podía surgir, ni una bonanza agrícola ni una industria provechosa. El providencial descubrimiento de un yacimiento petrolero en esa zona abandonada, transformó súbitamente a los Osage en los millonarios poseedores de un tesoro inesperado. A partir de entonces, imitando a todo colonizador nuevo rico, los hombres hicieron ostentación de lujos estrambóticos y las mujeres de una distinción y elegancia hasta entonces impensables en una minoría étnica vapuleada. El espejismo de prosperidad duró poco tiempo. Pronto los Osage fueron objeto de una conspiración siniestra. Los nativos comenzaron a padecer enfermedades misteriosas y a morir, uno tras otro, por envenenamiento lento o por asesinatos inexplicables. Un grupo de hombres blancos, apoyados por poderes fácticos, se dio a la tarea de seducir y desposar a las nativas, y congraciarse con los líderes indios con el propósito de asegurar para sí, a mediano plazo, los beneficios de una herencia y la eventual recuperación total de la riqueza petrolera. El asesinato colectivo fue la manera más expedita de conseguir esos fines. De hecho se trataba de una simple variante, sin duda más siniestra, de la estrategia de colonización gradual y exterminio étnico programado que caracterizó el proceso fundacional de la nación estadunidense.
A partir de esta historia y del exitoso libro homónimo de David Green que procura restituir algo de justicia y dignidad a la comunidad de los Osage, el realizador Martin Scorsese realiza uno de los largometrajes más estimulantes y mejor controlados de su carrera, Los asesinos de la luna ( The Killers of the Flower Moon, 2023), una historia sobre la traición y la avaricia como fundamentos y valores reales de una empresa civilizatoria al día de hoy moralmente fallida. El arquitecto de esa estrategia de expoliación progresiva de los bienes adquiridos por los Osage es un personaje ladino y turbio, William Hale (Robert de Niro), suerte de patriarca en apariencia bienhechor, quien presiona a su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo di Caprio, formidable), un ser amoral y ambicioso, para que contraiga matrimonio con la influyente indígena Molly Kyle (Lily Gladstone) y poder así completar la faena de engaño y traición a la comunidad que Hale supuestamente ama y protege, y garantizar la usurpación legal de un patrimonio ajeno. El argumento central que para colonos blancos como William Hale justifica y legitima el abusivo despojo de riquezas es la pretendida incapacidad de los nativos americanos para administrar y hacer prosperar un tesoro petrolero que adquirieron de modo accidental o milagroso, sin el esfuerzo físico y mental que se requiere para merecerlo. De ello se desprende que esa misma comunidad indígena, cuyos integrantes son tratados como eternos menores de edad, necesite del padrinazgo y orientación del colono bien intencionado para que su prosperidad tenga un auténtico beneficio social. Scorsese y su coguionista Eric Roth desmontan con malicia esta falacia hipócrita blandida hasta hoy por otros proyectos de despojo colonial supremacista.
Con un ritmo narrativo de agilidad sorprendente que vuelve disfrutables las tres horas veinte que dura la película, Scorsese consigue amalgamar los ingredientes sociales de este relato de corrupción moral y delirio, con la desventurada historia de amor que se teje entre Ernest, el taimado chofer blanco, y la acaudalada indígena Molly, a quien una enfermedad crónico degenerativa deja inerme ante el envenenamiento y muy expuesta al cálculo criminal de su amante. Hay aquí ecos de La sospecha (1941) y Tuyo es mi corazón / Notorious (1946) de Alfred Hitchcock. Hay también una notable ambientación de época y un manejo virtuoso de planos secuencia en la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto. A los 80 años, Martin Scorsese sigue siendo un cineasta de vitalidad sorprendente, atento a las inquietudes sociales más apremiantes de nuestro tiempo.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía y salas comeriales.
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